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Tomar las de Villadiego, la verdadera historia

Hoy vamos a mostrar hasta qué punto llegó de ridículo la historiografía para borrar a Galiza del mapa. Y no, no es que usted y yo estemos haciéndonos los tiquismiquis con una chorrada. Es una chorrada, hemos de reconocerlo, pero por eso mismo, porque es una chorrada, vale la pena desmontarla, para comprender que incluso en algo de tan pequeña importancia vienen a robarnos una mención que no nos hace mejores ni peores, pero que nos elimina porque sí, porque siempre dice usted con razón que la historia de Galiza nos la escriben sicópatas españoles.

villadiegoHay un dicho que usted conoce, "tomar las de Villadiego", referido a quien o quienes desaparecen apresuradamente de un lugar sin dar aviso. Haga usted la prueba. Búsquelo en Google. Encontrará multitud de teorías, todas ellas falsas, sobre el origen de la frase. Que si Villadiego, provincia de Burgos, era una localidad amable con los judíos y por eso muchos se refugiaban allí, que si es por unas alforjas famosas que se confeccionaban en dicha villa y que eran las elegidas para escapar, que si por sus también reputadas calzas o calzones y alguna otra mentira. Lo que no encontrará es una sola referencia al verdadero origen de la frase.

Pero resulta que si existe un dicho, frase, proverbio, llámelo como quiera, cuyo origen está perfectamente documentado es precisamente este. Está narrado en decenas de libros, pero el que mejor lo cuenta fue el nieto y sobrino nieto de quienes dieron pie a la expresión, famoso comediante y literato, Agustín de Rojas Villandrando, que escribió dos obras cargadas de referencias autobiográficas, ‘El buen repúblico’ y ‘El viaje entretenido’. En esta última confi esa: "Yo fui cuatro años estudiante, fui paje, fui soldado, fui pícaro; estuve cautivo, tire la jábega, anduve al remo, fui mercader, fui caballero, fui escribiente y vine a ser representante". Tuvo una vida azarosa, por lo que se ve. Acabó de notario en Andalucía, donde se supone que murió a edad avanzada. Pues es en esta obra en la que cuenta cómo su abuelo, Diego de Villandrando y su hermano tomaron las de Villadiego, un hecho muy famoso en su época a juzgar por la cantidad de veces que se reproduce en los libros.

Bien, el abuelo de este señor era un tal Diego de Villandrando, hidalgo natural de Ribadeo, donde cultivaba algunas tierras y ejercía como vasallo del conde de Ribadeo, su pariente. Nadie da la fecha exacta del suceso, aunque es fácil de calcular al menos por aproximación, como veremos más adelante si nos acordamos. Bien, Diego de Villandrando y su hermano, cuyo nombre no se nos menciona, mataron a un hidalgo, una buena persona, como es hoy todo el pueblo ribadense sin excepción. Una reyerta por una mujer, un asunto de faldas, que se decía en la época. Al comprobar el resultado del suceso, literalmente, tomaron las de Villadiego, es decir, huyeron precipitadamente, desaparecieron y acabaron escondidos en Villadiego bajo la protección de Íñigo de Velasco, poderoso condestable de Castilla y propietario de la villa. Para mayor seguridad, cambiaron su apellido de Villandrando por el de Villadiego.

Y de ahí viene el famoso dicho, según cuentan numerosísimas fuentes a lo largo de varios siglos, hasta que la referencia también toma las de Villadiego y desaparece por arte de magia para ser cambiada por una ristra de teorías absurdas sobre judíos y alforjas que nada tienen que ver con la famosa expresión. Ni siquiera en Villadiego saben hoy de dónde les viene la frase que tanta fama les da. Villadiego, quede dicho, es una preciosidad de ciudad medieval, que lo sepa usted.

Aquel Diego de Villandrado tuvo varios churumbeles, el primero de los cuáles llamóse Diego de Villadiego, padre del escritor Agustín de Rojas Villandrando, quien recuperó el apellido original de su abuelo, pues el asunto del asesinato ya no iba con él y de paso hacía honor a sus ancestros y a sus orígenes ribadenses, como debe ser.

En cuanto a la fecha en la que esto ocurrió, pues en el ocaso de la Edad Media. Ello se deduce sin problemas rebuscando entre la vida del Condestable que protegió a los fugados y de varias fuentes, empezando por su nieto el escritor, que no se detiene demasiado en contar el suceso pero lo pone en contexto, quizá involuntariamente. Yo calculo que la muerte del hidalgo, cuyo nombre no conozco porque no sé si vale la pena profundizar tanto para sacar un nombre más o ubicarlo un año antes u otro después, calculo, digo, que debió producirse entre 1480 y 1492. Si quieren otro día desarrollamos esto, y si no, no pasa nada.

Lo importante es consignar el verdadero origen del famoso dicho y sobre todo, insistir en el estúpido empeño de la historiografía que nos escriben desde Madrid y que nos roba hasta los dichos. Si algún día comprendiéramos que tras todo ello hay una malísima intención de eliminar a Galiza hasta llegar al punto en que robarnos una frase les parece a los españolazos una manera de laminarnos de la Historia, ese día, seríamos todos nacionalistas, o al menos buenos gallegos que aman a su patria.