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Que dios nos coja confesados

Joe Biden lleva la oración incrustada en el córtex prefrontal desde niño

"Y que Dios salve el planeta", exclamó el presidente de los Estados Unidos de América para poner el broche final a su discurso durante la Conferencia del Clima de Naciones Unidas que se celebra estos días en Glasgow: ole, ole y ole, Joseph Robinette Biden Jr. Con este grado de compromiso por parte de POTUS, ¿quién necesita reducir emisiones, reciclar, cuidar los océanos, evitar la deforestación, prohibir los plásticos o ponerle un Yasuni de última generación al patinete? Estamos en las mejores manos, qué duda cabe. 

Me gusta el Deuteronomio porque es un libro terrible en el que el dios de los judíos no escatima horrores ni crueldad, no se corta un pelo, no se anda por las ramas. El personaje principal de la historia es un Moisés viejo y malhumorado que se afana en recordar a los israelitas las consecuencias de incumplir el pacto divino: el Altísimo los ha elegido como su ojito derecho y más les vale mostrarse dignos de confianza o se arriesgan a desaparecer rebozados en sufrimiento. Esa el actitud que alienta las verdaderas revoluciones. La zapatilla de toda la vida, la goma del butano, el palo de la escoba. El respeto, en definitiva, que es lo contrario de dejar en manos de la divina providencia el cumplimiento de los mínimos exigibles para mantener vivo el planeta. Con un Moisés acreditado en las primeras filas del ECOFEST, otro gallo cantaría. A Biden le temblarían las rodillas antes de decir según qué cosas y al resto de los presentes se les quitarían las ganas de aplaudir, que es un poco a lo que va todo el mundo a estos saraos. 

Mx¿Esperaban un compromiso mayor del todavía conocido como presidente del mundo libre? ¿más firmeza, quizá? ¿más ambición, más liderazgo? Todo es una cuestión de perspectiva, supongo. A él, ferviente católico de raíces irlandesas, no le cuesta la oración. La lleva incrustada en el córtex prefrontal desde niño: cosas de familia. Y cosas de nación, también. Una que se dice laica pero siempre tiene a dios en la boca, lo mismo para esclavizar a millones de negros o colgarlos de un árbol que para ir a la guerra, lanzar un pase largo de touchdown, tocarle los pechitos incipientes a Mary Jane o protestar por el precio del kilo de arándanos en cuanto intuyen que se acerca el Día de Acción de Gracias. "Con la ayuda de dios", juran su cargo todos los presidentes electos desde que George Washington hiciera los honores. Y la mayoría tiran de biblias con pedigrí para darle más caché al acto, nada de biblias de palleiro. Obama se llevó dos, por ejemplo. Y también un Donald Trump que es carne de Deuteronomio.

Qué jarto debe estar dios —si es que existe, que yo no lo niego pero tampoco lo afirmo— de los americanos, ¿verdad? Si el hombre fue creado a su imagen y semejanza, como sostiene el Antiguo Testamento, los americanos deben ser para él la reencarnación del peor cuñado, la peor suegra, el hijo tonto y el padre alcohólico. Y son millones, además. Todos pidiendo, todos acumulando. Porque, eso sí: el mandamiento más importe de todos ("amarás al prójimo como a ti mismo") se lo pasan por el forro del bisonte y es difícil encontrar un país desarrollado con más desigualdad, más marginalidad y más hijoputismo entre semejantes. Sin ánimo de ofender —dios me libre— son una especie de Sevilla gigantesca en plena Semana Santa: una mezcla de postureo, petulancia y algo de fe regada con mucho folclore.

El martes pasado, sin ir más lejos, miles de ellos —de americanos, digo; sevillanos no me consta que hubiera ninguno— se reunieron a Dallas para estar presentes en la resurrección de JFK Jr. Y aquí es importante detenerse porque no esperaban ver las heridas incorruptas del Kennedy icónico, del Kennedy de Jackie y Marylin, no: esperaban a John John, al último sex symbol de la estirpe, que debe ser algo así como si el franquismo prefiriese ver resucitada a Carmina Ordóñez que al mismísimo dictador: desde este punto de vista, mis respetos. El caso es que esa pobre gente —peligrosa pero no necesariamente mala, solamente estúpida— está convencida de que Donald Trump lucha una batalla secreta contra una liga no menos secreta que incluye a satánicos, abortistas, antropófagos, reptilianos, pedófilos y, por supuesto, demócratas, que es su manera de decir socialistas. Y nos guste más o menos, de está gente también dependemos para reconducir la salud del planeta y asegurar un tablero de juegos digno para las siguientes generaciones. 

Joseph Robinette Biden Jr., Joe para los amigos y para algunos miembros destacados del PSdG, se plantó en Roma unos días antes de comparecer en Glasgow con una caravana de ochenta y cinco vehículos motorizados: ni uno más, ni uno menos. Parece una broma de mal gusto pero es algo peor: la constatación de que a un carcamal como él le importa más la seguridad personal, los datos de empleo y mantenerse en el poder que liderar la revolución verde que necesitamos. De eso ya se encargan los que protestan fuera de los edificios oficiales, apartados de las ponencias y a menudo hostigados por algunos de los ponentes, también por sus tentáculos mediáticos. Son las miles de Gretas —y sus millones y millones de seguidores en todo el mundo— que pronto tendrán edad para votar. Entonces sí comenzarán a tomarse medidas de verdadero calado, no lo duden. Porque Dios aprieta pero no ahoga. O no tanto, al menos, como una encuesta electoral que, de una vez por todas, les deje bien a las claras el tipo de mundo que queremos legar a los bisnietos de alguien, nunca a los míos: que dios nos coja confesados y Moisés a la carrera, con el cinto en la mano.

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