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Si los niños gobernaran el mundo

Los adultos somos por definición competitivos
Niños escuchando la lectura de un cuento. EUROPA PRESS
photo_camera Niños escuchando la lectura de un cuento. EUROPA PRESS

Cuando yo niño, la organización social entre infantes se basaba en cuatro o cinco normas que nadie discutía. Los niños jugaban al fútbol y las niñas y yo al brilé. Todo era muy instintivo y estaba cargado de método. El larguero de la portería, por ejemplo, era un elemento imaginario cuya altura dependía de la del portero. Si el balón iba más alto de lo que el niño podía saltar con los brazos extendidos hacia el cielo no era gol y así lo reconocían todos los intervinientes. En ambas disciplinas, el fútbol y el brilé, estaba prohibido lanzar balonazos, sobre todo cuando la pelota era de cuero y más si estaba mojada, porque dolía.

Para niños y niñas, en ausencia de adultos que les digan lo que tienen que hacer, no hay más reglamento que el sentido común y actúan en base a una lógica elemental perto fabulosamente eficaz. Esto viene sucediendo a lo largo de la Historia en todas las épocas y en cada cultura y aunque la literatura al respecto no es precisamente abundante, algunos estudiosos han propuesto aplicar la lógica infantil a la resolución de problemas de los adultos.

Quienes más lejos llegaron en esa iniciativa fueron tres hombres hoy trágicamente olvidados: Alberto Luis Kreimerman, Oscar Kirovsky y Héctor Antonio Cerquetti, que condensaron su trabajo en una obra igualmente ignorada que titularon ‘Si los niños gobernaran el mundo’, en la que exponen con claridad y sencillez sus conclusiones. La parte central de su proposición se condensa en apenas unas frases, que reproduzco textualmente: "Si los niños gobernaran al mundo / y en lugar de guerra se ordenara jugar, / la gente tendría sonrisas sinceras / y en todas las calles se oiría cantar". Bien pensado quizá tres personas fueran demasiadas para escribir eso, que no es un libro sino una canción que popularizaron numerosos artistas, entre los que destacó la intérprete Tatiana, aunque también la cantaron Verónica Castro o Chabelo.

De haber prosperado la idea, en efecto, hoy no estaríamos asistiendo a una guerra, sino que los pueblos ruso y ucraniano estarían obligados a jugar, la gente tendría sonrisas sinceras y en toda la calle se oiría cantar. Si Kreimerman, Kirovsky y Cerquetti hubieran profundizado en su trabajo, que parece que la canción la escribieron antes de aprender a leer, tal como se deduce de la calidad de sus versos, probablemente alguien les hubiera hecho caso, y yo muy a favor de retomar el asunto y dejar que durante un año nos gobernaran niñas y niños. Peor difícilmente podrían hacerlo, y en caso de robar, robarían cajas de Playmobil para jugar en las cumbres internacionales.

Esos gobernantes deberían tener un máximo de seis años de edad, que de ahí en adelante se vuelven mimosos, caprichosos o las dos cosas a un tiempo y tampoco hay necesidad de dejar el mundo en sus manos. Yo no imagino a una niña de cinco años, presidenta de Rusia, ordenando una invasión, ni a un niño de la misma edad presidiendo los EEUU y echando gasolina a una crisis. No me imagino a medio mundo pasando penurias por la mala decisión de un crío, porque la infancia es noble y empática, de ahí que las niñas de mi cole, en aquellos tiempos de roles inamovibles, me dejaran jugar con ellas al brilé.

Los adultos somos por definición competitivos, envidiosos, desconfiados, egoístas, interesados, crueles. Atesoramos todos los defectos de los que carece un niño, por eso no es lo más conveniente dejarnos gobernar el mundo. En realidad es una estupidez que deberíamos cambiar desde ya. Si los niños gobernaran el mundo, como querían Kreimerman, Kirovsky y Cerquetti, el gas, el petróleo y el resto de los recursos se repartirían de manera equitativa, con cuatro normas básicas y lógicas, que los niños no necesitan más. Por otra parte tampoco tendríamos consumos elevados porque estaríamos todo el día jugando y en todas las calles se oiría cantar.

Sé que esta propuesta caerá en saco roto, como todas las que hago. Eso es a causa de mi obesidad, que me resta credibilidad y prestancia, pero piénselo bien.

A partir de los ocho años, como mucho, no debería poder votarse. Cuando el mando lo llevan los adultos las cosas acaban mal, repase usted si no el devenir de la humanidad. Somos lo adultos quienes creamos el caos. Somos parte del reino animal. Usted pone a una cría de hiena y a una leona bebé y se pondrán a jugar y en todas las calles se oiría cantar, pero al cabo de un tiempo acabarán por matarse. Y con los humanos ocurre exactamente eso, que nos volvemos malos y dañinos.

Los adultos tendríamos que trabajar haciendo trompos, muñecas, cochitos y cosas así para los niños que nos gobernarían, y luego a jugar entre nosotros y en todas las calles se oiría cantar, pero no, somos así, malas personas. Usted igual no, que no estoy aquí para ofender a nadie, pero el resto de la gente adulta es terrible.

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