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Lucir pieles

A PRINCIPIOS de 1933, Franklin Delano Roosevelt se paseaba en un coche descapotable por las calles de Miami cuando Giuseppe Zangara, un albañil de origen italiano, le disparó dos tiros con un revólver del calibre 32. Por fortuna para el recién elegido presidente de los Estados Unidos de América, aquel intento de magnicidio terminaría con ambos proyectiles alojados en el cuerpo de Anton Cermak, entonces alcalde de Chicago y eventual acompañante de Roosevelt: murió tres semanas después en un hospital de Florida. Un mes antes, en San Francisco, daba comienzo la construcción del puente Golden Gate y a finales de ese mismo año, en Madrid, nacía Ramón Tamames, rescatado esta misma semana de los cajones de la historia —y del sofá orejero de su casa, claro— por un Santiago Abascal que ya no se atreve ni a ser candidato de sus propias mociones de censura. 

Maruxa

La mañana comenzó con Alberto Núñez Feijóo haciéndose el sueco, es decir: visitando la embajada de Suecia y rehuyendo cualquier pregunta sobre la moción de censura encabezada por el viejo Tamames. Del joven Ramón apenas encontramos fotografías en la prensa y la leyenda asegura que era un comunista contumaz, tanto como su buen amigo Fernando Sánchez Dragó, ambos detenidos durante las revueltas estudiantiles del año 56, encarcelados por el régimen de Franco y, a la vista de hechos posteriores, reinsertados en la alta sociedad madrileña con máximos honores: Tamames acabaría integrándose en el CDS y señalado por el General Armada como posible ministro de economía en un gobierno de concentración, mientras que el escritor se lanzó a la conquista de las indias orientales y sus gentes, un poco como Cristóbal Colón, pero con sandalias y sin carabelas. "Al menos una parte de los españoles quiere que yo les explique qué es lo que está pasando", avisó Tamames en la víspera de su intervención ante el hemiciclo. Y es que, como buen economista, se conoce al dedillo la ley primera del negociado: quien parte y reparte, se lleva la mejor parte. 

Se las prometía muy felices Tamames, que regresaba al Congreso de los Diputados cuarenta años después para tomarse cumplida venganza: por fin atenderían todos los presentes a cuanto tenía que decirles, que era mucho e importante, por eso lo llevaba escrito en letras bien grandes. Las semanas previas se las había pasado de arriba para abajo, visitando platós de televisión y redacciones de periódico donde se le dio trato de auténtico hombre de Estado, acaso un príncipe del pueblo al estilo de Belén Esteban. "En eso se queda vuestro querido Churchill cuando hacemos caso a la historia y dejamos de lado otras consideraciones", dijo a mitad de su intervención, achacando al presidente inglés alguna perrería antigua contra el pueblo hindú. Ahí comenzamos a intuir que su discurso venía cargadito de patriotismo rancio y mucho odio a repartir, pues por el micro se colaban las carcajadas de Santiago Abascal y un Espinosa de los Monteros que todavía se despierta por las noches cantando el gol de Rodrygo al Manchester City. Pero no esto lo importante, dijo el viejo Tamames de repente, sin que nadie supiese a qué se refería exactamente, puede que ni siquiera él. 

De la playlist de Vox tocó casi todos los hits, MC Tamames: desde el gobierno ilegítimo a los pactos con EH-Bildu y ERC, pasando por la sobrerrepresentación de fuerzas nacionalistas en el Congreso, la persecución del idioma español en España, las peligrosas bandas latinoamericanes que aterrorizan Madrid, las mujeres que se niegan a parir el número de hijos que exige la estadística y hasta la falta de agua para un campo que Tamames no ha visto desde que un listo entendió que la colza podía ser un cultivo tan bueno como otro cualquiera. Excitado por los aplausos de la bancada ultra, Tamames se lanzó a pedir que España corte el grifo del Duero y el Tajo a Portugal (que ni idea de cómo se podría hacer tal cosa, pero un servidor pagaría por verlo). Y como la cosa iba de ríos y barbaridades, al estrado subió Espinosa de los Monteros con sus pintas de bandolero en la planta noble de El Corte Inglés para decir que el Ebro vierte muchísima agua al mar sin que el Gobierno de Sánchez haga nada por evitarlo: la carcajada en el despacho principal de Génova 13 se escuchó en Estocolmo. 

Se le hizo larga la jornada de censura a Tamames, que se llevó una chaquetita de lana por prudencia y terminó seriamente trasquilado. La primera réplica de Sánchez se prolongó durante una hora y cuarenta minutos: una tortura para cualquiera, imaginen para un señor de ochenta y nueve años que no se levantó a mear ni una vez y estaba sin comer. La puntilla se la dio Yolanda Díaz, encargada de presentarle en sociedad ante la España de las mujeres, amén de sacarle los pocos colores que todavía pudieran quedarle de comunista. Al final de la jornada, cuando Gabriel Rufián se gustaba como Leo Messi en algunas noches del Bernabéu, las cámaras enfocaron a Tamames desde las alturas y a mí me recordó su estampa al famoso bolso de Soraya Sáez de Santamaría, aquel que ocupara el lugar del presidente del Gobierno durante la moción de censura que relevó a Mariano Rajoy de sus funciones, pero con una diferencia: el bolso de Soraya parecía nuevo, casi a estrenar, mientras que el viejo Tamames apenas ya luce pieles.

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