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Cuerpos en tensión

La novela ganadora del premio Biblioteca Breve refleja la relación del cuerpo femenino con la sociedad y la culpa
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photo_camera La escritora cordobesa Rosario Vilajos. FOTO JAVIER CEBOLLADA (EFE)

ROSARIO Villajos presentó La educación física al Premio Biblioteca Breve de novela que concede cada año la editorial Seix-Barral. Y lo hizo como un grito, como un puñetazo sobre la mesa que dejase en evidencia lo vivido, y sufrido, por muchas mujeres en la década de los noventa en una España en la que un suceso, el crimen de las niñas de Alcasser, sacudió numerosos elementos de nuestra comunidad, desde lo social, lo periodístico y hasta lo más íntimo, reflejado en el contexto familiar. Aquel crimen situó a la mujer y a su cuerpo como objetivo del asesinato, como la diana en la que el criminal pone un ojo que desde muchos hogares se intentó evitar, no afrontando la situación, sino eludiéndola, intentando ocultar cuerpos y limitar acciones de unas mujeres que, en muchos casos, estaban en ese preciso momento descubriendo su cuerpo y sus formas, asumiendo una identidad y enfrentándose a un entorno que siempre le ha sido hostil.

La valentía de Rosario Villajos y sobre todo las virtudes literarias que aquí exhibe, hicieron que aquella novela, que competía con otros setecientos títulos presentados, se erigiera en la ganadora de uno de los premios literarios más prestigiosos del país y nos reveló, al tiempo, una identidad poco conocida pero con trabajos desarrollados en diferentes segmentos de la cultura, como el musical, el de la novela gráfica o el cinematográfico. Formada en Bellas Artes, cordobesa y autora de dos novelas, Ramona y La muela, con La educación física amalgama toda una serie de elementos que definen mucho de lo que era este país en el momento en que se sitúa la novela, pero que también explica no pocas de las situaciones que nos sobresaltan hoy en día en relación a la violencia ejercida sobre las mujeres desde diferentes estamentos de la sociedad contemporánea.

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Esa capacidad de no caer en lo meramente temporal-pese a que son muchos los hitos que nos fijan en ese momento concreto como músicas, series de televisión o modas- es lo que le concede trascendencia a lo escrito, y cómo ese contexto familiar se relaciona con una sociedad lastrada por los condicionantes del machismo y por las permanentes tensiones establecidas con los cuerpos de la mujeres, a los que siempre se ha situado como el origen del pecado, la visualización del mal y el objeto de una culpa que, por supuesto, recae en la mujer.

Rosario Villajos para evidenciar esa situación se centra en una joven, Catalina, que, con dieciséis años, deja la casa de su amiga para regresar a la suya optando por hacer autostop. Será en ese intervalo real de tiempo, el de la espera y el del trayecto, en el que se condensa el relato, realizando Rosario Villajos un alarde técnico en cuanto al manejo de esa temporalidad, en el que se desarrolla la totalidad de la trama, a través de los pensamientos de la protagonista, de sus encuentros con diferentes personas, y desde sus reflexiones sobre distintos momentos pasados a lo largo de su vida ligados a sus diferentes ámbitos: el escolar, el familiar, el de las amistades o las relaciones con los hombres... y cómo cada uno de ellos se vinculaba con su cuerpo.

Ese cuerpo acaba de tener la regla, con un cambio de mentalidad y de muda en su fisonomía de caderas y pechos que constituían no sólo una nueva imagen percibida por los demás de las más variadas maneras en función de su relación o intenciones con la protagonista, sino que entre todos lo que propician es la generación de un sentido de culpa capaz de condicionar todo y de activar en Catalina una situación de sufrimiento y ansiedad que incluso llega a lo físico, al provocarse diferentes formas de dolor sobre ese mismo cuerpo estableciendo con él una situación de permanente y angustiosa rebeldía.

Rosario Villajos, de manera inteligente, no sólo contextualiza la historia en esa década final del pasado siglo, sino que a través de diferentes guiños con el pasado, hunde también en la mitología varias de las costumbres que han ido creando a lo largo de los siglos toda esa serie de postulados sobre la mujer, su cuerpo, y cómo debe ser su relación de sumisión, sobre todo con los hombres, debiendo manejar numerosas situaciones de manera imprevisible y para lo que la educación de las familias nunca ha generado, precisamente, las mejores enseñanzas para mudar esa coyuntura, siendo  demasiadas veces las madres quienes amparaban esa posición de la mujer en base a elementos tradicionales o religiosos, tras los cuales no dudaban en ocultar esos cuerpos bajo fajas o corsés que, como en la portada del libro, son la imagen más poderosa de un cuerpo que debía estar oculto y de esta manera, a salvo de sus propias tensiones.

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