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Ofendiditos somos...

A Nabokov lo hubiesen colgado en cualquier plaza de haber escrito Lolita el año pasado

Convendrán conmigo en que este no es el Gobierno más espabilado de la democracia española. Y no me refiero, claro está, a que no sepan aprovechar las oportunidades que van surgiendo en beneficio propio, que en eso sí destacan por encima de casi todos los anteriores. Me refiero, básicamente, a una cuestión de velocidad, a su escasa capacidad de reacción cuando las situaciones exigen anticipación y dedos ágiles. Lo vimos en marzo, con una pandemia aporreando todas las puertas, y lo volvemos a comprobar ahora, tras el anuncio de una reforma del código penal para que casos como el del rapero Pablo Hasel no conlleven penas de cárcel, justo cuando nos encontramos a escasas horas de que el artista catalán ingrese en prisión. ¿Qué han estado haciendo los principales responsables del ejecutivo durante estos meses y, en particular, el titular de la cartera de Justicia? Pues yo me lo imagino delante de un espejo, un poco como Robert De Niro en Taxi Driver, diciendo cosas del tipo de "¿Me hablas a mí? ¿estás hablando conmigo?" o "Tranquilo, Juan Carlos: a ver si nos vamos a precipitar". 

Es cierto eso de que las mascotas siempre terminan por parecerse a sus dueños y con los gobiernos sucede lo mismo. Uno pensaría que la España de la cultura -esa que te monta una manifestación contra la guerra en diez minutos o sale en defensa de un perro con ébola antes de cenar- pondría el grito en cielo desde el minuto uno del proceso, pero tampoco. Como el Gobierno, parece que solo la inminencia de la injusticia les haya puesto las pilas y el manifiesto, firmado por celebridades como Joan Manel Serrat o Javier Bardem, llega tan tarde que mucho tendrá que apurarse Hasel con la lectura y los agradecimientos antes de que las fuerzas del orden se planten en su casa, lo metan en un coche y se lo lleven a chirona por creer que en este país se respeta la libertad de expresión. Como se suele decir por estas tierras: "tarde piaron". 

Sobre esta cuestión nos vienen avisando desde hace mucho tiempo algunos organismos internacionales ocupados en la materia. Antes de Hasel, otro rapero de categoría cuestionable como Valtonyc tuvo que tomar las de Villa Bélgica para no terminar con sus huesos en la cárcel. Un juez lo condenó a tres años y medio de prisión por enaltecimiento del terrorismo, calumnias y amenazas, lo que se tradujo en el éxito inmediato de unas canciones sin apenas recorrido, además de su transmutación en mártir de la democracia española. ¿Alguien se cree a Alejandro Sanz cuando canta "y bajará la luna para que juguemos"? Pues lo mismo debería suceder con las bravuconadas de estos artistas de cuarta, ahora elevados a la categoría de ídolos en el país de Kase O, Zatu, Nach o la Mala Rodríguez.

Los ofendiditos son la gran amenaza para la democracia tal y como algunos la hemos conocido, no les quepa ninguna duda. Son gente gris, horrorizada ante la idea de que el sol no pueda salir por el mismo sitio cada mañana, y que traslada ese miedo y esa oscuridad al terreno judicial para sentir que siguen al mando, que nada se mueve si ellos no lo toleran. A Nabokov lo hubiesen colgado en cualquier plaza de haber escrito Lolita el año pasado. Y La vida de Brian no habría encontrado financiación, publicidad o salas de cine dispuestas a estrenarla, si los Monty Python fuesen unos chavales de Xinzo de Limia recién salidos de una escuela de cine. Este es el mundo al que nos arrastran este tipo de personas y quienes consienten que sus temores nos infecten a todos. Y no se escondan tras el falso debate de los límites, que es la coartada perfecta para recortar derechos y libertades: ofendiditos somos todos pero en el camino de los juzgados siempre se encuentran los mismos. 

A mí, sin ir más lejos, me ofenden tantas cosas como al que más, pero no por eso me creo en el derecho de imponer mis caprichos al resto. Imaginen que mañana aparece un gobierno dispuesto a adaptar un par de leyes a mis postulados morales. En media legislatura estarían las cárceles llenas de madridistas, veganos, gente que toca la guitarra en los parques, terraplanistas, diseñadores de moda, lectores de Paulo Coelho, youtuberos, negacionistas, comerciales de Vodafone o camareros charlatanes. En cuatro días me quedaría solo y entonces sí, miren por dónde, algunos de ustedes tomarían conciencia de que los poderes no están para cumplirle los caprichos a imbécil como yo. ¿No se dan cuanta de que eso es, precisamente, lo que hacen los malos padres con los niños malcriados? ¿Y sabes que suele salir de ahí? Exacto: raperos de lírica forzada como Pablo Hasel o Valtonyc, a los que más nos valdría meter en un programa de telerrealidad como ¿Quién quiere casarse con mi hijo? en lugar de en la cárcel, que bastante tienen -unos y otros con lo que tienen.

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