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Fiesta Gastronómica de las Palabras Vacías

Vista aérea de Pontevedra. JAVIER CERVERA-MERCADILLO
photo_camera Vista aérea de Pontevedra. JAVIER CERVERA-MERCADILLO

Si algo abunda en nuestra querida ría son bacterias coliformes, mercurio e intereses partidistas: ordene cada uno esta lista en el grado de importancia que prefiera otorgarles. Elijan lo que elijan, decidan culpar a quien decidan culpar, será la propia ría quien ocupe el último lugar en nuestra particular escala de inquietudes, la única razón que puede explicar el deterioro continuado y consentido de lo que antaño fue un santuario para la cría de almeja, berberecho, nécora, camarón y otras especies sobre las que se cimentó el crecimiento económico de nuestros pueblos. De seguir así, culpándonos los unos a los otros sin ver más allá de la responsabilidad ajena, terminaremos decretando su expiración definitiva en breve y ateniéndonos al famoso dicho popular de “entre todos la mataron y ella sola se murió”.

La semana que termina nos ha dejado un nuevo episodio en este largo serial de acusaciones cruzadas entre las diferentes administraciones. La defensa de la ría se ha convertido en un vodevil político en el que unos y otros se lanzan los trastos a la cabeza sin el más mínimo grado de autocrítica, incapaces de abordar con la seriedad y premura necesarias un problema que exige del concurso urgente de todos. También el de una ciudadanía que demasiado a menudo esquiva cualquier responsabilidad mirando hacia arriba, como si nuestros representantes públicos lloviesen del cielo. En esta ocasión han sido Xunta de Galicia y Subdelegación del Gobierno los encargados de representar una farsa que apenas entretiene, aparentemente más preocupados por los réditos políticos de las declaraciones altisonantes que por la búsqueda real de soluciones.

Se miente a sí mismo –y a toda la ciudadanía, ya de paso- quien apunta a la insuficiente depuración de las aguas fecales y olvida que nuestra ría aloja mercurio suficiente para tomarle la temperatura a medio planeta, del mismo modo que no evita las trampas quien señala a la industria contaminante pero no hace nada por mejorar el tratamiento de nuestros residuos. Un buen ejemplo de esto lo encontramos en el pueblo de Campelo, donde yo me crié. Allí trascurre la vida entre reproches a esta y aquella administración –siempre dependiendo de la afiliación política de cada cual, por supuesto- para terminar encontrando como única vía de consenso la negativa rotunda y frontal a la construcción de una EDAR en terreno propio. Precisamente Campelo, donde cientos de familias sufrieron en sus carnes los rigores de la catalogación como zona C del banco marisquero de Lourizán, prefiere echar balones fuera antes que formar parte de la solución, actitud que hermana por defecto a todas las localidades que miramos de frente al mismo mar.

Bacterias peligrosas, insisto, pero también metales pesados y melasudismo sobran en una ría que, de tan amable y bondadosa, nos consiente hasta el abuso irresponsable de los pronombres posesivos sin rechistar. Porque la ría es nuestra, sí: de todos los vecinos y vecinas que la conformamos. Pero también suya, de las distintas administraciones que, hoy por hoy, no hacen más que arrojarse informes a la cara sin reparar en que las intenciones, cuando no cristalizan en acciones, también terminan olvidadas en el fondo del mar, contaminándolo todo. Por eso no parece descabellado concluir que pocas cosas han contaminado tanto nuestro pequeño tesoro compartido como el eterno debate sobre su correcta conservación. De seguir así –y no se observan indicios de lo contrario- pronto se subastarán en nuestras lonjas grandes lotes de palabrería e incluso en ese escenario tan catastrofista aflorarán voces que pretendan arrogarse el mérito de tan dudoso tanto. Al fin y al cabo, parece que hasta de palabras vacías se podría celebrar una pintoresca y divertida fiesta gastronómica.

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