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Carta de un nuevo rey al más allá

Carlos III
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Queridos padres:

Os echo de menos. En especial a ti, madre: la pérdida es tan reciente que todavía no he tenido tiempo de expiar ese primer dolor, acaso el más sofocante y angustioso de todos. Como era de esperar, esta colla de motherfuckers no me da cuartel, y las obligaciones propias de mi nuevo estatus me impiden, al menos de momento, afrontar el duelo como lo haría cualquier otro ser humano. Ni tiempo para llorarte tengo, todo el día de aquí para allá, todo el día rodeado de gente que me dice lo que tengo que hacer, lo tengo que decir, lo que tengo que sentir… Intentaré, por el bien de la corona y el buen nombre de nuestra casa, aguantar el tirón sin arrojar a nadie por la ventana que es, sinceramente, lo que más me apetece ahora mismo.

Odio profundamente a los periodistas, nada que deba sorprenderos a estas alturas. Siempre los he visto como una manada de chacales que agitan sus colas erizadas en cuanto huelen la sangre, pero lo de estos días pasa de castaño oscuro a casi negro. Las cosas que dicen y escriben sobre mí por limitarme a ser rey! El otro día, sin ir más lejos, salieron en tromba a criticarme por ordenar a un lacayo que moviese un tintero, como si esa no fuese su función. De repente, quieren que haga de rey y de sirviente, que usurpe las labores del servicio y me ponga a cocinar tartas o a planchar cortinas, qué sé yo. Me provocan un profundo asco, no lo puedo evitar. Los haría fusilar a todos al amanecer y creedme que sería feliz, esta vez sí, de apretar yo mismo el gatillo, gacetilleros de tres al cuarto… Me pregunto en qué tipo de colegios se habrán formado para no distinguir entre los buenos modales y las obligaciones propias de un convenio colectivo. 

En otro orden de cosas, los chicos están bien. Demasiado bien, diría yo, pero cada uno soporta el dolor a su manera. El mayor, sospecho, intuye que su momento se acerca y parece empeñado en ir tomándome las medidas por los pasillos, siempre pegado a mi real sombra como esas serpientes que se estiran junto a la presa dormida para saber si serán capaces de engullirla. Me pone enfermo verlo pasear de aquí para allá estrechando manos y regalando sonrisas como un futbolista, como si los derechos dinásticos fuesen un concurso de popularidad. Qué razón tenías, padre, cuando decías que es igualito a su madre… Pues una cosa te digo: ojalá estuviese aquí para verlo calvo y, espero que en este punto, sepas disculpar mi pequeña malicia. Lo quiero, no me malinterpretéis, pero se sigue comportando como si fuese el guapo querubín de las portadas del Hello! cuando, en realidad, con esa horrible cortinilla, parece un empleado de banca sin mayores aspiraciones que ir los domingos al campo de fútbol.

El otro, el pequeño, se porta mejor. Ya sé que a vosotros os ponía de los nervios, pero es un chico bueno y agradecido, sin mayores pretensiones en la vida que disfrutar de cada momento y trabajar lo menos posible. ¿Quién se lo puede reprochar? Yo, no. Tengamos en cuenta que ha vivido toda su vida a la sombra del mayor y que nunca encontró del todo su sitio, seguramente por culpa mía, que no supe cuidarlo y educarlo como debiera. Que fuese el favorito de su madre tampoco ayudó, pero eso no es culpa del chico. Su mujer sigo sin saber cómo se llama, por cierto se muestra cariñosa con todos nosotros en estos momentos de zozobra. Ayer mismo, retirado a mis aposentos, ordené que me buscasen en Netflix la serie esa de televisión en la que trabajó hace un tiempo. Apenas vi medio capítulo antes de quedarme dormido, pero ella luce imponente en la pequeña pantalla. Polémicas de revista aparte, parece que se llevan bien y eso es lo más importante, aunque resulte imposible saber lo que ocurre en una pareja cuando los ayudantes de cámara cierran las puertas de las respectivas alcobas.

Mi esposa aguanta, es una campeona, un auténtico percherón. No es que quiera echaros nada en cara pero imaginad a la otra metida en semejante fregado, todo el día firmando cosas, recibiendo visitas, soportando interminables homenajes a vuestra merced… Me la imagino vomitando por las esquinas y comiendo alguna barrita energética para no perder la figura: era como un pajarillo. Algunos de nuestros súbditos, por cierto, insisten en despreciarla, en vilipendiarla, en insultarla amargamente… Pero, por lo que a mí respecta, se pueden meter sus lamentos y objeciones nostálgicas por dónde les quepan: será mi reina y, mal que les pese, también la suya.

Os dejo por ahora: nuevamente me reclaman para seguir firmando papeles. Ayer mismo, el pequeño hizo un chiste muy bueno durante la cena. "¿Por qué tienes que firmar tantos documentos, papá?", dijo el muy canalla. "Acaso la abuela no dejó pagados todos los recibos de la funeraria?". Tendrías que ver cómo nos reímos, mayordomo y primeros lacayos incluidos, para que luego digan que somos así o asado. A veces pienso que esto de ser rey no compensa, que era más feliz inaugurando escuelas y explicando a los niños que yo no era el príncipe de las galletas, aunque lo pareciera. Eran buenos tiempos y ahora comprendo una buena parte de vuestros consejos. Cuidaos mucho allá donde estéis, lejos de los periodistas, los republicanos, los separatistas, los franceses, los españoles y todo el ruido que tanto daño nos hizo como familia.

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