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El tiempo pasa página

'Lenguas en los árboles' es una emocionante revisión de 25 años de poesía, en los que la duda emerge como su gran aval
El poeta leonés Antonio Manilla. FOTO PURI HERVÁS (EFE)
photo_camera El poeta leonés Antonio Manilla. FOTO PURI HERVÁS (EFE)

Tras nueve libros de poemas publicados y veinticinco años de escritura el autor leonés Antonio Manilla nos propone una revisión de su obra a través de la edición de Lenguas en los árboles a cargo de Averso Poesía. Antes de adentrarnos en unas palabras en las que el paso del tiempo se convierte en el eficaz y lúcido diapasón para calibrar todo lo que sucede en su interior, nos encontramos con un prólogo en el que de una manera confesional y hasta valiente Antonio Manilla explica el momento actual en el que se encuentra y cómo se han ido juntando todos estos poemas bajo un mismo destino, que no es otro que el dudar sobre lo que se está haciendo. Una duda siempre obligada para quien asume cualquier tarea, más todavía si esta tiene que ver con la creación, con la elección de itinerarios, de veredas que recorrer para exponer su intimidad al colectivo, siempre tan complejo.

Curiosamente es a partir de esa duda desde la que todo adquiere sentido y que el poeta dinamita a través de la contundencia de una pirámide de tres palabras que en cada una de sus caras convierte en sólidos sus fundamentos creativos. Eternidad, belleza y verdad refulgen en cada una de ellas como el firme asiento sobre el que conformar una poesía y una manera de entender el acto poético.

Dividido en dos grandes bloques el poemario se inicia con Lenguas en los árboles donde se nos adentra en la naturaleza como la gran medida de nosotros mismos y el ámbito donde ese tiempo, que todo lo mide, se puede detener a través de los sonidos, las sensaciones o las emociones que todo ese universo es capaz de sugerirnos. Aves y árboles se convocan desde la palabra en una especie de refugio del ser humano, "un momento sin tiempo" escribe el poeta, en lo que podría ser un excelente titular para esta página, pero elijo "el tiempo pasa página", que también se convoca en el poemario como ese minutero que de manera irrefrenable marca nuestras vidas.

La frágil solidez de la naturaleza es un infinito campo de inspiración para una serie de poetas que encuentran en ese contexto, en esa discusión con el confuso contexto urbano, una especie de bálsamo para la escritura, pero también una manera de explorarnos a nosotros mismos. Nombres como los de Eloy Sánchez Rosillo, Andrés Trapiello o Miguel d’Ors, junto a nuestro protagonista cita en muchos de sus poemas a mirlos, ruiseñores, vencejos y gorriones para que ese fragmento en el que ese modesto pajarillo se erige en protagonista de lo eterno impida que el tiempo pase la siguiente página. Instantes fugaces pero que son imperecederos, notarios de nuestra existencia y emoción desde esa pureza y sinceridad que se esconde en ellos.

El segundo de los bloques poéticos del libro es Bodas de plata, un canto celebratorio a la propia vida, al acúmulo de experiencias en esa "maraña del mundo" y en la búsqueda de una felicidad que nos mantenga en pie. Es esta una de las obsesiones del poeta, la de generar y saber apreciar (no siempre sucede en todos nosotros) esa felicidad que nos reconforta y permite seguir adelante entre el torrente de caprichos de la vida. Para ello cada uno de los poemas, perfectamente escogidos en esa misión colectiva, evoca a un proceso, a uno de esos encuentros con la felicidad no siempre abierta y espontánea, a veces compleja de atisbar y hasta de pelear. Todo proceso requiere de ese esfuerzo, de esa ceniza bajo la sonrisa que, lentamente, se va haciendo memoria, quizás lo único que podamos rescatar de nosotros mismos dentro de un tiempo. De ese tiempo que se convierte en cada poema en una gran interrogación, la de preguntarnos sobre lo que vendrá, sobre aquello que nos encontraremos tras doblar la siguiente esquina. Dudas, preguntas, inquietudes que nos van configurando e interpelando a cada instante y quizás sin las cuales nada tendría sentido al negar la posibilidad de juzgarnos a nosotros mismos.

Veinticinco años de poemas contenidos en unas páginas, en este hatillo de poemas que es la brújula de una vida y donde "una brisa que remueve la enramada", "el rojo fulgor de un vino añejo", "un ala sin aire" o "un mirlo en la ventana" son lo único que de verdad puede señalar un norte seguro por el que conducirnos para entender lo poco que somos. Páginas de un libro que el tiempo se encarga de pasar y en las que poder reconocernos en alguna de sus líneas, como diría nuestro vecino, y también poeta, Miguel d’Ors: "menos da una piedra".

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