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Intelectual por definición

Cayetana Álvarez de Toledo pasa por ser una intelectual contrastada de nuestros días

Un intelectual es, por definición, un cretino que se entretiene con el estudio y la reflexión crítica de cuanto le rodea con ánimo de influir en los demás, de ejercer una cierta autoridad. Si usted, estimado lector, se molesta en acudir al diccionario buscando confirmación, descubrirá asombrado que ni la RAE ni la RAG se atreven a tachar de cretino al intelectual, seguramente porque nadie es tan tonto como para tirar semejante piedra contra su propio tejado y, además, existen las honrosas excepciones: si yo me atrevo con semejante generalización, créame, se debe a que vengo muy pero que muy calentito.

Es esta España de hoy -puede que también en la de ayer, pero eso yo no lo sé- se conceden carnets de intelectualidad con una facilidad pasmosa, muchos más que de mariscador de a pie, por poner un ejemplo, con la descompensación social y económica que ello supone. Cualquiera que maneje con soltura la lengua de Cervantes, haya leído a los clásicos, escrito un par de ensayos sobre cualquier parida y distinga un Dalí de un Miró, ya es un intelectual. Para ir al berberecho con un rastrillo, sin embargo, todo son trabas administrativas que terminan con la mitad de los aspirantes aceptando cualquier contrato a tiempo parcial en un supermercado, cansados de esperar su oportunidad. "Es que usted viene de un pueblo de mariscadores, no de intelectuales", podría argumentar alguien. Y seguramente tendría razón, pero no del todo: hay más sabiduría en comprender el juego de las mareas -o descubrir el escondite de una almeja utilizando la planta del pie- que en la mitad de las columnas de opinión firmadas por cretinos -insisto- a los que el bestiario nacional concede el cada vez más dudoso honor de la intelectualidad.

Cayetana Álvarez de Toledo pasa por ser una intelectual contrastada de nuestros días, sin ir más lejos. Es lo primero que se dice de ella en cuanto asoma por cualquier conversación, da igual si está uno en una terraza de la Plaza del Rey o en la cola del supermercado. "Inteligentísima, preparadísima, afiladísima… Una verdadera intelectual", apunta una señora que no termina de decidirse entre la leche entera o la semidesnatada. «¡Atienda a lo suyo, señora, que bastante tiene con lo que tiene!», le gritaría yo si se tratase, este, de un ejemplo real. Desde hace un tiempo, Cayetana compagina su labor en el Congreso de los Diputados, sea la que sea, con ardorosos artículos de opinión en una conocida cabecera de la capital. Le pagan por ambas cosas, entiendo, y ella devuelve lo cobrado montando bulla y ejerciendo esa superioridad moral tan propia de quienes se sienten ungidos por una dorada sopa de letras.

En el Partido Popular hace tiempo que le tomaron la matrícula pero consienten que siga formando parte del grupo parlamentario- y cobrando su estipendio- por no enfadarla: si algo ha demostrado la intelectualísima Álvarez de Toledo es que puede ser una muy mala enemiga. Su desembarco en política llegó de la mano de un Pablo Casado muy necesitado de contraponer un perfil elevado a la basta campechanía de Teodoro García Egea: el yin y el yang de toda la vida, vamos. La dejaron hacer en campaña, lo que les costó igualar el peor resultado de los populares en democracia, y solo la terquedad de Sánchez e Iglesias les concedió una segunda oportunidad electoral que mejoró un tanto las cosas pero no demasiado. A Cayetana, como digo, le concedieron patente de corso para atacar al rojerío sin contemplaciones y, ella, brillante y acerada, no escatimó en calificativos desagradables hasta que una mañana, en el mismísimo Congreso de los Diputados, se pasó de frenada y llamó terrorista al padre de Pablo Iglesias.

Aquello le costó la reprobación de la presidenta de la cámara, que dio la orden de que semejante declaración no se recogiese en la correspondiente acta. Y, claro, montó en cólera la entonces portavoz, como corresponde a la alta aristocracia. Así decidió llevar su causa a los tribunales pero con una salvedad interesante: quería que la minuta en abogados corriese a cargo del partido. "Nanai de la china", le contestaron en Génova 13, así que la herida Cayetana dio un paso al frente, se presentó ante la prensa con una declaración leída, dejó a Pablo Casado a la altura del betún y cambió su localidad en las primeras bancadas del Congreso por un cómodo escaño con vistas a la eternidad.

Ahora, como el Equipo A, sobrevive como soldado de fortuna en las tribunas de opinión así que, si usted tiene alguna causa que exija una total ausencia de escrúpulos con apariencia de raso satén, quizás pueda contratarla. ¡Ah, por cierto! Cretino es aquel que padece cretinismo, no hace falta que acudan al diccionario. Y el cretinismo, como la energía, ni se crea ni se destruye: se transforma. De ahí que haya tanto intelectual de oferta en el mercado mientras el precio del berberecho sigue por las nubes, con nefastas consecuencias para nuestros delicados estómagos.

CABELEIRA14-4-21-01

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