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La leyenda y el fraile piadoso

Todas las leyendas tienen su origen, eso lo sabe usted. La propia existencia de Troya era una leyenda hasta que un señor se la encontró, no una Troya, sino varias superpuestas. En ese caso el origen de la leyenda era real. Hay otras, como la del apóstol Santiago, que casi va a ser que no, que se inventó y se acrecentó por razones religiosas, sociales, estratégicas y hasta turísticas, tal como vemos hoy. Lo explica de una manera muy sencilla José Godoy Alcántara en su Historia crítica de los falsos cronicones, obra premiada y publicada por la Academia de la Historia en 1868. "Tocaba probar a quienes sostenían la venida del Apóstol, mas no existiendo pruebas, ocurriose suplantarlas. El fin justificaba el medio; los fraudes piadosos, el dolo pío, estaban admitidos en la moral corriente cuando tenían como objeto un motivo de edificación. Y no faltaban escritores de autoridad que defendiesen que era lícito falsear la historia". Es decir, que cuando la falsedad o la falsifi cación era conveniente, adelante.

Ocurre que ninguno de los cronistas conocidos hasta el S. VI, fecha del descubrimiento de la tumba, menciona la presencia de ese enterramiento. Ni Prudencio, que habla de las tradiciones de los santos en la Península Ibérica. Ni Orosio lo menciona en su Historia Universal, ni Hidacio, obispo de Chaves, que hizo una Crónica Gallega. Ni Martín de Dumio, obispo de Braga. Y hablamos de gente que conocía bien Galiza y sus tradiciones, sobre todo religiosas, las orales y las otras. No le quepa a usted duda de que si cualquiera de ellos hubiese tenido la menor noticia de que Santiago estaba enterrado en Galiza le hubieran dedicado extensas menciones en sus textos, que además eran por lo general bastante precisos, por lo que parece.

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Por aquellos mismos siglos se celebraron numerosos concilios. Normal, estaban poniendo en marcha una maquinaria, la Iglesia, que todavía funciona a día de hoy. Los hubo en Galicia, en Braga, por ejemplo y fuera de Galicia, como en Toledo, con asistencia de obispos gallegos, entre ellos los de Iria-Flavia, ahí mismo, a donde se dice que llegó la barca que conducía el cuerpo del Apóstol. Hay bastante información sobre esos concilios. Recordemos que Galiza, como primer reino de la cristiandad, tenía una infl uencia abrumadora y una preeminencia sobre cualquier otra diócesis, con permiso de Roma o sin su permiso. Pero nadie, nunca, mencionó ni de pasada que en Galiza hubiera ni siquiera un culto al apóstol Santiago, ya no digo un templo bajo su advocación o una capillita por ahí. Nada de nada. Hay un señor que a mí me cae muy bien que justifi ca todas esas omisiones porque en Galiza se había perdido el recuerdo de la presencia de Santiago y su posterior traslado tras ser asesinado en Tierra Santa, y que la culpa era del Diablo, que había borrado la memoria de las buenas gentes gallegas. Ambrosio de Morales, se llamaba. Un crack que vivió en el XVI, un yeyé de la época.

A ver: es verdad que existe una vaga referencia, no conclusiva, que a posteriori se utilizó, se utiliza y se utilizará, pero que demostrar demuestra nada. Se trata del Brevarium Apostolorum, un librillo del S. VII, en el que se da cuenta de los destinos de los apóstoles que se desperdigaron por el mundo para predicar el cristianismo. En él se dice que Santiago el Mayor anduvo por las tierras más occidentales de la península, en decir, en territorio gallego. Dice también que su sepulcro se encontraba en Achaia Marmarica. La conclusión, no muy lógica, es que tal localidad se encuentra en Galiza por la simple razón, no demostrada, de que a los apóstoles se les enterraba en los lugares en los que habían predicado y por consiguiente, la tal Archaia Marmarica estaba en Galiza aunque no hay constancia ni remota de que haya existido aquí un lugar llamado así. Con ese soporte tan simplón, surge la leyenda y se acrecienta.

Durante siglos nadie recordaba que teníamos entre nosotros el cuerpo del apóstol Santiago

Y poco después, cosa de un siglo, aparece el sepulcro, lo cual, por cierto, nos vino y nos viene y nos vendrá de perlas. Durante siglos, calcúlese que en caso de que Santiago hubiese predicado en Galiza y luego sus restos hayan venido de vuelta, eso debió ser en el siglo primero, a principios del segundo siendo generosos, pero a pesar de que el cristianismo tuvo en nuestra tierra más infl uencia que en ninguna otra, al menos en la península, a pesar de haber conformado el primer reino cristiano que existe, nadie recordaba que teníamos entre nosotros el cuerpo del apóstol Santiago, ni los cronistas, ni los clérigos de diócesis como la de Lugo, la de Braga o la de Iria-Flavia y así sucedió hasta que, pasados los siglos y los siglos, aparece el Brevarium Apostolorum y se corre la voz de que tenemos aquí un apóstol. Era cuestión de tiempo que alguien lo encontrara, aunque fuera de mentira. Inteligentemente, el obispo Teodomiro se inventó el sepulcro por razones puramente estratégicas y el tiempo nos ha dado la razón.

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