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Reproducir algo

"REPRODUCIR ALGO" es la solución definitiva que nos aporta Netflix cuando intuye que estamos mareando en exceso la perdiz y no terminamos de decantarnos por alguno de los miles de títulos ofertados en su plataforma: vaya desde aquí mi sentido aplauso al ideólogo de la misma. A veces no queda más remedio que simplificar y pocas opciones nos ayudan a tomar decisiones de un modo más efectivo que delegar esa responsabilidad en un algoritmo que nos conoce mejor que nuestros padres, hermanos, primos, amigos y ese comercial de la funeraria que me telefonea cada mes para asegurarse de que estamos todos bien. "Aquí andamos para lo que haga falta, Rafael. Ya lo sabes", me dice antes de colgar.

Cuidad de DiosQue mi plataforma favorita de televisión y mi gestor de asuntos fúnebres trabajen bajo la misma lógica empresarial es algo que me tranquiliza: están ahí para mí, para que esta cabecita loca no tenga que tensar las pocas neuronas que todavía le queden en funcionamiento ni embalsamar el cuerpo de la abuela, llegado el caso. Ese "reproducir algo" viene a ser una especie de "no te comas el coco con la muerte, a todos nos llega el día tarde o temprano y para eso estamos nosotros aquí" pero sin necesidad de sufrir más de la cuenta. En el peor de los casos, el dichoso algoritmo te propondrá alguna serie finlandesa de detectives gordos porque antes habrás visto Atrapados. O alguna película mexicana sobre el cártel de Sinaloa donde el Chapo Guzmán aparece, ahora, bajo el nombre del Chupi González, el Chipi Domínguez o el Chachi Galván. O puede que se decante por ese documental sobre un pederasta austriaco obsesionado con los grandes éxitos de Queen ya que —tranquilo, Netflix lo sabe— no pestañeaste ni una sola vez mientras devorabas el de Jeffrey Epstein para terminar la jornada siéndole infiel con Amazon Prime y Bohemian Rhapsody.

"El mundo se divide entre los que tienen el revolver y los que cavan", le decía Clint Eastwood a Ely Wallach en El bueno, el feo y el malo. Aquella escena, aunque bajo la coacción de meterle dos balas en los ojos si no se aplicaba con la pala, también sirve para explicar el bajo concepto que de nosotros tienen como consumidores los mass media y todo ese tinglado de matemáticos, físicos e informáticos que, de repente, se han hecho cargo de nuestro entretenimiento. De repente, aquel mundo que el Rubio le explicaba a Tuco Salamanca en la ficción se ha vuelto a dividir para separar a los que tienen el mando a distancia como una extensión de su cuerpo y los que se decantan por la opción "reproducir algo" por una razón muy sencilla: se saben jodidos de antemano, todo lo bueno ha sido visionado con anterioridad, y solo queda encomendarse a la ingesta de cualquier basura con ínfulas para pasar el rato, no caer en la tentación de leer y, dios no lo quiera, correr el riesgo de tener otro hijo.

Pocas palabras de la lengua castellana me gustan más que ese "algo" al que alude Netflix como alternativa menos ambiciosa de la nada: es solo un paso más, apenas un decimal que te aparta del vacío pero no demasiado lejos. "¿Estudiaste, Cabaleira?", solía preguntar un profesor en mi época de instituto, medio por sorpresa, medio por joder. "Algo", contestaba yo por no jugármelo todo a la carta de la sinceridad pero sin alejarme demasiado del punto crítico en que la mentira podría resultar evidente. Como pronombre indefinido que es, te cobija de las certezas, que son el verdadero cáncer del mundo actual. Ahora que todo el mundo sabe mucho de todo, el uso instintivo del "algo" nos devuelve a un estado casi tántrico en el que uno se reconoce incapaz de resultar determinante en casi cualquier cuestión, lo que no deja de ser un síntoma de humildad y, por lo tanto, de armonía.

La vida da muchas vueltas y la caridad es una simbiosis que se puede establecer en dos direcciones

Cuando Netflix te propone reproducir cualquier cosa antes que apagar el televisor, lo que en realidad está diciendo es que nos necesita, que no puede vivir sin nosotros, que su negocio se basa ya no tanto en que consumamos sus productos por necesidad como por pena. Ayer mismo sucumbí a su carita triste y me pasé toda la noche viendo un documental ficcionado sobre piratas que reúne lo peor de ambas disciplinas. El resultado es terrible, como no podría ser de otra manera, pero tragártelo sin demasiadas objeciones es la obligación de quien no sabe decir que no al prójimo desvalido. ¿Quién sabe si algún día podrían girarse la tornas y ser nosotros los que acudamos a la plataforma reclamando un poco de atención? La vida da muchas vueltas y la caridad es una simbiosis que se puede establecer en dos direcciones salvo en casos concretos que incluyen a casi todas las grandes empresas del mercado. Netflix es una de ellas pero, por lo que sea, yo me he decidido a darle una oportunidad: a fin de cuentas, algo es siempre mejor que nada —excepto en el tema de las infecciones y las deudas, claro—, un extremo que mi estimada plataforma está a punto de descubrir cuando compruebe que acabo de devolver el recibo de este mes. "Algo", precisamente, es lo que pienso contestar cuando algún comercial sudamericano de modales dulzones me escriba al correo electrónico preguntando qué ha pasado.

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