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El feminismo cose

Todas las ciudades eran la misma el pasado viernes

Una de las manifestaciones que se celebraron el viernes en Pontevedra. JAVIER CERVERA-MERCADILLO
photo_camera Una de las manifestaciones que se celebraron el viernes en Pontevedra. JAVIER CERVERA-MERCADILLO

NO SE ha cumplido ni un mes desde que los tres grandes partidos de la derecha española convocaran una gran manifestación en favor de la sacrosanta unidad de España. Se lo tomaron muy en serio, como corresponde a los asuntos patrióticos y también a los del comer. La Plaza de Colón, en Madrid, sería el epicentro de la reconquista. Se fletarían autobuses desde los lugares más recónditos de la península, se repartirían bocadillos, fruta fresca –los médicos recomiendan cinco piezas al día- y agua embotellada por doquier. Los más entusiastas, me cuentan, lamentaron la ausencia de fusiles y bayonetas. Pase al amplio dispositivo y el mecenazgo mediático –hasta tres periodistas leyeron el manifiesto Comansi- el resultado es bien conocido: pinchazo de asistencia en toda regla y una fotografía en familia de la que algunos se arrepentirán largo tiempo, en especial tras asistir a la demostración de fuerza del movimiento feminista el pasado viernes.

Orgullo y emoción son las primeras palabras que se me vienen a la cabeza al recordar las imágenes que nos dejó la marea violeta. Uno siempre ha sentido cierto complejo por no haber nacido a tiempo para asistir a las grandes revoluciones. Por no haber corrido delante de los grises, por ejemplo, o no haber estado en París aquel mes de mayo de 1968. Incluso mucho antes, viendo rodar cabezas aristocráticas en la guillotina aunque, lo reconozco, esto último tiene algo de parafilia. Disfrutar de la primera línea histórica, en definitiva; oler el napalm, sentir los ojos de la eternidad contemplándote desde arriba.

Y de repente aparecen ellas con sus pancartas, sus pinturas de guerras y sus justísimas reivindicaciones a desatar la última gran. Con sus ojos de niñas y sus sonrisas de abuela. Con la voz firme de las estudiantes, las periodistas, las peluqueras, las enfermeras o las empleadas del hogar. Unidas, empoderadas y agarrando por la zona más sensible del machismo un futuro que no ya no puede esperar más porque, sin ellas, no hay siquiera presente. Reclamando lo suyo, men, que no es más que la parte proporcional de lo que siempre ha sido nuestro. Nunca se percibieron de un modo tan evidente las uniones invisibles que tejen este país disparatado y maltratado. Uno observa las fotografías de Madrid, Barcelona, Bilbao, Sevilla o Pontevedra y no advierte más diferencia que el decorado propio de cada ciudad. Lució España más unida que nunca, sin necesidad de vivas a la corona ni marchas militares, porque los intentos de dividirla con banderas se desnudan, inexorablemente, en la normalidad de la calle. También en las urnas, claro, y ese debe ser el siguiente reto del feminismo.

Pero ciñámonos a Pontevedra y sus gentes, que de eso va mi sección. El viernes por la mañana, en Los desayunos de TVE, se dieron cita dos de nuestros más ilustres personajes: la presidenta del Congreso, Ana Pastor, y el periodista Xabier Fortes. “No comprendo la necesidad de ponerle apellidos al feminismo”, dijo ella en clara referencia al eslogan de Ciudadanos. “Cada día soy más feminista, Xabi. Y a medida que voy escuchando según qué cosas, más feminista me vuelvo”. Entonces llegó el momento de despedir la entrevista y Fortes, entre referencias a Ravachol y otros impulsos patriotas, tuvo un lapsus maravilloso: confundió unas imágenes de Barcelona con nuestra querida Pontevedra. Nadie se lo tiene en cuenta porque, como ya he dicho, Xabi es de los nuestros y todas las ciudades eran la misma el pasado viernes. Ciudades uniformadas por la fraternidad violeta, capitales todas de un mismo país que el feminismo se ha puesto a coser por una razón muy sencilla, nada desdeñable: porque les ha salido del coño.

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