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'Rambo III'

Una infante de marina revisa a dos civiles en el aeropuerto Hamid Karzai, en Kabul. VICTOR A. MANCILLA (EFE)
photo_camera Una infante de marina revisa a dos civiles en el aeropuerto Hamid Karzai, en Kabul. VICTOR A. MANCILLA (EFE)

CÓMO cambian los tiempos, querida señora. Los que tenemos cierta edad, como es nuestro caso, todavía recordamos cuando los talibanes eran buena gente. Lo sabíamos por 'Rambo III'. John Rambo era enviado a Afganistán para ayudar a aquellos valientes luchadores por la libertad a liberarse del yugo soviético. En comparación, los malos eran los rusos y los muyahidines no solo eran buenos: eran buenísimos, los mejores del mundo.

Yo, como gran amante que soy del buen cine inteligente, veo a menudo ‘Rambo III’ y allí los talibanes no obligan a las mujeres a llevar burka, ni siquiera se ve una triste lapidación de una adúltera. Todo lo que no pasaba en 'Rambo III' no ocurría. Nuestra única referencia para entender la realidad afgana era 'Rambo III', así que cuando el ejército soviético se retiró nos quedamos todos aliviados porque Afganistán estaba al fin gobernada por buena gente. Nadie nos volvió a hablar de aquel remoto país lleno de arena, montañas y amapolas hasta lo de las Torres Gemelas, aquel terrible momento en que supimos que John Rambo nos había estado mintiendo durante décadas.

Resulta que aquellos héroes libertadores eran una panda de tarados y fue entonces cuando supimos de los burkas, de las lapidaciones, de la prohibición de escolarizar a las niñas y de sus relaciones con Al Qaeda y Bin Laden. En una fracción de segundo pasaron de ser aquella buena gente colega de Rambo a convertirse en nuestros peores enemigos.

Hay muchos otros países en los que los derechos de todos y especialmente de todas son igualmente vulnerados a diario. Arabia Saudí, por ejemplo, nuestra gran aliada en Oriente Medio. O los Emiratos Árabes Unidos, en cuya capital, Dubái, se aloja cómodamente nuestro anterior monarca. Sin embargo, en nuestra realidad no son tan malos como los talibán. ¿Por qué? No tengo la menor idea, por eso pregunto.

La realidad, por contradictorio que parezca, no radica en lo que ocurre. Es una amalgama de información sesgada, de medias verdades, de mentiras, de ocultaciones y de interpretaciones libres. Es una máscara que le ponemos a la verdad para disfrazarla de otra cosa a nuestra conveniencia. La dictadura cubana, por ejemplo, nos preocupa mucho porque es comunista. Allí no lapidan a nadie ni lo decapitan en público ni obligan a las mujeres a llevar burka. Es cierto que hay derechos fundamentales de los que carecen, como el de unas elecciones libres, pero peores son los sauditas y de eso no nos quejamos. Venezuela es una democracia incompleta que nos preocupa mucho más que Marruecos, pongo por caso, o Turquía, donde pocos derechos existen. Hablamos, como hago yo ahora mismo, de lo que nos llega con más fuerza o con más furia, y hoy son los talibanes. Ya nos han tocado los coreanos del norte, los iraquíes o los iraníes, cuyos derechos ya nos importan bien poco porque ahora estamos a lo que estamos, que es Afganistán.

No nos preocupa en absoluto que en Estados Unidos apliquen la pena de muerte. Nadie irá a Washington a echárselo en cara, ni nadie irá a decirles que no está bien tener a media población armada hasta los dientes, o que casi mejor que los negros no se conviertan en dianas de la policía. Es que ni siquiera nos preocupa tener encarcelados a los jóvenes de Altsasu por una pelea de borrachos o mantener en prisión a un rapero. Lo que toca es Afganistán y sus derechos humanos.

Los derechos humanos se vulneran a diario en muchos estados, entre ellos el nuestro. No estaremos entre los peores, pero ni de lejos entre los mejores. Y está bien que nos preocupe cada violación de esos derechos se produzca donde se produzca, es lo humano. El problema lo tenemos cuando sacamos la máscara con la que cubrimos la realidad y nos encontramos en medio de un tsunami de contradicciones. Más o menos como cuando descubrimos que John Rambo nos adulteraba la realidad desde nuestra adolescencia. Por eso lo cómodo es mantener la verdad acotada a los intereses o a la ideología que más nos convenga en cada momento.

Estuvimos esta semana recordando a tantos gallegos asesinados en el 36. Al acto institucional en memoria de Alexandre Bóveda acudió por primera vez un presidente local del PP de Pontevedra, donde dijo que estaba allí para honrar la memoria de un "gallego asesinado cuyo único delito fue amar a Galicia". En cinco segundos las redes sociales, con Vox a la cabeza, se llenaron de comentarios criticando a Rafa Domínguez. Esto también es hablar de derechos humanos.

Hay que empezar a comprender que si John Rambo nos mintió otros muchos pueden hacerlo y lo hacen. Y ya que ajustamos la máscara de la realidad a nuestra conveniencia, lo inteligente es empezar por lo que tenemos más cerca, no vaya a ser que de tanto mirar a lo lejos buscando a anormales no veamos a los que viven en la manzana de al lado.

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