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Mierda en la cabeza

EL AÑO PASADO, más o menos por estas mismas fechas, recibí una llamada de una amiga con la que había estado tomando copas por la ciudad, la noche anterior. Saludos de rigor, repaso rápido a la deriva nocturna por los bares de la Zona Vieja y la habitual confesión de las correspondientes resacas: la suya dolorosa, de las que amenazan con hacer estallar cualquier cabeza, y depresiva la mía como de costumbre. Después nos quedamos unos segundos en silencio, un vacío que a menudo se resuelve con alguna chanza divertida pero que en esta ocasión se prolongó más de lo habitual hasta convertirse en incómodo. 

-¿Todo bien?, pregunté. 

Su voz me sonó a rabia contenida, a frustración, a musgo seco, a desgaste. Tras el titubeo inicial, me contó lo que había sucedido después de despedirnos y, si no lo recuerdo mal, la historia venía a ser algo así: de camino a la parada de taxis se había encontrado con un viejo amigo, un tipo que siempre le había parecido bastante agradable y con el que en algún momento de su vida había compartido ratos de ocio y una cierta confianza. Tras el saludo pertinente, el fulano se había puesto un poco pesado y en un momento dado la abrazó con fuerza e intentó besarla. Ella se lo quitó de encima como pudo y él le pidió perdón, visiblemente arrepentido, justo antes de volver a intentarlo, esta vez agarrándola de las muñecas y arrinconándola contra una pared. Tras un leve forcejeo, consiguió librarse de él y apuró el paso calle abajo sin volver siquiera la cabeza, mientras el tipo intentaba disculparse por segunda vez desde la distancia. 

La historia no acababa ahí. A la mañana siguiente, al despertar, se había encontrado con varios mensajes del referido imbécil en su teléfono y en uno de ellos la invitaba a agradecerle su caballeroso comportamiento. “"Hay que ver cómo ibas ayer"”, decía. “"Cualquier otro no se hubiese portado tan bien como yo y te habría violado”". Es justo advertir que su mensaje estaba plagado de faltas de ortografía e iba acompañado de varios emoticonos de difícil comprensión, entiendo que con intención de quitar hierro al asunto y demostrar cierta cercanía. 

-"“¿Pero qué mierda tenéis los hombres en la cabeza?"”, me preguntó ella.

Esta semana recordé aquella conversación mientras leía los mensajes del grupo de WhatsApp del Prenda y sus amigos. Por si no les suena el nombre, les diré que se trata de uno de los cinco detenidos y acusados de violar a una chica de 18 años en las pasadas fiestas de San Fermín, en Pamplona. Frente a unos hechos que el magistrado encargado del caso tacha de extremadamente graves en un auto reciente, los acusados decidieron hacer partícipe de semejante experiencia a toda su pandilla de amigos como si de una hazaña se tratase, una gesta épica que no podía guardarse en la intimidad y merecía ser pregonada.  

-Buenos días 

-Follándonos a una entre cinco. 

-Jajaja. 

-Todo lo que te cuente es poco. 

-Puta pasada de viaje. 

-Hay vídeo. 

-Cabrones os envidio. 

-Esos son los viajes guapos. 

-Jajajajajajajajajaja. 

¿Qué mierda tenemos los hombres en la cabeza?, volví a preguntarme al terminar de leer la noticia, a punto de vomitar el café y las magdalenas que acababa de tomarme. ¿Qué lleva a cinco amigos a someter por la fuerza a una chica indefensa y forzarla repetidamente en un portal de un edifico? ¿Qué placer obtienen? ¿Qué recompensa encuentran al compartirlo con su círculo de confianza? Por supuesto son preguntas para las que no tengo ninguna respuesta, como no la tuve el día que mi amiga me contó su amarga experiencia tras aquella agradable noche de copas. 

No descubro nada nuevo si les digo que vivimos en una sociedad machista y rancia, absurda en sus comportamientos y, a menudo, en sus percepciones. Seguimos anclados en una cultura de la fuerza bruta, del macho alfa y la pureza de la raza que cada día se cobra víctimas en cualquier punto del país, a menudo silenciosas y algunas veces silenciadas. Mujeres, maricones, inmigrantes, indigentes… Al violento le sobran argumentos y objetivos, da igual el tipo de obsesión que excite su ego, mientras a la sociedad parece faltarle convicción y respuestas ante tan alarmantes actitudes. A los pocos días de la detención del ‘Prenda’ y sus amigos, un periodista de un conocido medio de comunicación se lamentaba en un artículo sobre la suerte corrida por los jóvenes: "“La fiesta que se prometía en Pamplona, se convirtió para todos ellos en una pesadilla tras los barrotes de la prisión"”. Ahí tienes un buen ejemplo de mierda en la cabeza, querida amiga.

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