CADA VEZ más episodios de sequía, temperaturas en tierra y en el agua más altas de lo normal, lluvias torrenciales, una tendencia mayor a grandes tormentas de granizo... la meteorología adversa que trae el cambio climático hace ya tiempo que pasa factura a sectores productivos con mucho peso en Galicia como el agroganadero y el pesquero, pero el problema ha empezado a saltar del sector primario al secundario –la industria– e incluso al terciario –el turismo–. Hay grandes empresas que pueden ver condicionada su actividad por cuestiones como la falta de agua y, de hecho, ya le ha ocurrido a la factoría de Ence en Lourizán. Una escasez de recurso que también puede espantar a los visitantes en caso de afectar a los principales destinos turísticos, lastrando una actividad que en verano multiplica la población de zonas como A Mariña o Sanxenxo.
Estos fenómenos cada vez más frecuentes y evidentes, como el cambio en el régimen de lluvias o en los mercurios, abocarán a los sectores afectados a adaptarse al nuevo paradigma e, inevitablemente, dejarán huella en la economía gallega.
En la pesca y el marisqueo, las alteraciones provocadas por el cambio climático hace años que empezaron a manifestarse. Una de las que más impacto tiene es la variación en la temperatura y la salinidad del agua por las olas de calor y los episodios de precipitaciones intensas. Tanto que amenaza las poblaciones de moluscos al comprometer el crecimiento y desove de almejas y berberechos.
La última evidencia la tenemos en la campaña marisquera en la ría de Noia, la peor de la historia. Y también la más corta. Se ha cerrado apenas diez días después de su inicio, cuando lo habitual era que durase unos seis meses. Las 1.600 familias que viven del sector se han quedado sin su fuente de ingresos.
La apertura de las compuertas del embalse del Tambre para liberar agua acumulada por la lluvia provocó la mortandad del marisco al reducir el nivel de salinidad, algo a lo que también contribuyeron las intensas riadas del invierno.
Cofradías y mariscadoras alertan desde hace tiempo que el mar está dejando de producir.
En tierra, el campo también sufre los giros en los patrones climáticos. La vendimia cada vez se adelanta más por el calor y la sequía, y la cantidad y calidad de la uva se ven mermadas por la meteorología. Los viñedos también sufren con las cada vez más comunes tormentas de granizo a las puertas del verano, enemigas de la fruta. Este año, el tiempo ha contribuido, además, a que la cosecha de castaña sea nefasta al propiciar los ataques de hongos e insectos. Y será una amenaza cada vez mayor para la producción de setas, de forrajes o para cultivos de huerta.
Y también para la actividad de determinadas industrias. La escalada en la intensidad del problema se ve con un ejemplo: el año pasado Ence tuvo que suspender por completo la producción de su fábrica de Lourizán durante tres meses y medio entre julio y septiembre por el descenso del caudal del río Lérez. La anterior vez que había tomado una medida similar había sido en 2017, pero entonces la reducción de la producción fue parcial y se aplicó en octubre. Este año paró al menos una semana. La pastera se ha marcado como objetivo rebajar su dependencia del Lérez ante posibles nuevos escenarios de sequía, una situación cada vez más frecuente que esta y otras empresas tendrán que tener en cuenta en sus previsiones.
Y eso que Galicia logra escapar a muchas de las olas de calor y los episodios de sequía que cuecen media España, lo que lleva a pensar que tendrá cada vez más imán para los turistas que escapan de las temperaturas extremas. Pero, la falta de agua, también puede ser un hándicap para atraer visitantes si llegan y hay limitaciones en el consumo o directamente prohibiciones. Y esto solo es el principio.