Blog | Comanchería

La voz de Ada

Ada Otero, en el banco que representa la bandera transgénero. JAVIER CERVERA-MERCADILLO
photo_camera Ada Otero. JAVIER CERVERA-MERCADILLO

La semana pasada salí a tomar el vermut por Chueca, que es uno de los pequeños lujos que todavía se mantienen al alcance del pobre autónomo: doce horas enlatado en un tren infernal, una cama nido en el piso sin amueblar de algún amigo y el sol de Madrid bendiciendo mi presencia a mediodía, obligándome a dudar entre la crema protectora factor 50 o acaudillar un ejército para reconquistar el Perú. En la capital, al tercer Martini, se te llena el alma de grandes pretensiones y la cabeza de pájaros, como imaginar que Pontevedra podría llegar a ser, algún día, una ciudad tan libre e integradora como ya lo es el barrio madrileño de Chueca.

En lo que despacho un platillo de aceitunas y Silvia se lía un cigarrillo -menos de un par de minutos he visto besarse a tantas parejas que empiezo a preguntarme qué estaré haciendo mal para tener la boca tan seca. En la mesa de al lado se comen los morros dos chavales de unos veinte años, tan aplicados que el camarero no osa interrumpirlos y se vuelve a la barra. Cerca de ellos, otros dos se conforman con intuir el frescor de la cerveza en los labios cómplices con un leve piquito. Más allá, paseando por la plaza, veo a dos mujeres cogidas de la mano que vigilan a un niño en patinete. "No corras", le dice una de ellas. Pero el muy cabrón corre que se las pela.

Libra por libra, plaza por plaza, Pontevedra tiene poco que envidiarle a Madrid en cuanto a belleza. Sin embargo, algunos intangibles todavía marcan una distancia sideral entre la amabilidad de una y otra como, por ejemplo, la libertad con que se manifiestan el amor y el deseo entre personas del mismo sexo por sus calles. Tampoco quiero decir con esto que Pontevedra sea Teherán, ni mucho menos, pero un simple paseo por el centro de la ciudad nos devuelve una fotografía precisa de la monotonía heterosexual que todavía impregna las demostraciones de afecto en público, como si los derechos alcanzados en los despachos no hubiesen pisado la calle.

"Falta voluntad para deconstruir lo prejuicios que tenemos", declaraba Ada Otero a este mismo periódico hace unas cuantas semanas. Coordinadora en Pontevedra del colectivo feminista y pro LGTBI Avante, esta licenciada en Derecho se ha decidido, por fin, a dar el salto a la política de la mano de Tino Fernández y el PSOE. La suya es la única presencia realmente revitalizadora en unas listas que evidencian muchas de nuestras carencias como sociedad, tan uniformes que produce cierto pavor imaginar el ascenso de quienes pretenden conducirnos de regreso al pasado. Cierto es que todavía nos falta por saber la composición final de todas ellas. Y que los pistoleros de Vox, sin ir más lejos, prometen emociones fuertes hasta el último nombramiento. Pero hablando de avances –y no de taras- la mirada inteligente de Ada bajo sus gafitas de bibliotecaria resabiada se me antoja, a día de hoy, el único soplo de aire fresco en unos comicios municipales que volverán a tener a los adoquines, los contenedores de basura y las fábricas pasteras como ejes principales de la campaña, no tanto a las personas. "Tendré voz propia y se la daré a todo mi colectivo", asegura. Y en eso se equivoca Ada porque, quizás sin pretenderlo, también prestará su voz a muchos heteros aburridos de tanto privilegio y monotonía como el que aquí firma. Pronto, quién sabe, podría ser incluso la voz de todos nosotros, la de una Pontevedra que prefiere pasear por Chueca reivindicando la verdadera libertad a manifestarse, con banderas, en la aburrida Plaza de Colón.

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