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Disfrazarse todo el año

Vista general del Congreso de los Diputados. EFE
photo_camera Vista general del Congreso de los Diputados. EFE

ACABÓ la pobre legislatura justo cuando tenía que acabar, dando paso al carnaval. Lo único que echaré de menos es a la presidencia de Ana Pastor, una de las poquísimas personas de la política española que no va disfrazada todo el año fingiendo ser otra cosa. Le tocó ser la primera presidenta de un Parlamento que vota favorablemente una moción de censura, la primera con un presidente de un partido diferente al suyo, y lo hizo con paciencia benedictina en una época endiablada, sin fingir ni actuar, siendo Ana Pastor incluso en carnaval, la misma Ana Pastor que luego se toma un café con usted y no se transforma en otra persona, como casi todos los demás. También es la única ministra de Aznar que no acabó delante de un juez, y si eso no tiene un mérito tremendo ya me dirá usted qué lo tiene. Una vez me mandaron al Congreso a hacer un reportaje y me pasé tres horas hablando con diputados y diputadas de todos los partidos intentando que alguien me dijera algo malo de ella. Fracasé estrepitosamente.

Salvando esa excepción, no encuentro a ningún peso pesado que no lleve todo el día la careta puesta. Carecen de imaginación, además. Cada uno se disfraza de sí mismo disfrazado a su vez de otra persona. Abascal, el último que llegó, se pone un disfraz de demócrata; Pablo Casado y Rivera se visten de centristas, Pedro Sánchez de socialista y así todos. Tratan de fingir ser otra cosa. Solamente se salvan los vascos, como el lehendakari Urkullu que fue el otro día a declarar en el juicio de los presos políticos de Catalunya y dejó al resto de los testigos a la altura del betún. Mucho tendríamos que aprender de los políticos vascos, que nunca se disfrazan de lo que no son.

En Galiza tenemos algunas excepciones, como la de Ana Pontón, otra que no pasa la vida disfrazada. También algunos líderes locales que son siempre ellos mismos, como los alcaldes de Pontevedra y Vigo. No saben fingir y por lo que se ve la gente lo valora, lo agradece y lo vota. Tengo un amigo, César, un concejal del PP de Pontevedra muy temido por sus rivales, que tampoco sabe. Es un gran carnavalero y un año salió de Travis Bickie, el papel que hacía Robert de Niro en Taxi Driver. Estábamos en la previa de unas elecciones y yo, al verlo, le dije que era muy desafortunado disfrazarse de psicópata que quiere asesinar a un candidato, y que para una vez que un político sólo se disfraza en carnaval podía haber pensado algo mejor, yo que sé, de Gandhi, que eso nunca resta votos, y que sólo le faltaba liarse a tiros con su jefe. Yo lo metería entre los primeros, pero los designios de su jefe, Rafa Domínguez, son inescrutables. Además, varios días después de aquel carnaval me regaló una chaqueta como la que llevaba él, que la visto a menudo porque me sienta divinamente y realza mi figura, esculpida por las manos del mismo Dios. ¡Oh, qué bello soy! Vuelo en tres minutos.

Ya estoy. Pues los políticos deberían legislar para que se les obligara a ser ellos mismos en carnaval. No tienen ni que vestirse para eso. Bueno, mejor que se vistan, pero como el resto del año, que tampoco es cosa de salir desnudos, aunque un día lo hizo Albert Rivera y no le fue del todo mal. Imagíneselos, vestidos o no, diciendo lo que de verdad piensan: Abascal prometiendo la pena de muerte para los homosexuales; Casado, una ecografía a cada embarazada que piense en abortar y una plancha nueva para toda mujer española; Rivera, bebés gestados por mujeres pobres; Sánchez, no se me ocurre nada porque el hombre carece de la habilidad de engendrar promesas. Puede que sea el mejor actor de todos porque sólo hace de guapo, que lo es. Lo único que podría hacer en carnaval es borrarse esa sonrisa perpetua, que de tanto ponerla le van a salir arrugas y eso hace envejecer. Me lo dijo un día mi señora, allí frente al altar, mientras nos casábamos: “No sonrías tanto, imbécil, que te van a salir arrugas y eso envejece”.

Imagínese usted a Rufián siendo amable, que seguramente luego lo es en persona, pero le pone usted un micrófono delante, o una cámara o las dos cosas y se vuelve un maleducado. Ser así ocho o diez horas al día tiene que ser un sinvivir, porque no creo yo que en la vida real alguien pueda ser así. No creo que llegue a su casa y le hable a su pareja como le habla a un portavoz parlamentario. Nadie lo aguantaría ni cinco segundos. "Cariño, estos fideos con ternera que has pedido al chino son una auténtica vergüenza. No sé cómo tienes esa cara de cemento para sentarte aquí, ante tu familia, y pretender que nos traguemos esta porquería. Deberías irte de casa en este mismo instante". Tienen su mérito, no vamos a negarlo. Y merecen cada céntimo que cobran y cada céntimo que les cae del cielo, así les llueva en las Islas Caimán, en Andorra o en un consejo de administración. Dios los bendiga.

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