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La 'Ley del cerdo' en Pontevedra

Una normativa municipal vigente a principios del siglo XX, pero que en realidad se saltaba casi todo el mundo, prohibía tener cerdos en las fincas de todo el casco urbano y trajo "de calle" a varios alcaldes
Monumento al cerdo en el mercado de Allgau (Alemania).
photo_camera Monumento al cerdo en el mercado de Allgau (Alemania). DP

El cerdo doméstico, de nombre Sus crofa doméstica, es el animal de los mil nombres populares; por ejemplo, cochino, cocho, puerco, gorrino o marrano. En el pasado se asociaba a la suciedad por las condiciones poco aseadas de algunas cuadras; sobre este tema ya en 1900 se debatía entre la comunidad científica si el cerdo era un animal limpio por naturaleza o por el contrario "puerco", sin llegar a ninguna hipótesis concluyente. A los cerdos en muchos casos los alimentaban con las sobras, en Pontevedra llamada también lavadura, y en otros casos con una dieta de maíz, cebada o avena.

Del cerdo se aprovecha todo y entonces no requería excesivos cuidados. Varios tipos de enfermedades afectan a estos animales, pero destacan la glosopeda y la temida triquinosis, que podía causar la muerte de las personas. La triquinosis es una enfermedad en la que un parásito, la triquina, ataca al sistema muscular humano a través de sus larvas. Como sucede en la actualidad, en aquellos tiempos se sacrificaban todos los cerdos de granjas afectados por los brotes que se sucedían con frecuencia por todo el país.

Hasta hace pocos años, la matanza del cerdo era una tradición ancestral que se practicaba en toda Galicia con plena normalidad. De esta manera, las familias se aseguraban las proteínas tan necesarias para la alimentación en muchos productos derivados del mismo como chorizos, morcillas, jamón, lacón, chuletas, tocino, manteca, cacheiras para el cocido, chicharrones o filloas. La tradición aconsejaba sacrificar el cerdo entre lunas. La expresión "A cada cerdo le llega su San Martiño", se explica porque corresponde al 11 de noviembre en el santoral a San Martín de Tours y es la fecha tradicional, con San Andrés, que se celebra el 30 de noviembre, a partir de la cual se podía empezar con la matanza del cerdo.

Según un estudio pormenorizado sobre Galicia en 1910 de Alfredo García Ramos, los cerdos debían ser controlados y destacaba: "En los comienzos del verano, cuando las mieses se van dorando florecen los patatales y el maíz participa á desarrollarse, acostumbran a "cangar" los perros de presa, llamados vulgarmente de "palleiro", así como los cerdos, para evitar que puedan penetrar por las cancillas y subir a los muros, evitando el daño que podían causar en los plantíos. La "canga" es un medio yugo, que colocado en el cuello de los animales les impide mover con facilidad las patas delanteras y, por consiguiente, escalar los cercados. Todos cumplen con esta medida de policía general, y si alguno se olvida o descuida, pronto es requerido amistosamente por algún vecino o por el pedáneo".

En la ciudad de Pontevedra, una normativa municipal vigente en 1912 prohibía la tenencia de cerdos en fincas urbanas, en concreto el artículo 12 de la Ordenanza. Como a ningún convecino afectado parecía importarle mucho, el concejal Pedro García Fernández decidió tomar cartas en el asunto. Y el asunto de la higiene era que la ciudad de Pontevedra, en palabras del redactor de La Libertad, se había convertido en "una extensa cuadra donde existe una cantidad de cerdos que no hubiéramos nunca imaginado". El concienciado concejal "conminó con multas, y hasta notificó la de cinco pesetas a todos los dueños de cerdos, para que en un plazo determinado los retirasen de la población". Pero los aludidos, que eran muchos, se negaban a pagar la multa y a retirar de la ciudad dichos animalitos. Una rebelión en toda regla.

Parte del conflicto ciudadano se debía a que el recinto de la Casa Hospicio también albergaba cerdos y, aunque afectado por la medida, no había sido multado en igualdad de condiciones que el resto de los vecinos. Y con la misma, en prensa se publicó una extensísima lista de ciudadanos multados con cinco pesetas con nombres y apellidos por tener cerdos y no cumplir la norma.

En 1915 el coste de una cerda en Galicia oscilaba entre 60 y 200 pesetas. Precisamente ese año, durante la Primera Guerra Mundial un periódico se hacía eco de una noticia sorprendente ya que el Gobierno alemán destinó 200 millones de marcos para, "adquirir todos los cerdos que hubiera en Alemania, y cuyos dueños no pudieran alimentarlos a causa de la guerra".

María Rosa da Silva, hija del conocido jardinero portugués de Pontevedra Manuel da Silva, recuerda que Aurita Pintos tenía cerdos para cruce y otros de cría, adquiridos en la Misión Biológica, en su vivienda con terreno en la actual calle Eduardo Pondal. Zita Lorente explicaba entre risas que cuando era niña y vivía en la casa familiar que hoy es el colegio de las Doroteas, tenían también un cerdo en casa.

Irene Temes, durante el racionamiento, se desplazó de Pontevedra a Lalín en autobús para comprar uno vivo y así, después de pasar por el matarife, que en estos casos solía ser un carnicero, se preparó con sal en un saladero sobre una artesa para tener carne durante meses. También me cuentan que, en aquellos tiempos, en una finca con casa de la calle San Sebastián, en pleno casco antiguo, una familia hacía la matanza del cerdo todos los años, como era costumbre.

La actual normativa de la Consellería de Medio Rural y la de Sanidad permiten matar el cerdo en casa, con ciertos condicionantes. En algunas zonas todavía se sacrifica el cerdo en casa de manera que se evite el sufrimiento del animal; primero lo aturden y después lo desangran, pasando por un control veterinario en relación con la triquinosis, entre otras enfermedades. También se sigue la fórmula de sacrificarlo directamente en los mataderos, y así también se sigue con la tradición de hacer en casa los productos derivados para consumo propio.

Pese a todo, existen datos que reflejan que se realizan al año miles de matanzas que se escapan a la norma. Tanto es así, que a finales de 2020 la Dirección General de Salud Pública de Castilla-La Mancha alertaba de brotes de triquinosis debido a las matanzas caseras sin control veterinario.

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