Blog | Comanchería

Populismo

Salvador Illa, candidato del PSC a la Generalitat y ministro de Sanidad. QUIQUE GARCÍA/EFE
photo_camera Salvador Illa, candidato del PSC a la Generalitat y ministro de Sanidad. QUIQUE GARCÍA/EFE

Lunes


Salvador Illa se ha estrenado hoy mismo como candidato del PSC a las próximas elecciones catalanas. Ha sido un buen ministro de Sanidad en una situación catastrófica, se ponga como se ponga la oposición, y de los pocos que entendió la necesidad de rebajar el tono y mostrarse conciliador con los demás partidos y administraciones. Se le pueden reprochar algunas decisiones, sólo faltaría, pero en términos generales ha cumplido bien su labor y por eso las encuestas le sitúan como la mejor opción de los socialistas en Catalunya. Uno no puede ser un mal ministro y, al mismo tiempo, un candidato que se aprovecha del cargo para promocionarse, como aseguran sus críticos: la mala publicidad existe y el único juego en el que uno puede usar todas las cartas de la baraja es el solitario.

Martes


No parece, por ejemplo, que el bajísimo porcentaje de vacunación de la comunidad de Madrid se le pueda reprochar al ministro de Sanidad. Un día sale el señor Aguado a pedir más vacunas para la capital, sin importarle lo más mínimo el resto de las autonomías, y al siguiente nos enteramos de que las autoridades madrileñas no han sido capaces de administrar más que un 5% de las proporcionadas por el ministerio. En Galicia, por ejemplo, se ha superado ya el umbral del 30% y el Andalucía van por el 40%, lo que descarta cualquier teoría de la conspiración que los portavoces de la oposición pretendan enarbolar. Es paradigmático el caso de nuestra Ana Pastor, que ha sido ministra del ramo, conoce sobradamente hasta dónde llegan las competencias del Gobierno, y tiene información de primera mano sobre lo que está pasando en Madrid: ni siquiera le pega ese papel de portavoz malhumorada y esclava del argumentario de partido, ella que sigue representando la cara más amable y conciliadora de todo el PP nacional.

Miércoles


Mientras abro los regalos de Reyes (han caído dos mudas, una colonia y un gorro de lana) pienso en eso de que hemos salvado la Navidad, lo que durante este último mes parecía la única obsesión de nuestros gobernantes: de ahora en adelante, empezaremos a ver las consecuencias de tan noble causa. Ojalá me equivoque pero creo jugar con cartas marcadas al vaticinar una situación preocupante en lo sanitario, con un ascenso de los nuevos contagios, los ingresos y las muertes como no hemos visto desde la famosa primera ola. Y será entonces cuando, más allá de discursos malintencionados y acusaciones enfrentadas, cada político con responsabilidades llegue a su casa, se mire al espejo y se pregunte si hizo todo lo necesario para salvar el mayor número posible de vidas. Lo de salvar la Navidad ya sabemos que sí, pueden estar tranquilos de que a ninguno de ellos lo asociaremos jamás con la figura malvada del Grinch.

Jueves


No eran chavales despistados que iban hacia Catoira y terminaron asaltando el Capitolio de los Estados Unidos, no. Eran fascistas alentados por un presidente ególatra, miembros de grupos bien estructurados y mejor financiados por algunas de las élites ultraconservadoras americanas que vieron en Trump la gran opción de imponer, al fin, sus postulados filonazis. Y no, lo que vimos en Washington no tiene nada que ver con aquel famoso Rodea el Congreso o las protestas de los policías de Jusapol hace unos meses, ni siquiera con las convocatorias de Vox para rebelarse contra "el repugnante fraude electoral de Sánchez", palabras sacadas textualmente de un tuit de Santiago Abascal. Lo que está sucediendo en Estados Unidos no tiene nada que ver con el populismo y sí -mucho- con el fascismo, por más que algunos se empeñen en equipararlos o solaparlos. Populismo es lo que practica Podemos -cierto- con esa superioridad moral que le empujaba, por ejemplo, a culpar a Rajoy de subir los recibos de la luz en pleno invierno. Pero lo de Trump o Vox es otra cosa. Que nadie tenga miedo a llamarlos por su nombre sería el mejor principio para evitar derivas antidemocráticas como la que ahora estamos viendo en la cuna de la democracia.

Viernes


En menos de un año he asistido a dos imágenes impensables en pleno dentro de Madrid: la de las calles desiertas, en tiempos de pandemia, y la de esquiadores bajando la Castellana y utilizando el metro a modo de telesilla, para volver a lanzarse sobre el manto blanco que cubría las calles. Como dice mi querido Luis Pousa, "en Madrid llueve mal". Y es cierto: allí llueve raro, es difícil de explicar, pero hay que reconocerles que cuando nieva lo hace de un modo hermoso, mágico y, por suerte, inusual.

Sábado


(Estoy bien, mamá. Vuelvo pronto).

Comentarios