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Preguntas de escritor

'La flor del rayo' refleja el proceso de creación de una novela con imprevisibles consecuencias para su autor
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photo_camera El escritor almeriense Juan Manuel Gil. FOTO ARCHIVO D.P.

QUÉ OCURRE cuando tras un éxito literario un autor debe enfrentarse a la publicación de un segundo texto? Juan Manuel Gil (Almería, 1979) ganó en el año 2021 el Premio Biblioteca Breve con Trigo limpio y ahora, tras ese salto al vacío, nos presenta una nueva novela, La flor del rayo, también editada por Seix Barral y en la que tras ese salto aterriza con sus piernas sobre el suelo de la realidad, lográndolo sin registrar ninguna fractura.

Esa pregunta es la que activa todo un relato lleno de ingenio, con diálogos y reflexiones brillantes y que al construir esta historia configuran uno de esos jardines literarios en los que Juan Manuel Gil gusta adentrar al lector. Si en aquella novela premiada era la poderosa figura del pasadizo la que nos cautivaba y servía de tránsito entre diferentes personajes y espacios, ahora es una vivienda con su jardín la que centra la atención del escritor que debe crear un nuevo artificio literario y responder así a las expectativas generadas. Todo ese proceso de creación de una novela es la montaña rusa a la que nos sube el autor que ve como ese itinerario, de una desaforada intensidad, desde el que no deja de burlarse tanto de él como de sí mismo, arrastra, como la crecida de un río, gran parte del ecosistema que le rodea, su relación de pareja, el ámbito familiar, todo queda supeditado a las elucubraciones del novelista que debe atar cabos ante una escena inicial en la que puede estar el arranque, no solo de una novela, sino de un periplo vital al que asistimos como espectadores de una doble trama, la de construcción de una novela y la de cómo se genera el armazón de ese relato.

Si a algo nos está acostumbrando Juan Manuel Gil es a su capacidad para hacer de la mezcla de ficción y realidad un territorio muy feliz para el lector, y eso es porque quien lo abona seguro que también lo es con su creación, y se nota. Esa manera de escrutarse a sí mismo, de reírse de todo lo que nutre a ese proceso, siempre vinculado a un componente mítico e idealizado alrededor de cómo el escritor se enfrenta a la escritura de un libro, es una riquísima munición para generar ese texto de la felicidad, por así decirlo, donde autor y lector se reúnen en el gozo de lo literario.

La flor del rayo sigue, como en la novela anterior, convirtiendo al hecho literario en gran leitmotiv del trabajo de Juan Manuel Gil tanto en los diálogos con los personajes de su vida, que finalmente también lo serán de su novela, como en las sesiones de terapia psicológica se plantean toda una serie de cuestiones sobre la creatividad literaria, tan inteligentes como irónicas (valga la redundancia) y que a medida que pasan las páginas va enajenando cada vez más al protagonista. Es, en ese proceso, en el que el autor nos muestra también otra de sus destrezas que ya nos había entre sorprendido y abrumado en su anterior novela, como es la construcción de todo un puzle de historias, personajes y momentos que encajan entre sí con una precisión que al llegar al final del libro te preguntas ¿cómo lo ha podido hacer? Es, quizás, esa pregunta la que da sentido a todo lo anterior. Y que como respuestas nos ofrece el deseo de hacer literatura, la pasión por contar historias, la manera de engarzar personajes entre sí y todo para situarnos en ese jardín literario desde el que descubrir cómo puede nacer una historia llena de inesperados giros que, entre lo real y lo ficticio, crean las claves precisas para dejar en nosotros una marca, la señal de una lectura, como cuando un rayo alcanza a una persona y se dice que deja en ella un rastro denominado la flor del rayo.

Caminos de los que nadie sale indemne, como se aprecia en la lectura de un libro con unos personajes que en su contribución al relato muestran también todas sus debilidades e incertezas, también en un autor que reflexiona sobre su propia actividad y que no duda en mostrarse de manera abierta y sin pudores, y hasta un lector que asiste a cómo la vida puede guardar en su interior un infinito número de posibilidades para crear sus historias, narrativas en las que incluso nosotros mismos podemos llegar a ser protagonistas.

Puede desterrar Juan Manuel Gil todos esos temores que acosan al escritor tras una novela de aplausos, como fue su libro anterior, ya que, si cabe, esta debería ampliarlos y seguir proyectando su escritura.

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