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La noche quieta

Ricardo Menéndez Salmón. WKICOMMONS
photo_camera Ricardo Menéndez Salmón. WKICOMMONS

NO ENTRES dócilmente en esa noche quieta es una inspiradora frase perteneciente a un verso de Dylan Thomas y cuyo aliento ha servido para titular el último libro de Ricardo Menéndez Salmón (Gijón, 1971) publicado por Seix Barral. Un emocionante libro lleno de momentos que te obligan a leer en tu propio interior cómo está planteada tu vinculación con tu propia familia en el caso de haber sufrido algo similar a lo vivido por el escritor o cómo lo viviríamos en el caso de que esa situación se pueda llegar a producir.

Ese acontecimiento es la pérdida del padre, pero no tanto la pérdida en sí como el proceso, en este caso, larguísimo y dolorosísimo, en el que se ve envuelto un hijo al ver la progresiva degradación de la figura paterna y cómo ha discurrido su vida profesional, dedicada a la literatura bajo esa sombra extenuante. Un abrumador ejercicio de sinceridad que estremece en muchos momentos por la profundidad de lo que cuenta Ricardo Menéndez Salmón, sabedor de que sólo desde ese cortinaje caído se puede alumbrar una redención propia. Y es que son muchas las culpas que el autor de libros como La ofensa expía a lo largo de estas líneas, mediante una mirada que se vuelca desde la habitación de un hospital hacía un vacío inagotable, hacia la incomprensión de una realidad que lo ha asolado desde su adolescencia hasta, quizás y ojalá, el punto y final de este libro.

Leer cualquiera de los libros escritos por Ricardo Menéndez Salmón significa embarcarse en un discurso literario siempre eficaz, alejado de esas comodidades de la escritura que muchos, demasiados, emplean para llenar de sus títulos las zonas de confort de las librerías y de paso auparse a las listas de ventas. Desde sus primeros textos se ha ido articulando un engranaje literario que asume al lector como un diente más de ese mecanismo, un diente necesario para que todo gire desde la implicación directa en cada relato. Ningún libro de Ricardo Menéndez Salmón se hace ajeno al lector, y de hecho en este se explica mucho del devenir de su obra, de los planteamientos de unos libros a los que ahora, tras asomarnos a esta caja de Pandora, entendemos de una manera más nítida. "Escribo libros que intentan decir el mundo", afirma el autor en este libro. Decir el mundo, decirnos a nosotros mismos. Hacer de la literatura un camino que recorrer para pensarnos dentro de este ecosistema endiablado en el que nos movemos, para plantear así ese eterno enfrentamiento entre la luz y la sombra, y ese desequilibrio que siempre genera la aparición del mal como catalizador de numerosas situaciones. Desde postulados literarios, filosóficos, artísticos o de la comunicación Ricardo Menéndez Salmón ha escrito varios de los libros más apasionantes de los últimos tiempos en nuestra literatura y, sin duda, de los más interesantes para plantear esos nuevos itinerarios que siempre la escritura necesita para realmente asumir esa posibilidad de expiación individual y colectiva.

Tan interesante como la descripción de lo vivido a lo largo del calvario del padre es la relación que Ricardo Menéndez Salmón plantea entre ese Gólgota y su escritura, cómo aquella sombra se convirtió en un eclipse de otras realidades que podría haber abordado en sus libros, pero ante las que siempre se veía imantado por esa permanente pregunta sobre lo injusto de una situación que se había enquistado en su vivienda familiar, en esos cuartos del dolor que levantaban, cada vez que llegaba el zarpazo, una mayor altura. Desde ese recuerdo escribe el autor de El sistema, una distopía galardonada en 2016 con el Premio Biblioteca Breve, con un cuidadísimo lenguaje, con palabras que detonan en el interior del relato con una contundencia a la que no estamos acostumbrados, ya que muchas de ellas son un pellizco en la narración y asumen la condición del lenguaje como un elemento esencial para contar, una cuestión que puede parecer de Perogrullo, pero que muchos desprecian en deshonra de lo literario. Ese lenguaje es todo un andamiaje para sobrecogernos y, especialmente en este caso, involucrarnos en esa noche quieta que es este libro. Un lóbrego escenario donde lo luminoso procede de la propia asunción de la culpa, por admitir esa situación en el margen de la consumación física, por abandonar el incendio en el que la madre se convierte en heroína, haciendo de lo literario una evasión que solo podía conducir hacia este lugar en el que nos encontramos ahora mismo. También esa luz se ve reforzada por el desarrollo del amor que se plantea entre un padre y un hijo, ese alambre de espino por el que todos caminamos con más o menos consecuencias. Unos pies sangrados que aquí hacen de la honestidad y la emoción un rastro imposible de ser evitado en la búsqueda de la existencia propia, en la dinamo de una personalidad siempre condicionada por los que nos anteceden, los que ponen en nuestras manos las herramientas, pero también los que a partir de nuestro contacto con ellos hacen de la historia familiar el libro más complejo y sinuoso que escribir.

Queda todavía mucho año por delante pero será difícil que aparezca un libro de estas condiciones en el espectro literario. Un libro que te marca de manera profunda, más aún si has vivido alguna situación similar a la que aquí se cuenta. Seguir la narrativa de Ricardo Menéndez Salmón es una de esas bendiciones que la cultura pone en las manos de uno, cada escrito se espera con una inusitada expectación y, pese a que con sus últimos libros, El sistema y Homo Lubitz, he sentido una cierta distancia, quizás provocada por esa ficción a la que no nos tenía acostumbrado el autor asturiano, con No entres dócilmente en esa noche quieta, el enfangarse en la más pura y absorbente realidad te arrastra hacia una reconstrucción propia y a la reconciliación con la literatura como un alumbramiento que nunca te deja de emocionar.