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Justicia con pingüino

Sesión de tarot. GONZALO GARCÍA
photo_camera Sesión de tarot. GONZALO GARCÍA

Descubro con estupor que María Jesús García Pérez, la titular del Juzgado de Vigilancia Penitenciaria número 3 de Lugo, echa las cartas en un céntrico piso de la ciudad amurallada por unos 15 miserables euros, casi un regalo. El mes pasado, sin ir más lejos, Tallón y yo engullimos dos hamburguesas por las que pagamos la friolera de 38 barbudos y ni por asomo nos ofreció aquella comida certeza alguna sobre nuestro futuro, más allá de prometer que jamás volveríamos a entrar en semejante burdel de la comida rápida. La ignorancia suele costar dinero, es un hecho. Por la mitad de lo invertido en colesterol, la magistrada nos habría desvelado los puntos calientes de nuestro porvenir y hoy seríamos, mi estimado y yo, dos personas con más dinero en el bolsillo y una hoja de ruta a la que atenerse. No es poca cosa, no.

Leo en las páginas de este mismo diario que uno de los periodistas de la casa se presentó en el templo de Doña María Jesús para comprobar, de primera mano, hasta dónde llegaban los poderes premonitorios de la jueza y sus arcanos mayores. Hablamos, al parecer, de la Primera División de las cartas del tarot y me parece bien. Uno no debe ir a lo barato cuando pretende informase sobre los entresijos futuros del amor, la salud o el trabajo, y el uso de las artes nobles doblega cualquier reticencia que pudiera provocarnos el más que asequible precio por sesión. Así las cosas, parece evidente que no es el dinero lo que mueve a esta funcionaria de alto rango. En un destino anterior, por ejemplo, llegó a compatibilizar su cargo oficial con el de bailarina en un club de striptease, actividad que fue investigada por el Consejo General del Poder Judicial pero que se saldó con una simple amonestación. Quedó demostrado que la magistrada movía el esqueleto en sus ratos libres y de un modo totalmente altruista, lo que bien pudo valerle una condecoración pensionada pero así es este país, supongo.

María Jesús García Pérez es toda una caja de sorpresas, no cabe duda. En su día fue una alumna brillante que acumuló hasta 21 matrículas de honor mientras cursaba su licenciatura de Derecho en la Universidad Complutense de Madrid. Destinada en Santiago de Compostela, acumuló fama y reproches por su bonita costumbre de acudir a las vistas acompañada de su gato. Adoro a los mininos, lo confi eso, pero después de leer ‘Muerte con pingüino’, de Andréi Kurkov, no puedo dejar de imaginar a la magistrada entrando en una sala acompañada de este elegante pájaro, todo un esmoquin con patas. La imagen de la jueza acariciando al gato mientras atiende a las alegaciones de los letrados me retrotrae a la infancia, al recuerdo de aquel villano que trataba de liquidar al Inspector Gadget sin demasiada fortuna, pero lo del pingüino dotaría a la escena de una distinción incomparable. Cierto es, por otro lado, que a los gatos se los alimenta con pienso y el pescado no está barato, así que la opción elegida por la magistrada me parece coherente con su escaso —y demostrado— apego al dinero.

Llegó a compatibilizar su cargo oficial con el de bailarina en un club de striptease

Volviendo al relato de nuestro compañero, que se presentó en el piso de la pitonisa con la disculpa de estar preocupado por un inminente juicio, destaca el cambio de mascota: ahora se hace acompañar por un perro, quizás por aquello del buen olfato que atesoran los canes. También llama la atención la descripción del inmueble. El único capricho que parece permitirse su ilustrísima tiene que ver con unas luces de neón que advierten al visitante de que se encuentra a medio camino entre dos mundos. Por lo demás, la vivienda luce austera, casi tímida, lo que, una vez más, nos convence de su naturaleza pura y desprendida. El único detalle de cierta vanidad lo encontramos en el rojo exagerado de sus labios, a tenor de la crónica, un leve destello de humanidad en medio de semejante orgía de santidad.

Pocas cosas dan más juego a los columnistas que la doble vida de algún personaje público. Hace poco leí una magnífica necrológica que Santiago Jaureguizar dedicaba al salvaje Aníbal Malvar —estas cosas mejor hacerlas con el protagonista vivo y coleando, que no se diga— en la que relataba cierto encuentro inesperado con un antiguo concelleiro de la Xunta de Galicia. El político accedía a una vivienda que no era su primera residencia acompañado por una mujer que Jaure retrató como altiva y cadenciosa. "É a agregada cultural de Brasil" —precisó Malvar—. "A Xunta anda montando algo para promocionar o Camiño". Que la magistrada García Pérez alterne la función pública con el esoterismo, el baile exótico o cualquier otra actividad que tenga a bien practicar, me parece un descubrimiento que convendría celebrar convenientemente. Sobran los ejemplos de celebridades que ocultan su verdadero rostro de un modo casi dramático y nadie se lleva las manos a la cabeza. Dolph Lundgren, por ejemplo, al que todo el mundo recuerda por dar vida a Iván Drago en Rocky IV, compaginaba su carrera de actor musculado con su pasión por la Ingeniería Química. El sueco habla seis idiomas, tiene un IQ de 160, ha recibido premios por sus trabajos académicos en varias universidades y, sin embargo, no se le cae la cara de vergüenza.

"Confío en la Justicia, creerás, pero luego leerás cualquier cosa en el periódico y dirás: pues la Justicia parece que tampoco acierta mucho", confesó la vidente al redactor infiltrado de este periódico. Me pregunto si el argumento resultaría convincente delante de un tribunal, espero que sí. Ay, si Cunqueiro levantara la cabeza… Cuanto más leo sobre el caso más me reafirmo en mis súplicas: por favor, que alguien le regale un pingüino.

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