Blog | Ciudad de Dios

A cenar

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"¡Te has convertido en una maestra del engaño y la maquinación!", le grita Carmela Soprano a su hija Meadow cuando esta intenta acceder a la casa familiar forzando una ventana. Ha salido al jardín armada con una AK-47 y en compañía del padre Intiltola, un cura con el que mantiene una extraña relación psicoafectiva: ella está medio enamorada, o cree sentir algo, mientras él apenas se aprovecha de su condición de mentor espiritual para comer y cenar de gorra. "No puedes fingir, mentir, engañar y romper las reglas que no te gustan", insistirá más adelante.

No debe resultar sencillo eso de educar a una hija adolescente cuando tu marido se dedica a la gestión de residuos, sin duda uno de los eufemismos más utilizados y reconocibles en la historia de la televisión. Tienes el ascendente de autoridad que te concede la gestación, el parto, los primeros años de crianza... Pero los niños crecen y la gente habla. Para cuando Carmela intenta marcar los límites de lo que está bien y lo que está mal a la caprichosa Meadow, la vida que ha ido construyendo junto al jefe de la mafia de Jersey ya le ha pasado por encima, ya no hay vuelta atrás. Y es ese momento, el de la AK-47 y la reprimenda delante del cura glotón, el que certifica la lejanía existente entre madre e hija, pero especialmente entre las relaciones que Carmela pretende y la realidad.

Había mucha gente así manifestándose frente a la casa del pueblo de Ferraz esta semana. Y no me refiero a mafiosos italoamericanos o a sus familias, no. Hablo de esas personas que creen situarse en un plano de superioridad moral muy alejado del que tienen adjudicado por méritos propios, que una cosa es erigirse en defensor último de la patria y otra muy distinta que te crean. "Nos han gaseado por putodefender España", se lamentaba un muchacho apesadumbrado y con ese flequillo tan característico entre quienes no han dado un palo al agua en su vida por razones de edad. A su lado, con el mismo corte de pelo y un palmo menos de estatura, un amigo suyo meneaba la cabeza arriba y abajo como si su vaivén cervical contribuyese a espantarse el picor de ojos y el dolor del alma. "Por suerte estamos en la OTAN", le digo a un amigo medio cayetano que me ha enviado el vídeo por WhatsApp con intención de polemizar y pasar un buen rato.

Este tipo de protestas tienen un denominador común a lo largo y ancho del mundo, no son un invento ni una rareza española. Aquí las hemos vestido de indignación contra una posible ley de amnistía, pero lo cierto es que todo se reduce al viejo principio del "quítate tú que me pongo yo", el abecé de la política desde que el mundo es mundo. En EE. UU. alegaron fraude electoral, lo mismo que en Brasil. En Colombia, el llamado Estallido fue desencadenado por una reforma tributaria y en Italia echaron mano de los migrantes, la crisis económica y la desafección por el proyecto europeo: si uno busca, siempre encuentra un motivo para salir a la calle y creerse en posesión de la verdad, la bandera y unas ciertas condiciones para la lucha callejera que se desvanecen como un azucarillo en el café tan pronto como los antidisturbios echan mano de la porra.

Una criba visual entre los asistentes nos da una idea de lo que allí se encontraba. Se dejaron ver Santiago Abascal y hasta Ignacio Garriga, que ya aprovechó aquellos saraos antiokupas de Barcelona para hacerse fotos con la chavalada y entonar consignas propias de otras épocas. También Esperanza Aguirre, que animada por el periodista Javier Negre se lanzó a cortar la calle para la foto con su característico plumífero rosa de campaña. Y a partir de ahí, pues ya saben: un poco de todo. Gente de bien que no comprende por qué se negocia una ley de amnistía a cambio de un puñado de votos. Más gente de bien que no entiende nada. Otra gente no tan de bien y, por supuesto, algunos personajes de tinte cómico como el rockero chepudo, el falangista de la birra y el legionario reumático, grandes clásicos del imaginario ultra madrileño que no pierden la ocasión de dar la cara por Franco, por Tejero, por España, por aburrimiento o por lo que sea. En ese barco se están subiendo, insisto, gente buena que no termina de comprender la gravedad de acosar las sedes de un partido histórico y perfectamente democrático como el PSOE.

La futbolización de la política es imparable, de ahí las bengalas y el malestar con la policía desplegada para contener esa furia indiscriminada que lo mismo canta contra el moro que contra el catalán, el rojo o la mismísima Constitución. "Piolines, de mierda. Os tendrían que haber tirado al mar", les gritaban a quienes hasta ese momento consideraban de los suyos: los policías. Para muchos es un mazazo descubrir que los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado no están para reírles las gracias ni rellenar pequeños agujeros afectivos que, por lo que fuere, se acumulan con el tiempo.

"Mi padre es un héroe", le dice Anthony Soprano Jr. a una compañera de clase cuando el coche de su profesor aparece por sorpresa en la misma plaza de aparcamiento donde fue robado. No hay rastro de sus efectos personales, el coche es de otro color y está recién pintado, las placas de matrícula parecen manipuladas... Todos saben lo que ocurre, pero nadie está dispuesto a sacar al chico de su error. Lo hará su madre más adelante, cuando intentando negar la propia naturaleza de la familia se encuentre bordeando un barranco que muchos podrían llegar a confundir con la propia patria. ¿La suya? Sí. Pero también la nuestra, aunque a algunos no nos duela tanto. A fin de cuentas, y como el padre Intiltola o el propio Abascal, nosotros solo hemos venido a cenar y un poco por salir en la foto.

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