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25 años más

David Gistau
photo_camera David Gistau

El otro día mi móvil comenzó de pronto a hacer pipí. Veníamos el móvil y yo de tomar un café y al llegar a casa, viendo que el aparato estaba sin carga en la batería, introduje la conexión del cable en el hueco preparado para ello y fue en ese momento cuando se puso a hacer pipí, sin parar. Pipí, pipí, pipí. Algo no va bien, pensé, y pude comprobar que el teléfono pitaba porque estaba cada segundo conectándose y desconectándose. Para descubrir si el problema era del cargador, del cable o del teléfono fui por toda la casa conectándolo a diferentes cargadores y así supe que la culpa era del hueco. No parece normal que un agujero pueda estropearse, pero sí. Bajé a un establecimiento donde se ocupan de estas cosas y me dijeron que podían pedir un hueco nuevo aunque tardaría un par de días y convenimos en hacer la reparación, cuyo coste se estimó en 50 euros.

Subí de nuevo a casa y vi que mi PC estaba sin conexión y allí en este cuartucho en el que trabajo, frente a las dos pantallas a través de las que mantengo contacto con la vida, sentí un hueco en mi interior que estaba arruinando mi vida. Sin móvil y sin ordenador no me quedó otro remedio que divagar, cosa que detesto cada día más. Me da miedo porque las divagaciones nunca sabe uno a dónde le llevan, en mi caso últimamente a cosas tristes. Y así fue: recordando que divagar me da miedo empecé a pensar en temores y recordé que el mayor temor de escritor David Gistau era morir. No por él, sino por sus hijos.

Yo nunca había pensado en Gistau. Lo leía de vez en cuando más bien como parte de mi trabajo, para aprender, porque tenía una escritura sobresaliente.

Así que recordé una columna suya y también una entrevista en las que poco antes de morir confesaba ese miedo, no tanto a morir como a hacerlo de forma prematura. Él había sido un niño huérfano y temía no vivir lo suficiente como para que sus hijos tuvieran a un padre que los acompañase en el principio de su ciclo vital, alguien al que aferrarse en momentos de zozobra, hasta llegar a la madurez. Así que pensé que la vida, la naturaleza o Dios fuero tremendamente injustos con él, pues David Gistau no les pedía nada de lo que no goce la mayoría de la gente por lógica cuestión generacional. Murió poco después con 49 años y cuatro hijos, dos y dos. Pensé también que me hubiera gustado conocerlo, al menos para un café. Parecía buena persona viéndolo en las tertulias y leyendo sus columnas, y el que pensara en sus hijos con tal fervor lo confirma. Puede que otros padres sientan el mismo temor a dejar a sus hijos tras una muerte temprana, pero no he conocido a ninguno que lo haya dicho. Suelen ser temores inconfesables que no se pronuncian en voz alta. Y en esa entrevista en la Cope, también grabada en vídeo, además de las palabras está ese temor en su rostro. Se le ve en los ojos, entre ese pelazo que tenía y la generosa barba. Busqué esa entrevista cuando la conexión volvió a mi vida. Es algo trágico porque en ese momento Gistau no tenía mayores motivos para temer a la muerte. No estaba enfermo, su aspecto era envidiablemente saludable y a su edad lo normal no es pensar en una muerte inmediata. Pedía 25 años más, tiempo que consideraba suficiente para que todos sus hijos alcanzaran la madurez antes de perder al padre.

Me consolé pensando de forma totalmente egoísta que yo vi cumplido su sueño. Vi crecer a mi hija y a mi hijo, los vi madurar y ahora veo cómo se enfrentan a la vida y la sacan adelante. Tengo más o menos la misma edad que Gistau tendría hoy pero me fueron dados esos 25 años extra que a él le faltaron. Todo lo que él más ansiaba lo tuve yo sin pedírselo a nadie, y eso puede que sea doblemente injusto para él.

Es terrible no obtener de la vida algo tan elemental y natural como lo que él pedía. En el terreno profesional había alcanzado la merecida cima aunque también lamentaba no haberlo hecho antes, no sé por qué. Y en lo personal sólo quería tener aquello que todos damos por hecho: que a no ser que seamos padres ancianos estaremos ahí. Luego está el derecho a que ese deseo se vea cumplido. Hubiera sido Gistau sin duda mejor padre que yo. Creo que a mí nunca se me dio del todo bien, como a tantos padres. He hecho lo que buenamente he podido y si nuestros hijos han tenido una referencia en casa, ha sido la de su madre. El mérito que tienen los dos es cosa suya sobre todo, y luego de su madre. Yo andaba por ahí.

Esos 25 años extra, creo, los merecía Gistau más que yo. Seguro que hubiera sido un mejor padre para mis hijos. Y estas cosas son las que me pasan cuando uno deja libre a su cabeza, que cavilar no es bueno, al menos para mí.

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