Como decíamos ayer... las bibliotecas son lugares fantásticos, espacios capaces de sorprender a poco que se intente establecer una complicidad, siempre enriquecedora, con ellas. Y lo logran no sólo a través de los libros y las historias que contienen, sino que en ellas también nos podemos encontrar materiales que registran lo que somos, que, como testigos del pasado, explican cómo nos hemos conformado como sociedad a lo largo de los años.
A la entrada de la Biblioteca Pública de Pontevedra se ha instalado una pequeña muestra de objetos del rico depósito que custodia de los Hermanos Muruais, Jesús y Andrés, junto a diferentes explicaciones de lo que supuso su presencia en la ciudad a finales del siglo XIX, precisamente cuando Pontevedra comenzó a levantar la mano de manera firme como la gran capital de la cultura de Galicia, cuestión que hasta nuestros días se ha ido renovando gracias a diferentes generaciones de protagonistas, tanto conocidos como anónimos, pero que con su labor han mantenido siempre el fulgor de esa luz que llevó al propio Filgueira Valverde a definir a nuestra ciudad como una pequeña Atenas.
En estos días en los que parece que se quiere inventar a Pontevedra como epicentro cultural, en una mezcla no se sabe bien en qué medida de osadía e ignorancia (vienen días maravillosos para calibrar el porcentaje de una y de la otra), no estaría de más asomarse al balcón de la historia para saber que esa situación se lleva produciendo durante muchos, muchos años, cuando menos desde la concesión de la capitalidad provincial en 1833.
Y es en esa pequeña exposición de nuestra biblioteca en la que un libro nos podría servir de elemento fundacional de ese hecho, al reunirse en él varios protagonistas destacados de esa condición. Se trata de un ejemplar de la novela Femeninas, la primera obra publicada por Valle-Inclán en 1895, en aquel momento vecino de la ciudad, con prólogo de Manuel Murguía y publicada en la imprenta de Andrés Landín, ejemplo del fulgor editorial y de las numerosas publicaciones de aquel tiempo, en cuyos talleres comenzó a editarse este mismo periódico, y siendo él mismo su primer director. También por estar dedicado a Jesús Muruais, quien, junto a su hermano, disponían en la Casa del Arco, en la plaza Méndez Núñez, una imponente biblioteca repleta de muy escogidos y novedosos libros para la época y en los que el que sería insigne escritor (posiblemente junto a quien también fue vecino de nuestra ciudad, Torrente Ballester, los dos mejores autores españoles del siglo XX) descubrió nuevas posibilidades para, desde la sensualidad y la temática amorosa, tan presente en aquellos estantes, ir configurando su peculiar estilo, tanto en lo literario como en lo personal.
Eran los tiempos de la Sociedad Arqueológica de Pontevedra, de Perfecto Feijoo, de Torcuato Ulloa, de Labarta Pose, de Álvarez Limeses, de Concepción Arenal, de García de la Riega, de Casto Sampedro. Como unos pocos años después lo fueron de Manuel Quiroga, de Blanco Porto, de Iglesias Vilarelle, de Castelao, de Bóveda, de Losada Diéguez, de Luis Amado Carballo, de Filgueira Valverde, de la Coral Polifónica, de la Sociedad Filarmónica, del Museo de Pontevedra, y después del Ateneo, del Cine-Club, de las Bienales de Arte, de las pinceladas de Leopoldo Nóvoa, Rafael Alonso o Manuel Moldes, llegando al presente donde la Facultade de Belas Artes, la Semana Galega de Filosofía, la Illa das Esculturas, el Salón do Libro, los Domingos do Principal, nuestras librerías o el Culturgal, junto a tantos y tantos nombres de creadores de diferentes artes que suman, desde su genialidad y talento, esfuerzos para que esa capital cultural sea tan firme hoy como lo fue cuando Valle-Inclán le dedicó su primer libro a Jesús Muruais, agradecido por su alentamiento de amigo.