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Bien jugado, Gladys

GLADYS ES una orca, empecemos por ahí. También es una prima mía, pero esta semana nos interesa ocuparnos, en exclusiva, del mamífero marino que está sembrando el terror entre los veleros que navegan por las aguas próximas a Gibraltar. La noticia, no por esperada, causó una cierta conmoción entre las gentes adineradas que surcan los mares como parte de sus horas de ocio. "¿Acaso no teníamos bastante con el acoso de la extrema izquierda y la prensa bolivariana que ahora también se nos rebela el pescado?", pensará más de uno mientras pone el caviar a enfriar. ¿Y por qué digo que la noticia era esperada? Pues por diversos e interesantes motivos que seguidamente pasaré a detallar.

Maruxa
Maruxa

Hablemos de venganza, por qué no. Los mismos científicos que la bautizaron con el nombre de mi prima llevan tiempo siguiendo los pasos del inteligente cetáceo, robusto, hidrodinámico e inteligente como pocas especies marinas. A Gladys, la orca, han tratado de darle caza en diversas ocasiones con resultados nefastos para todos, especialmente para los dueños de veleros que ahora están pagando algunos de sus traumas. También conocidas como ballenas asesinas —reconozcamos que a los humanos nos gusta el morbo más que ellas una sardina—las orcas nos han fascinado durante siglos. Hermosas e imponentes, las orcas se convirtieron en un excelente botín de pesca por el alto valor que generaban en los parques temáticos donde se las entrenaba exhaustivamente para formar parte de impactantes espectáculos. Con Gladys, la jugada les salió regular a unos pescadores con menos escrúpulos de los habituales. La memoria, tan vapuleada en según qué ámbitos políticos y sociales, también juega un papel importante en este caso.

La memoria colectiva, la memoria trasladada de unas orcas a otras a modo de herencia y aprendizaje. Si usted ha visto Liberad a Willy, como yo, sabrá de lo que hablo. "Bueno, coño: es una película", alegarán más de uno y más de dos. También es una película Braveheart y ahí tenemos a muchos de nuestros políticos creyéndose William Wallace en cuanto se toman dos wiskis. Lo cierto es que Willy se llamaba, en realidad, Keiko. Y su historia es autobiográfica, pues ella también vivió durante años en los tanques cerrados tras haber sido capturada en las costas de Islandia y trasladada a un parque temático. Como en la película, Keiko fue liberada en 2012, pero tantos años de confinamiento habían causado verdaderos estragos en sus instintos. No logró adaptarse a la vida en libertad y murió un año después: descansa en paz, querida Willy; nunca te olvidaremos.

Las orcas han demostrado una capacidad de aprendizaje —insisto— fuera de toda duda y la propia Gladys parece haber enseñado a otros miembros jóvenes de su familia el noble arte de destrozar timones para dejar pequeñas embarcaciones de recreo a la deriva. También han aprendido a localizar objetivos asumibles: las orcas saben qué guerras pueden librar y cuáles no pues, que yo sepa, de momento no han optado por enfrentarse a un buque de guerra, un narco submarino o un petrolero. Como los grandes depredadores, incluido el ser humano, las orcas estudian y seleccionan sus objetivos atendiendo al porcentaje de éxito que consideren en cada ocasión. "¿Saben las orcas calcular porcentajes, entonces?", preguntarán otra vez los más reticentes a comprar estas teorías. ¿Y ellos? ¿saben ellos calcularlos? Yo no, lo reconozco. Y aquí estoy, escribiendo en una cabecera de prestigio mientras Gladys y su familia son consideradas unas vulgares terroristas, cuando no unas ignorantes.

Y luego está la naturaleza rebelde de las orcas, que anteriormente ya se había manifestado en distintos parques acuáticos alrededor del mundo: inteligentes y poderosos, estos animales han demostrado su capacidad para desafiar las limitaciones impuestas por la cautivad o el acoso en sus hábitats naturales, escuche. Así es que, si las orcas viviesen como adolescentes de Pontevedra, por poner un ejemplo, en sus habitaciones todas tendrían un poster de Tillikum, una orca macho que en 2010 protagonizó un incidente espeluznante en el parque Sea World de San Diego. Deprimida y estresada por las condiciones de vida rutinarias a las que se veía sometida, Tillikum decidió arrastrar a Dawn Brancheau, su cuidadora, al fondo de la piscina, donde murió ahogada. Nadie supo jamás las verdaderas intenciones de Tillikum, pero su decisión desató un fortísimo debate que ha impulsado a muchos países y organizaciones a poner coto a la proliferación de parques semejantes, con lo que se ha logrado una cierta normalización de las condiciones de vida para las orcas en libertad.

Consideraciones biológicas aparte, lo de Gladys le ha venido fenomenal a una izquierda anticapitalista que estos días se lamía las heridas tras una jornada electoral de las que aconsejan olvidar. Que a Gladys le guste atacar a los ricos, que es lo mismo que le gusta hacer a Ione Belarra o a Alberto Garzón, se ha convertido en un reclamo a explotar en las redes sociales, pues menudos son los community mánager de las formaciones políticas a la izquierda de la izquierda del PSOE. Todo les vale, esto ya es de siempre, así que una imagen tan potente como un animal de película destrozando el Pitita II, por decir algo, es un caramelo demasiado goloso como para dejarlo sin morder, chupar y masticar. ¿Se podría decir que lo que Gladys y sus amigos han estado haciendo estos días es Sumar? Se podría y se dirá, no tengan ninguna duda, que para eso ha convocado Pedro Sánchez unas nuevas elecciones en plenas vacaciones: para que no se nos muera ningún español ilustre mientras lleva su barco —con sus cosas— desde La Línea de la Concepción hasta Gibraltar. Bien jugado, Gladys. Bien jugado, Pedro.

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