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La gesta del metílico

María Elisa Alvarez Obaya, en su laboratorio. DP
photo_camera María Elisa Alvarez Obaya, en su laboratorio. DP

Entre febrero y mayo de 1963 se produjo en España un envenenamiento masivo. Fue el llamado Caso del metílico. Unos empresarios psicópatas, Rogelio Aguiar y los vigueses Román y Gerardo Lago, padre e hijo, todos ellos bodegueros y comercializadores de alcoholes, empezaron a echar cuentas y llegaron a una conclusión: "¡Mimá, tío, si compramos alcohol destinado a fabricar barniz y lo vendemos como apto para el consumo de humanos pobres, nos forramos, meu!". Se lanzaron. Rogelio se hizo con 75.000 litros de alcohol chungo y entregó buena parte a Román y a Gerardo Lago, cuya misión fue fabricar, embotellar, etiquetar y distribuir el veneno por España, América y África. Lo mejor que les podía ocurrir a quienes bebían aquella porquería era obtener una ceguera irreversible. Todos los demás morían al tragarse una o dos copas. Y ahora es cuando entra nuestra heroína, María Elisa Álvarez Obaya.

María Elisa era una farmacéutica asturiana de 29 años con plaza en Haría, Lanzarote, uno de los lugares con mayor cantidad de víctimas. Fue ella la que sospechó que el origen de aquellas muertes no era una epidemia de meningitis, como se anunciaba, y tras hacer los pertinentes análisis descubrió que el origen estaba en el veneno que distribuía la bodega de Román y Gerardo Lago. Se enfrentó a todos aquellos que le chillaban que una mujer joven y menudita no era nadie para ir por ahí incautando botellas y barriles. Ella no se detuvo hasta que el último litro de veneno fue precintado. La acusación pudo demostrar que 51 personas murieron y 9 quedaron ciegas de por vida, pero los cálculos más conservadores dan un mínimo real de mil muertos y decenas de ciegos sólo en España y en cuatro meses, aunque la cifra en el resto de países donde se vendió el producto es incalculable. Si María Luisa no hubiese intervenido, los muertos españoles se hubieran contado por decenas o centenares de miles. Cada copa de veneno podía dejar ciega o asesinar a una persona y los empresarios prodigiosos tenían listos para introducir en el mercado suficientes litros como para acabar con cerca de un millón de consumidores.

Es verdad que ni Aguiar ni los Lago querían matar a sus clientes, sólo estafarlos, pues en las condenas se dictamina que los movía un desmedido afán de lucro. Querían hacerse todavía más ricos en poco tiempo y habían encontrado el filón perfecto: comprar alcohol venenoso, rebajarlo con agua como quien corta heroína y venderlo a un precio competitivo. Simplemente se les fue la mano.

Los Lago, padre e hijo, diseñaron una contraetiqueta en la que se leía el célebre poema de Rosalía: "Adiós ríos, adiós fontes, adiós, regatos pequenos; adiós, vista dos meus ollos, non sei cando nos veremos". En efecto, quienes bebieron de aquellas botellas dijeron adiós a la vista de sus ojos para siempre, pues quedaron ciegos o muertos. Las víctimas se dieron principalmente en Canarias y Galiza, aunque de no intervenir María Elisa Álvarez Obaya los muertos y los ciegos hubieran caído por todo el Estado.

La farmacéutica asturiana es, probablemente, la persona que más vidas ha salvado en España. Puede competir con otra mujer, Gertrudis de la Fuente, también científica, que identificó las causas de otro envenenamiento masivo, el del Caso colza. Una y otra antes de luchar contra los envenenadores lo hicieron contra una sociedad machista, empeñada en que las mujeres no estudiaran ni se rebelaran. María Elisa tuvo que poner las muestras delante de las autoridades para que éstas comprendieran que cada muerte que se produjera en adelante sería también responsabilidad de aquellos que teniendo en su poder las pruebas no hubiesen actuado.

Si María Elisa hubiera nacido hombre y se llamase Luis, hoy España entera estaría llena de calles con su nombre y tendría tres o cuatro estatuas; institutos y colegios bautizados en su honor, una fundación y yo qué sé qué más. Pero como fue mujer ni siquiera tiene una entrada en Wikipedia. No se sabe quién fue María Elisa Álvarez Obaya, que sin ayuda de nadie, a sus 29 años se enfrentaba a machos sobrados de testosterona, entraba en tabernas, tomaba muestras y exigía que se dejase de vender cualquier licor distribuido por los Lago. Fue ella la que descubrió el origen de muertes y cegueras, ella la que identificó a la empresa que lo vendía y ella la que consiguió que las autoridades tomaran cartas en el asunto. Lo hizo peleando contra el cronómetro porque sabía que cada segundo había más gente ciega o asesinada por el veneno de la familia Lago. El periodista Fernando Méndez se comió todo el expediente del caso, miles y miles de folios. Fue el primero en rescatar el caso tras décadas de olvido y contar la gesta de María Elisa. Otro periodista, Guillermo Topham, que la entrevistó en 1963 terminaba así su artículo: "Su nombre siempre se recordará con admiración y cariño". Pues no. La memoria de los pueblos es selectiva y en el caso de España siempre selecciona a hombres. María Elisa Álvarez Obaya es uno de los ejemplos más despiadados de mujeres ninguneadas por el simple hecho de ser mujeres. Honrémosla.

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