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De la Discoplay al Resurrection Fest

LO MÁS parecido a un festival de rock que teníamos en Campelo eran aquellas mañanas de sábado esperando la revista Discoplay. Desde primera hora de la mañana formábamos en corrillos irregulares junto al buzón de correos, a la caza del cartero, todos enfundados en camisetas negras, zapatillas de imitación y trazas de ansiedad perfi lándonos el gesto. ACDC, Rancid, Biohazard, Iron Maiden, Sepultura, Toy Dolls, Soziedad Alkoholika, Metallica, Ratos de Porao, Sex Pistols, Kreator… Pocas bandas se quedaban fuera de aquella demostración de fidelidad y excelente coordinación pues, salvo en contadas ocasiones, nadie compartía estandarte con los demás. "Una banda por cabeza" parecía rezar el primer mandamiento de nuestras leyes no escritas. Algunos días era necesario volver dos o tres veces a casa para mudar el atuendo y no ganarte un par de hostias a la ligera. Así comenzamos a forjar nuestro carácter de tribu agraria, en modo pausa.

Formábamos una especie de pasillo para despedir al cartero con gritos de ánimo y algún empujón, una lección impagable sobre el caos hermoso y el movimiento perpetuo que exige el rock n'roll

Resu 2017​El propio buzón era un museo de iniciales, calaveras y otros símbolos satánicos, a menudo rallados con clavos por falta de rotuladores, pero una advertencia notoria sobre las inclinaciones musicales de la canallada. En sus primeros días, cuando lo instalaron, lucía un color amarillo corporativo y cierto lustre urbanita, pero en poco tiempo lo fuimos acomodando a nuestros propios gustos y exigencias paisajísticas. Nuestros primeros ramalazos de expresión artística lo perpetramos en él y durante el tiempo que permaneció allí se convirtió en un monumento de cierto interés cultural para los pocos turistas que terminaban pasando las vacaciones estivales en el pueblo. Hoy sería considerado una reliquia pero la modernidad y el capitalismo hacen estragos en las aldeas. Lo cambiaron por uno verde, chato y funcional. Además, en cada casa lucen hoy no menos de tres receptáculos por fachada: uno para el correo ordinario, otro par ala publicidad de Telepizza y el último para el pan. 

El cartero aparecía por la cuesta del lavadero sobre una Vespa antigua, negociando curvas con escaso criterio y el pitillo siempre en la boca, humeante. Como un ejército bien entrenado nos poníamos en posición esperando turno: los más fuertes y altos delante, los más canijos detrás; así funcionaba entonces nuestra joven democracia. Evidentemente, podías tratar de hacer valer tus derechos y alegar que alguien se había colado, o que vivías dentro del propio buzón, pero las explicaciones que recibías nunca eran satisfactorias y por el mismo precio conservabas los dientes. Total, había revistas para todos. Una vez servidos, formábamos una especie de pasillo para despedir al cartero con gritos de ánimo y algún empujón, una lección impagable sobre el caos hermoso y el movimiento perpetuo que exige el rock n'roll. 

Revista en mano nos dispersábamos en grupos, casi a modo castas. Cada cual tenía su zona de confort en la que sentarse junto a la auténtica pandilla y zambullirse en la literatura que componían las portadas de los discos, las camisetas, los complementos de cuero y demás oferta que la publicación madrileña compartía con los chicos de provincias. En mi caso concreto, mirar la Discoplay se convertía en todo un ejercicio de imaginación pues se me crio en colegios de pago, a modo de niño bien. El pelo largo, los tatuajes, los pantalones pitillo y demás aspiraciones estéticas deberían esperar a la mayoría de edad. No fue casualidad que al examen práctico para sacar el carnet de conducir me presentase disfrazado de Axl Rose, para pasmo de Fernando, el de la autoescuela. Me salté el primer Stop y la examinadora me miró con cara de estribillo: "Welcome to the jungle, imbécil".  

El cartel de la presente edición está lleno de oscuros objetos de mi deseo como los suecos Ghost o Stone Sour

Estas y otras rocambolescas historias de pasión temprana son las que acuden a mi encuentro cada vez que cruzo el umbral del Resurrection Fest. Aún con todas las comodidades que ofrecen este tipo de festivales la actualidad, uno no puede evitar sentirse como un animal en medio de la jungla, un perro salvaje y desatado que corre de aquí para allá sin rumbo fijo ni motivo aparente. Las primeras guitarras suenan a llamada de la madre naturaleza, casi sientes el impulso de irte a casa y merendar, pero terminas situado frente a algún escenario, mostrando los cuernos y dejándote embestir por la familia. Podrías estar en la playa con otros amigos, leyendo un libro de Nick Hornby a la sombra de un parque e incluso redescubriendo el sexo con tus tres primeras novias, todos en la misma cama, pero quieres estar allí. No existe otro lugar para ti en ese momento. Dice James Hetfield, guitarra y vocalista de Metallica, que los amantes de la distorsión y los ritmos acelerados "llevamos un ratón en el oído al que conviene alimentar". El mío engorda varios kilos cada año, al regresar de Viveiro.

El cartel de la presente edición está lleno de oscuros objetos de mi deseo como los suecos Ghost o Stone Sour. Algunos llevamos años esperando la presencia de Corey Taylor en la Mariña lucense, ese primo de fuera al que te apetece llevar a comer pulpo para que luego lo cuente en Des Moines, Iowa. También disfrutaremos del rap metal de Prophets of Rage con Tom Morello a la cabeza. Rendiremos tributo a dinosaurios casi extinguidos como Dave Mustaine y encenderemos nuestros mecheros con alguna balada de Scorpions porque, sí: los rockeros todavía usamos mecheros. Y perderemos, por supuesto, la cabeza con KISS, que debe ser algo así como ver a tus padres o abuelos llevando la vida que siempre soñaste para ellos. Overkill, Exodus, At The Gates, God is an Astronaut… Son tantas las bandas que uno pretende disfrutar y fi jar en la memoria que dan ganas de quemar el DNI y declarar al mundo entero que te faltan unos meses para cumplir los 21.

Echaré de menos a Pablo, como siempre, pero le perdono que nos haya dejado para irse de gira perpetua con Lenny, de Motörhead. Los tendremos a ambos de nuestro lado, al menos en espíritu: no puede ser casual que semejante romería de los riff s fuese bautizada como Resurrection Fest. 

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