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Su gran noche

BAILABA RAJOY en Nochevieja. Se movía descompasadamente, avanzando y retrocediendo con torpeza, como si estuviera empezando la rehabilitación tras partirse las dos piernas, algo que realmente había le sucedido poco antes, el 20D. Sonaba ‘Mi gran noche’, de Raphael. Entonces, Mariano tomó la decisión más arriesgada y valiente que ha tomado en toda la legislatura y quizá en toda su carrera política. Justo en el momento en que Raphael hacía una pausa tras cantar: “¿Qué pasará, qué misterio habrá? Puede ser mi gran noche”, Rajoy alzaba los brazos y daba tres palmas. En ese preciso instante, en un momento de euforia, pensó que lo mejor que podía hacer era dar esas tres palmadas. Se la jugó. Comprendió inmediatamente que había cometido un grave error y miró furtivamente a sus compañeros de baile, preguntándose si alguien había advertido la torpeza, pues las tres palmas no venían a cuento, ni habían sido practicadas con un mínimo de gracia o sentido del ritmo. Luego retomó el ejercicio del baile, aparentando total naturalidad y aguantando heroicamente la sonrisa, mientras Raphael seguía cantando: “y al despertar, ya mi vida sabrá algo que no conoce”. 

La pregunta, que como veremos tiene gran importancia, es la que sigue: ¿Se hubiera atrevido Rajoy a hacer eso delante de Raphael, el gran perjudicado de aquella escena absurda? La respuesta es no. De haber estado Raphael presente, Rajoy hubiera mandado a un ministro o ministra a jugársela y a dar esas tres palmas. Hay algo peor que tirar la piedra y esconder la mano, y es utilizar a otro para tirar la piedra mientras uno permanece agazapado. Y eso es lo que ha hecho con la prórroga de Ence. Lo que cabe esperar de quien, como mucho, se ha atrevido a dar tres palmas mal dadas y luego disimular y poner cara de no haberlas dado.

Uno se esconde cuando sabe que lo que hace está mal hecho. Eso no solamente le sucede a Rajoy. Nos sucede a todos. Se llama vergüenza. “Rajoy no tiene vergüenza”, decía uno en la manifestación del viernes y se equivocaba. La tiene, y mucha. Si a Mariano Rajoy le pareciese correcta la decisión de dejarnos a Ence otras seis décadas, lo hubiese hecho de frente, a cara descubierta. Si uno hace memoria, no recordará ni una sola ocasión en la que Rajoy haya pronunciado “Ence” a lo largo de toda su vida. Para decir “Ence” siempre ha utilizado a otros, en este caso a Isabel García Tejerina, responsable del ministerio de Agricultura, Alimentación, Medio Ambiente y Acuamed.

Todo se ha hecho a escondidas, alevosamente, con nocturnidad y pasamontañas: la decisión la comunicó la propia empresa; Tejerina dijo que todo se hacía por razones técnicas; las exigentes condiciones impuestas a Ence vienen siendo las siguientes: que se quede donde está a cambio de nada que beneficie a Pontevedra y a su comarca. Nadie dice cuántos puestos de trabajo se crearán, ni cuándo. Eso es lo de menos.

Si Rajoy tuviera la convicción de que Pontevedra necesita a Ence lo hubiera dicho alguna vez. Pudo hacerlo durante la campaña, sin ir más lejos, pero finalmente lo ha hecho presidiendo un gobierno en funciones que con toda seguridad vive los últimos momentos de su agonía. Pero si lo hace a escondidas, sabiendo que está mal hecho, ¿por qué lo hace? Pues porque para Rajoy hay dos Pontevedras. Una, minoritaria y elitista, ésa que no habla gallego, que veranea en “Sangenjo”, la que celebra la Nochevieja en “La Toja” bailando a Raphael, la que le hacía la pelota a en el palco de la plaza de toros; luego está la otra, la que lo ignora. La Pontevedra de los paletos con los que nunca se ha mezclado porque no pertenecen a su raza de elegidos. Esa Pontevedra a la que Rajoy desprecia, la que solamente ha dado al PP 7 concejales de 25. La que no lo adora ni le rinde pleitesía. Si esa Pontevedra, fíjese en lo que le digo, quisiese a Ence en la ría, Rajoy le hubiese quitado la concesión y la prórroga y la empresa estaría ahora mismo haciendo las maletas. Y el proceso se hubiese hecho siguiendo el mismo método, con un Rajoy acurrucado y en funciones, enviando a otros a dar la cara, sin asumir ningún coste político. Rajoy es un mal perdedor que quiere morir matando, y como no puede matar a sus verdaderos rivales, decide asesinar a esta Pontevedra a la que no soporta.

Le da igual. La Pontevedra de Rajoy se lo agradecerá. Incluso los que perderán sus cargos cuando Rajoy pierda el Gobierno lo seguirán considerando un gran bailarín. Los demás, los que pertenecen a la Pontevedra paleta, pagarán durante generaciones el no haberlo aceptado como el gran líder que jamás fue. Y que nadie se equivoque: Rajoy jamás se tomará una caña con un obrero de Ence ni de ninguna otra empresa. Los trabajadores de Ence le importan a Rajoy cuatro carajos. Rajoy se irá a vivir a un lugar confortable y limpio, muy lejos de Ence y allí, a escondidas, se pondrá un pasamontañas, bailará Mi gran noche y dará tres palmadas solo frente al espejo, para que no se entere Raphael.

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