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Teolindo, el último sereno

"El sereno de mi barrio/es un grandísimo embustero/por decir que son las once y cuarto/dice que son las once y lloviendo", así decía la copla a los serenos conocida como "la del Tururú".

El sereno era el encargado de vigilar las calles, atender el alumbrado público y abrir puertas desde el siglo XVIII. El Cuerpo de serenos se creó en 1765 y a partir de 1854 se unificó en uno que incluía el trabajo de sereno y el de farolero. Para llamar al sereno había que dar palmas, y quién no recuerda el canto de "las doce en punto y sereno". Los cometidos de los serenos eran muy variados como el de evitar robos, peleas, dar aviso de incendios, acompañar, atender cualquier llamada de auxilio y mantener silenciosas las calles.

Teolindo López López, nace en O Incio (Lugo) el 28 de febrero de 1928, vino muy joven a Pontevedra y se casó con Azucena Canosa Acuña, con la que tuvo cinco hijos. Era el sereno, o vigilante como dice él, de las calles de la Oliva, García Camba, Riestra y la plaza de San José.

Empezó a trabajar en 1950 en este oficio por las calles de Pontevedra. Recuerda que había otro sereno muy mayor en la "Plaza de la Estación", otro en la carretera de Ourense, que le llamaban "el Fugitivo" , y "un tal Sullieiro" en los soportales. Decidió ser sereno porque los guardias municipales ganaban muy poco dinero "y como sereno se podía ganar mucho más". Los serenos cobraban un recibo a cada cliente, que solían ser comercios y pensiones. Llevaba una gabardina y una gorra que todavía conserva.

Empezaba a trabajar a las once de la noche y terminaba a las cinco o seis de la madrugada porque tenía que despertar a los clientes de las pensiones a la hora que le pidieran. "Había quien me venía de noche a pedir cama", porque iba por las hospederías de su zona y hacía una lista con las camas libres para acomodar a quien lo necesitara. Por cada cama recibía una pequeña comisión.

Teolindo pasaba mucho tiempo en el Americano, "era el niño bonito del bar" según sus palabras. Una noche oyó pedir auxilio y cuando entró en el bar se encontró con que uno de Lérez estaba lanzando botellas a la cafetera Pavoni del Americano, Teolindo lo "zapateó en el suelo" mientras Eugenio, el propietario del local, pedía auxilio agachado detrás del mostrador. Al de Lérez se lo llevaron a la comisaría, "pero quedó la cosa en nada". Aunque pasaban clientes un tanto alegres, que terminaban liándola allí mismo, recuerda a muchos otros como a Xiraldo, el acordeonista de Estribela.

De los que pedían habitación le viene a la memoria El Roma, una pensión con bar, "donde paraban las artistas que venían a actuar en el Malvar". Recuerda las serenatas cuando los chicos les iban a cantar a las chicas que se iba a casar. Tenía "un fachón de llaves" de varios portales, "que pesaban más que yo", comenta sonriendo, y le llamaban para abrir la puerta, por ejemplo en el edificio de la Caja de Ahorros, porque arriba había viviendas. Una vez, dos chicos en pleno asalto a una farmacia fueron sorprendidos por Teolindo, que estaba "medio oculto" para ver lo que hacían. Cuando lo vieron echaron a acorrer por García Camba, "pero corrían ellos más que yo" y no los pudo detener.

Me cuenta una anécdota en la que estuvo presente durante unos carnavales con la Peña del Coliseum: un matrimonio, que la mujer sabía que el marido era "medio tal", y ella le dijo "yo no tengo ganas de ir a la peña ahora. Vete tú". Ella apareció disfrazada y se metió con su marido, sin que él la reconociera, él estaba todo ilusionado y cuando la quiso meter por una entrada que había para el Malvar, ella se sacó la máscara y le dijo "vamos para casa", zoquete, diría yo.

Teolindo deja el oficio en 1977, reconoce que el trabajo de noche, por el clima y la peligrosidad, era duro, "pero de aquella era lo que había". Pasa a la historia como el último sereno de Pontevedra.

Fuentes: Charla con Teolindo López y Faroleros y Serenos, de María del Carmen Simón.

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