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Desembarco del rey

Ni Sangenjo, ni Sanxenxo: "Desembarco del rey", escribió el tuitero @LordoLordor a principios de semana. Se hacía eco —con extrema gracia, qué envidia— de las continuas informaciones que especulaban sobre la visita del rey emérito al municipio vecino, informaciones que el propio don Juan Carlos no ha desmentido llamando al teléfono de aludidos de ‘Espejo público’, como en otras ocasiones, por lo que entendemos que son ciertas. "Aquí está todo preparado, pero hasta que no haya confirmación oficial, prefiero ser cauto", explicaba Pedro Campos, uno de sus más íntimos amigos, a la revista Vanitatis este pasado martes. "Es la regata de la Copa de España. Es la última antes del campeonato del Mundo. Esta vez sí me creo esa posibilidad de contar con la presencia de don Juan Carlos en Sanxenxo". Acabáramos: todos pensando que esta especie de exilio suyo era una cuestión de Estado y al final va a resultar que lo que necesitaba eran estímulos, alguna actividad extracurricular interesante para que le mereciera la pena el viaje.

En cualquier caso, el misterio ya habrá sido resuelto a la hora en que usted, estimado lector, lea tan humildes líneas. Esta es una columna de fin de semana que se escribe a golpe de martes —a veces de miércoles— por una razón muy sencilla: mis editores no se fían de mí. Y hacen muy bien, pues el compromiso original indicaba que los textos deberían estar sobre sus mesas los lunes y, como ven, ya les he regateado dos días. Que a nadie le quepa la menor duda de que si ahora mismo me comprometiese a entregar puntualmente el próximo viernes, pongamos por caso, es muy probable que la siguiente entrega de este irregular Ciudad de Dios formase parte de una recopilación póstuma. Pero vayamos al grano: el regreso del emérito a España, el desembarco del rey en ‘Desembarco del rey’.

Si usted es republicano —está en su derecho, solo faltaría— el análisis no da mucho más de sí: que si la monarquía es un anacronismo, que si Franco lo dejó todo atado y bien atado, que si lo bien que afeitaba Robespierre… Cero sorpresas. En cambio, si usted es monárquico, la cosa no está tan clara.

Desde hace un tiempo vengo observando que en dicha trinchera no están las filas tan prietas como cabría suponer. Sobre el papel, todos se declaran defensores de la monarquía parlamentaria como el modelo de gobierno que nos dimos entre todos —unos más que otros, la verdad sea dicha—, pero en cuanto se apagan las luces y se guardan los taquígrafos empiezan a aflorar todo tipo de rencillas entre los autodenominados juancarlistas y los más estrictos felipistas.

Algo empezamos a intuir cuando Jaime Peñafiel se fue a la guerra contra la reina doña Letizia, apenas una becaria en la Zarzuela por aquel entonces, pero la cosa ha ido cuajando en una auténtica contienda donde el veterano periodista ya no pinta gran cosa, desplazado por otras voces más juveniles, más coquetas, que acusan al actual monarca de no haber tratado a su padre con el debido respeto.

Al ‘juancarlismo’ lo reconocerá usted porque en el debate sobre las posibles correrías del antiguo monarca suelen nombrar a Eta y a Esquerra Republicana de Catalunya. Pedro Sánchez, que para ellos es el diablo vestido de Prada, habría maquinado en secreto con Josu Ternera y Gabriel Rufián para comerle la cabeza al rey Felipe y lograr, así, la expulsión de don Juan Carlos por un quítame aquí esas sospechas, un exilio indecente que podría terminar en guerra civil como al emérito se le ocurra morir fuera de España. "¿Qué pasaría entonces?", claman al cielo mientras afilan los sables y ensillan sus caballos. Pues hombre… Yo tengo un primo que se murió en Argentina y, la verdad, no pasó gran cosa. Su madre y hermanos lograron repatriarlo, después de mucho papeleo, pero de ahí al cisma nacional medió un abismo. ¡Y era de Marín, no un cualquiera!

Semanas atrás, una nutrida delegación del juancarlismo más reconocible se plantó en Abu Dabi para visitar al patrone. El estandarte lo portaban sus dos hijas, las infantas, y algunos de los nietos de don Juan Carlos, aunque no todos ellos, la enésima evidencia de que el mediático Froilán es, básicamente, un hedonista y un froilanista. Del encuentro trascendió una fotografía que a mí, qué quieren que les diga, me reconcilió en cierta manera con el viejo rey. Lo vi muy mayor, convertido en un abuelo de manual, lo que por pura educación me incapacita para mostrarme inflexible con él, para juzgarlo por sus errores sin atender a esas arrugas tan profundas que le confieren una cierta patente de últimas voluntades.

Los visitantes, cuyas prebendas dependen ahora del actual monarca, escenificaban así una cercanía con el anterior cabeza de familia que Felipe IV no ha podido —o no ha querido— concretar en su reciente visita al emirato: al parecer, habrían quedado de verse aquí, en España.

Yo soy de los que creen que estas rencillas, si es que de verdad existen, se acabarán arreglando algún día. A fin de cuentas, la familia es la familia: aquí y en Tombuctú, diga lo que diga un Jaime Peñafiel al que imagino atrincherado en un saloncito de te inglés como aquel soldado japonés que se pasó cuarenta años manteniendo la posición y negando el final de la Segunda Guerra Mundial. "Al rey Juan Carlos lo echaron entre todos en complot con Letizia, que lo odia", declaró la semana pasada en una entrevista lastimera para El Español. Y si ustedes, como yo, son fanáticos de Juego de tronos, no hará falta recordarles que es así como alimentaban su odio los Targaryen. A ver quién se juega los bigotes a que @ LordoLordor no sea, en realidad, la cuenta secreta del incombustible Peñafiel para hacer, en público, los chistes que no le permite su condición de soldado.

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