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El último hurra

LA PRUEBA de que no todo vale o de que el fin justifica los medios en campaña electoral, según se mire, la encontramos en la genial película de John Ford, El último hurra que se estrenó en 1958 y en la que Spencer Tracy encarna a un alcalde, que se presenta a la reelección, al que sus asesores le piden que cambie el método de hacer campaña para competir con su rival en las elecciones, un joven que está consiguiendo hacerse con las simpatías de los vecinos y que cuenta con el respaldo de los sectores más influyentes de la ciudad.

Salvando las distancias, la película de Ford nos muestra las diferentes formas de hacer las cosas entre la vieja y la nueva política. A modo de moraleja la escena final muestra a un hombre victorioso en la derrota y a otro, pese a estar rodeado de aduladores, derrotado en la victoria.

En la política actual, en una campaña como en la que estamos inmersos, algunos candidatos van más allá de la crítica y entran un terreno fangoso que en nada beneficia a unos y a otros porque lo que llega a la sociedad es que los políticos no están para servir a sus conciudadanos y mejorar sus condiciones de vida, sino para servirse y en algunos casos, los menos, enriquecerse.

Los escándalos de corrupción han dañado credibilidad de los políticos en un país en el que muy pocos asumen su responsabilidad y dimiten tras cometer un error, quedar en evidencia o ser investigados.

En España hay que creer en la presunción de inocencia mientras no se demuestre lo contrario o, lo que es lo mismo, hasta que haya sentencia firme y no dar crédito a los juicios públicos a los que a veces sometemos a nuestros políticos. Ellos también se merecen el beneficio de la duda.

Manquiña repetía una y otra vez, en Airbag, el concepto es el concepto y yo añado que el contexto es el contexto y es muy fácil descontextualizar una fotografía, un wasap, un correo electrónico, un SMS o una grabación telefónica, un sondeo sociológico o un resultado electoral.

En las últimas elecciones, por poner un ejemplo, todos parecían haber ganado aunque los resultados decían que no. El PP fue el partido más votado, ganó las elecciones, pero con mayoría insuficiente. El PSOE cosechó un peor resultado que en diciembre, pero Pedro Sánchez no sólo no asumió su derrota sino que está sondeando la posibilidad de ser presidente con 85 escaños para mantenerse al frente del partido socialista. Podemos y Pablo Iglesias vieron frustradas sus aspiraciones, pero tampoco en este caso han hecho el necesario acto de contricción. Los que mejor han manejado los números han sido los Ciudadanos de Albert Rivera porque sabiendo que sus escaños suman, pero no llegan han sabido rentabilizarlos al ofrecerse tanto a PSOE, en diciembre, como a PP el pasado mes de agosto.

En definitiva, a la nueva política (Ciudadanos y Podemos) y a la vieja (PP y PSOE) les sucede lo mismo que en ‘El último hurra’ que unos consiguen una derrota en la victoria porque sus resultados no le permiten su idea inicial de cambiar los antiguos planteamientos ni a los líderes de lo que denominan casta, mientras que los otros salen victoriosos en la derrota porque siguen siendo la única opción valida de gobierno que ven los ciudadanos.

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