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Prudencio Canitrot, entre óleos y tinta

Canitrot cumplía todos los parámetros del buen pontevedrés: era admirador de Rosalía, tenía muy bien sentido del humor, era un emprendedor incansable, veraneaba en Combarro y le encantaba su ciudad.

"Pontevedra, cuna de muchos cerebros privilegiados, se enorgullecía de este hijo suyo a quien veía ascender rápidamente hacia la gloria impulsado por la fuerza de su talento robusto y de su espíritu refinado". Así glosaba El Correo de Galicia a Canitrot. La poetisa Sofía Casanova le dedicó unos sentidos versos por su prematuro fallecimiento: "Para que siempre glorioso/su nombre de artista sea/nos a dejado sus "Rías/de ensueño" y su audaz "Suevia"/y las doradas estrofas/del amor en las aldeas".

Prudencio Canitrot Mariño, político, pintor, ilustrador, escritor y periodista, nació el 8 de enero de 1883 en la calle Princesa de Pontevedra. Hijo del político pontevedrés Prudencio Canitrot Argibay y de Carmen Mariño Villanueva, fue el sexto de nueve hermanos. Como concejal por el partido monárquico, su padre creó el cuerpo de bomberos de la ciudad en 1909, además fue un cirujano-dentista muy popular cuya clínica estaba ubicada frente al Liceo Casino.

La familia Canitrot llegó de la región francesa de Languedoc a Pontevedra varias generaciones antes que nuestro personaje. Como buen pontevedrés de la época Prudencio pasaba los veranos en una casa familiar en Combarro, puerto que estuvo muy de moda para estos fines. Prudencio de joven era un chico más bien reservado que con el tiempo le habló al mundo a través de sus cuadros y sus relatos. Se interesó fundamentalmente por la Galicia rural y por poner en valor su tierra: la Galicia olvidada.

Canitrot destacó de Pontevedra el gran sentido del humor, la galantería y también, según sus palabras, "aquel sabroso manjar de que se hace gran consumo en los pueblos pequeños que arrastran una vida tranquila, y que se llama murmuración (cotilleo)".

A finales de 1903 llegó a Madrid, después de un largo viaje de un año de duración por España, Portugal y Francia. Una vez en la capital del reino y sin dinero en el bolsillo, su amigo Andrés González lo recordaba así: "Portaba un traje de pana y un sombrero de pícaro. Con su caja de pintura al brazo, su bigote rubio de capitán flamenco... ", y prosigue: "Su interesante catadura no daba idea de que estuviera ayuno de manducatoria, pero sí de que la blanca no rebosaba de sus bolsillos amplios". La vida le llevó a dejar en un segundo término sus actividades artísticas y comenzar a trabajar como escribiente en el ministerio de Obras Públicas, lo que alivió considerablemente su maltrecha economía. A partir de este momento volvió a hacer lo que más le gustaba, escribir. Le abrió puertas el hecho de publicar con anterioridad su primer libro de cuentos "Cuentos de abades y de aldea" (1909), y supuso durante un breve lapso de tiempo el abandono de su actividad pictórica.

Instalado en la Costanilla de los Desamparados, participó en las tertulias madrileñas y estuvo en contacto con el Centro Galego en Madrid. Coincidió en esta ciudad con otros pontevedreses como Víctor Said Armesto, el pianista Carlos Sobrino, Ramón del Valle-Inclán, Manuel Quiroga, Emilia Pardo Bazán o la periodista, corresponsal de guerra y escritora coruñesa Sofía Casanova, con la que mantuvo una estrecha amistad. Esta red de contactos de Galicia le abriría las puertas de la colaboración en prensa, como escritor e ilustrador, lo que supondría una entrada más inmediata de dinero extra que el que le podía proporcionar la pintura.

Canitrot fue cofundador con su gran amigo Luis Antón del Olmet de la Biblioteca de Escritores Gallegos, una colección de libros en la que editaron a los mejores autores de Galicia. Colaboró con muchas publicaciones, entre ellas, "Galicia", la revista del Centro Galego, La Voz, La Correspondencia Gallega, Correo de Galicia, Los lunes o El Imparcial.

Viajero incansable, volvió algunos veranos a su querida Galicia para recorrer las Rías Baixas y las Rías Altas. Algunos de sus escritos narrativos durante estos viajes tienen el encanto poético de un escritor profundo, con un léxico variado, sugerente y evocador. El interesante relato corto que lleva por título "La Armadura" está ambientado en Vilaboa (Pontevedra) y versa sobre la misteriosa armadura de Don Antelo, un valioso recuerdo de sus antepasados: "Hubiera él mismo querido quitarle la herrumbre y el moho y hacer brillar su casco y su peto al sol, en el campo ufano de la victoria". Un relato fresco, directo y vivaz que resuelve el misterio de manera ingeniosa, al estilo de los clásicos del género. Otro interesante relato, "Ilusión" publicado en La Correspondencia Gallega en 1908, está ambientado en el pazo de Campelo (Pontevedra), una construcción del s. XVII.

Ganó premios en varios certámenes literarios y su primer libro de cuentos le dio la oportunidad de trabajar como periodista. Destacar como escritor obras como "Rías de ensueño", "Cuentos de abades y de aldea", prologado por Manuel Murguía y las novelas "La última pirueta", El Camino de Santiago o El señorito rural.

En cuanto a su producción pictórica destacar que realizó sus primeras obras a los dieciséis años sobre parajes de Pontevedra y con el paso del tiempo, como crítico de arte, se lamentó de la escasez de buenos pintores en Galicia. Decidido a aportar su granito de arena para promocionar a artistas gallegos con una exposición en el Centro Galego de Madrid (1912) que publicitó con este encabezado: "El arte gallego, huérfano de la protección y del estímulo á que tiene derecho por su historia y por el mérito de aquellos que actualmente la cultivan, atraviesa una época en que la indiferencia de todos le hace parecer como algo sin vida y sin prestigio", exposición que fue todo un éxito.

Prudencio Canitrot murió muy joven, como el poeta y periodista pontevedrés Albino Simán o el excelso dibujante Enrique Campo Sobrino. La causa de su muerte poco después de su cumpleaños, el 24 de enero de 1913, fue debida a la temida tisis (tuberculosis) que se manifestó durante su último viaje a Galicia; enfermedad hoy erradicada pero muy común en aquellos tiempos entre escritores y periodistas.

Tras su prematura muerte los homenajes se prolongaron más allá de una década después de su fallecimiento: "Cuantos hemos tenido la ocasión de tratarle, y los que hemos gustado de su prosa magnífica, no podemos acallar el dolor que el recuerdo de su muerte nos produce" (El Correo de Galicia).

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