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Cuando la leyenda supera la realidad

El fallecimiento de Cholo, capitán y mito del glorioso Pontevedra de los años sesenta, le abre las puertas de la eternidad a una de esas figuras irrepetibles en cualquier comunidad
Cholo y Vallejo avanzan con el balón después de arrebatárselo a Ufarte, tendido en el suelo, en el Manzanares. CIFRA
photo_camera Cholo y Vallejo avanzan con el balón después de arrebatárselo a Ufarte, tendido en el suelo, en el Manzanares. CIFRA

Todo colectivo precisa, a lo largo de los años, aunar una serie de ingredientes míticos que le otorguen su identidad, su singular configuración frente a otras ciudades para hacer de ella un espacio de identificación de todos sus integrantes. Pontevedra es rica en mitos, en  historias sedimentadas desde su conformación más primitiva hasta nuestros días. Así rebosaba felicidad, durante su estancia pontevedresa, Gonzalo Torrente Ballester, quien más y mejor escribió desde el mito, surtiendo su imaginario de todo un rosario de historias y personajes que se convirtieron en texto. Pero pocos de un calado tan grande como los que puede generar un territorio de pasiones compartidas como es el fútbol.

Pontevedra ha hecho de la historia del equipo del Hai que roelo, una Ítaca colectiva a la que regresar cada cierto tiempo. Un anclaje con la memoria de los que vivieron aquel tiempo y que llega a los que no lo vimos a través de un relato cada vez más legendario que es, tal y como filmó John Ford en su película El hombre que mató a Liberty Valance, como se escribe la vida de las personas, por encima de la realidad de los acontecimientos.
 
Aquel equipo granate, líder de Primera División, que se codeaba con las grandes referencias del fútbol en España, era mucho más que un simple equipo. Era el alivio semanal de una ciudad que en esa década tomaba aire tras los años posteriores a la Guerra Civil y sus miserias. Al desarrollismo social y económico se le unía un conjunto que, de manera inesperada, desde el tesón y la vitalidad, se había hecho un hueco en la élite del fútbol, convirtiendo Pasarón en ese vergel de sueños e ilusiones desde el que domesticar el día a día.

Todavía hoy esa alineación de jugadores es un mantra que acompaña a esta ciudad, no solo al hablar con algún vecino que lo vivió, sino que, como estés fuera de ella y digas que eres de Pontevedra, y si tu interlocutor tiene una cierta edad, antes de darte las buenas tardes te descerraja aquella alineación, no solo como un gesto cómplice, sino como la recuperación de un compromiso de resistencia colectivo que iba más allá de las orillas del Lérez.

He tenido pocas sensaciones más intensas en esta ciudad que las que surgían al cruzarme con Cholo por sus calles. Aquellas piernas, que como dos torres pétreas se hundían en el barro de Pasarón impidiendo el paso de cualquier rival, semejaban levitar al caminar sobre nuestras aceras. Era el poso de ese imaginario colectivo que te hacía reconocer al héroe, admirar al hombre que, como todos sus compañeros admiten, encarnaba a una generación irrepetible, no solo para el fútbol sino para la propia ciudad. Cuando pasaba a su lado siempre giraba la cabeza hacia todos los lados buscando la complicidad de los viandantes. "¡Pero no sabéis quien es!, ¡No sentís lo mismo que yo!". Muchas veces sentía lástima por todos los que no reaccionaban ante su presencia, la del conductor de trolebuses que, con su capa granate, había ajusticiado a sus oponentes en los terrenos de juego.

El escalofrío al pasar junto a quien fue el dorsal número tres poco tenía que ver con el que originaba en sus rivales, desmadejados ante quien seguramente no era el más alto, ni el más fuerte, ni el más rápido, pero sí el mejor. Verse entre aquella defensa, con sus medallas de lodo, debía ser como sentirse en medio de una manada de rinocerontes en plena estampida.

Todo tiempo es finito y esta semana se inició con la muerte de Cholo, el final de una época en esta ciudad que, quizás, se despierte así de aquel sueño granate que tantas veces ha atenazado, por su reflejo de Narciso, al propio equipo en su deseo de repetir aquellos éxitos. Nosotros seguiremos recordándolo desde la leyenda, porque como nos enseñó el director de cine irlandés: "En el Oeste, cuando la leyenda se convierte en realidad, publicamos la leyenda".

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