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Sombras en el fuego

‘En la boca del lobo’, silencio y desamparo, reafirman la cada vez más firme trayectoria como narradora de Elvira Lindo
La escritora Elvira Lindo, autora de 'En la boca del lobo'. FOTO EUROPA PRESS
photo_camera La escritora Elvira Lindo, autora de 'En la boca del lobo'. FOTO EUROPA PRESS

La literatura debe arder. Así es como los mejores libros tienen que lograr convertirse en una pira a la que arrojar todo aquello que acosa al ser humano como parte de un proceso de depuración de lo que la vida adhiere a nuestros años a través de las más diversas experiencias.

‘En la boca del lobo’ (Seix-Barral) tiene mucho de eso, encontrándonos un relato magníficamente construido, que se reconoce trabajado hasta la extenuación en su armazón y lenguaje, y en el que su autora, Elvira Lindo, crea una gran hoguera a la que nos obliga a mirar  fijamente, de manera casi hipnótica, mientras en ella se consumen miedos y dudas, heridas y soledades, aprendizajes y violencias. Un mundo, por lo tanto, donde las llamas proyectan una serie de sombras que la escritora delimita de manera firme, a través de una serie de personajes que serán inolvidables para los lectores que se internen en este bosque inesperado e imprevisible, de silencios y desamparos, cautivador desde sus primeras páginas.

Es ese arranque, en el que conocemos a una madre y a su hija, el que nos va a dar las primeras claves de una relación que se irá tensando con el paso de las páginas y de unos años que, lejos de ser sosiego, se convierten en más aliento para ese fuego.

Son esos diálogos, esas conversaciones que plantean para ambas una suerte de huida que buscará bálsamo en la naturaleza (en un entorno rural que conoce bien la autora por motivos familiares) las primeras señales de la madurez que ha alcanzando Elvira Lindo como escritora en esta novela y que ya nos ha venido mostrando en sus dos excelentes títulos anteriores: ‘Noches sin dormir’ y ‘A corazón abierto’. Tanto aquel invierno de Nueva York, como ese retrato familiar, tan íntimo como comprometido con la escritura, confirman ese pulso firme, capaz de generar un poderoso texto en el que la propia Elvira Lindo parece haberse despojado de sus inseguridades para afrontar un relato centrado en las profundidades humanas. Ella, que no ha hecho más que dar vueltas alrededor de las personas, desde la literatura juvenil, el periodismo, la opinión o el cine, desde hace varios libros ha decidido sujetar bien fuerte las bridas desbocadas de la novela para proponernos todos estos relatos llenos de virtudes.

Valoraba los diálogos del libro, pero si algo me fascina de esta historia es cómo Elvira Lindo, a la que todos relacionados con ambientes urbanos, desde Madrid a Nueva York, nos integra en una novela donde la naturaleza es mucho más que un decorado, siendo un personaje más, o mejor dicho, un estado de ánimo que como tal es mutable y transformador de las personas. Protagonistas animales y vegetales, así como todo lo relacionado con la meteorología, no son solo un marco, sino que sus apariciones tienen mucho que ver con la trama y, sobre todo, con unos personajes que hacen de esa naturaleza un espacio en el que lograr una nueva confianza pero lo que se encuentran es todo un universo de miradas, rumores y acciones que convertirán sus vidas en algo muy distinto de lo que tenían pensado.

Esa tensión entre el hombre y la naturaleza es un magnífico contexto de una novela en la que Elvira Lindo explora tanto a la condición humana y a las diferentes relaciones que se establecen en ella, como a sí misma, al situar ese entorno de un pueblo rural en un ámbito que forma parte de ella misma, de su infancia y de la sensibilidad de una mujer en el tránsito vital al bosque de los adultos, que tiene mucho que ver con todo lo que sucede en esta narrativa que juega a ser una fábula o uno de esos cuentos clásicos en los que, normalmente, bajo sus capas se encuentran toda una serie de elementos que harían palidecer ese pretendido universo infantil. Elvira Lindo, al volver a ese territorio de su juventud, también explora su propia mirada de mujer adulta sobre una realidad que el tiempo ha ido sedimentando en ese territorio físico y humano, a buen seguro muy diferente del que se ha podido encontrar hoy en día.

Salgo de una conferencia de la gran Remedios Zafra en la que nos golpea con una frase de Kafka: "Si el libro que leemos no nos perturba, ¿para qué lo leemos?". Enseguida la vinculo a esta magnífica novela que leí hace ya unos días y que todavía me acompaña como una perturbación necesaria para seguir entendiendo aquello que somos y que lo que es tan complejo escribir y, sobre todo, hacerlo bien, como hace Elvira Lindo desde la misma boca del lobo.

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