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Cómo matar a tu familia

Los ingleses son un pueblo de otro mundo, de otra pasta, por eso comen lo que comen. Hace tiempo leí una teoría que relacionaba diferentes tipos de alimentación con otros tantos modos de entender el humor, pero ya no recuerdo las conclusiones, así que me limitaré a señalar lo evidente: que la famosa flema inglesa tiene mucho que ver con el repollo cocido y el pescado frito, con esa coraza hecha a medida para un pueblo que ríe por no llorar de hambre. Y como también son duchos en sastrería, vaya como muestra un pequeño botón.

Esta misma semana, en Londres, unos libreros malnutridos decidieron adornar sus escaparates con dos novedades editoriales que parecen escritas a la par, aunque nada tuviesen que ver la una con la otra, al menos hasta ahora. El sarcástico bodegón lo encabezan varios ejemplares de Spare, la polémica biografía del príncipe Harry, combinados a conciencia con otros tantos volúmenes de la nueva obra de Bella McKey que lleva por título How To Kill Your Family o, en cristiano, Cómo matar a tu familia: emulando al jurado de un famoso programa de televisión, solo me queda decir que para mí es un sí.

En un documental estrenado recientemente se repite una imagen que dice mucho sobre el protagonista de la semana: Harry, al que en España llamamos Enrique con una familiaridad espantosa -nadie dice Enrique el Sucio, por ejemplo, o Cuando Enrique conoció a Sally-, aparece en pantalla con el cuello de la camisa desabrochado y ese aire de lord canallita que tanto debe gustar en los ambientes más exclusivos de la Commonwealth. Es una advertencia de que estamos frente al hombre, no frente al príncipe, y también un recordatorio de lo alejada que vive cierta gente del mundo real, convencidos por asesores y estilistas de que dos botones sin prender son todo lo que necesitan para disfrazarse de ciudadanos de a pie, de gente corriente, a la vez que pudiente: nada se deja al azar cuando uno pretende contar al mundo lo dura y azarosa que resulta la vida en palacio. 

Es un Harry quejoso, apesadumbrado, casi devastado porque su familia nunca entendió a su madre y tampoco lo entienden a él, que es el vivo retrato de algún recordatorio molesto para la familia real británica. "Como yo, mi madre quería ser libre y eso jamás nos lo perdonarán", dice en un momento bastante incómodo del documental, agarrado a la mano de su mujer como si temiera caerse de la atracción en la que voluntariamente —y a golpe de máquina registradora, clin, clin, caja— se han montado. Y es en esa herencia vital y sentimental que Harry dice haber recibido de la difunta Lady Di donde comienzan sus contradicciones pues, de la otra herencia, la que le pagó la manutención, los estudios y todos los excesos, no dice nada un muchacho que llegó a presentarse disfrazado de nazi en una fiesta palaciega y ahora pretende culpar de aquello a su cuñada. 

Porque otra de las cosas que Harry cuenta en sus memorias, para pasmo del personal, es que William, su hermano mayor y actual heredero al trono, le pegó unas hostias en cierta ocasión: bienvenido al mundo real, mi príncipe. Los hermanos mayores llevan ajusticiando a los pequeños desde que Pedro, el apóstol, le calzó un zapatillazo a Andrés camino de Jerusalén, hace ya tanto tiempo que apenas se habla de aquello. Habrá que estudiar con suma atención su relato, pero no parece que ni con una docena de revelaciones semejantes vaya a ser quien, nuestro Enrique, de revertir esa fama de niño malcriado, pendenciero y melodramático que arrastra desde que las revistas del corazón comenzaron a dar cuenta de sus andanzas. 

También dispara Harry contra el papel cuché y los tabloides, a quienes acusa de poco menos que arruinarle la vida, lo cual no deja de tener su gracia cuando lo hace públicamente, exponiendo su intimidad y la de su familia a cambio de una morterada indecente de dinero. O eso pensamos nosotros con nuestra mentalidad de plebeyos. Quizás, y solo quizás, todo suene diferente en esa cabecita suya que ni la estricta educación de Eaton pudo amueblar, pelirrojo atribulado que combate el fuego con fuego en esta espiral catártica de donde las dan, las toman. "Maté a veinticinco talibanes en Afganistán", revela en otra parte del libro para insistir en su faceta de luchador incansable y garante de los valores occidentales: soldadito marinero, conociste a una sirena. 

El alcohol, sus escarceos con la cocaína, el ghosting de su familia hacia Meghan Markle, su esposa, por ser "americana, actriz, divorciada y mulata", en ese orden… De todo eso tira Harry para hacer caja y distanciarse de un estilo de vida, el de la realeza, que no abandona del todo en sus ratos libres, no vaya a terminar por perderse entre la burbujeante burguesía sin que nadie vaya a buscarlo. "Lo decían sin ambages. Yo era la sombra, el actor secundario, el plan B", acusa Harry a los suyos. También a su abuela, recientemente fallecida, aunque nada hace sospechar que fuese por culpa del Principito 2.0, por más que algún librero cachondo y desdentado se empeñe en deslizarlo. 

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