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Ese conde de Ribadeo del que usted me habla

Lo suyo era, tras cada batalla que ganaba, que eran todas, incendiarlo todo, asesinar a todo aquel que encontrara por ahí con vida y desvalijar hasta el último céntimo
Artículo Ese conde de Ribadeo del que usted me habla, de Rodrigo Cota (05.06.21)

SOBRE SU origen no hay acuerdo. Hay quien lo hace natural de A Illa, en el Baixo Miño; otros sostienen, puede que con razón, que era del propio Ribadeo, pues en el documento por el que se le concede el título le llaman Rodrigo de Villandrando de Ribadeo, utilizando el topónimo como apellido o como gentilicio, según quien lo interprete. Luego hay quien dice que era de Valladolid, pero eso siempre lo dicen de cualquier gallego o gallega que haya destacado por cualquier cosa.

Figura como primer conde de Ribadeo en algunos anales, entiéndase esta última palabra como otra cosa diferente a la que está usted pensando, que luego se me distrae y no presta la atención que este texto requiere, que tampoco es tanta. Que yo como escritor no seré gran cosa, pero a veces usted como lectora, de buen rollo se lo digo, tampoco es que se luzca. Ahora mismo, por ejemplo, ya hemos perdido el hilo. Le decía, si deja de interrumpir, que hay quien dice que este Rodrigo de Villandrando fue el primer conde de Ribadeo, pero no es así. El primero era un francés del que ya hemos hablado, o sea que éste, aunque fue un personaje famosísimo en su tiempo en toda Europa, como mucho fue el segundo conde.

El condado de Ribadeo se lo dio Juan II de Castilla a Villandrado en 1431, el mismo día en que hizo conde de Buelna a otro famoso, Pero Niño. Pero Niño vino un día a conquistar Pontevedra. Le pusimos delante a nuestro hombre más hercúleo, un gigante invencible. Pues Pero Niño, según las crónicas, cogió al nuestro y le partió en dos la cabeza, literal. Bueno, vamos a lo nuestro, querida amiga mía.

Este Rodrigo de Villandrando era un animal. Cruel, vengativo, inmisericorde, dasvalijador: lo que en aquellos tiempos era el tío más útil del mundo. Tan bueno era en la batalla que pronto montó un grupo de mercenarios de toda procedencia y lo contrataban desde todas partes, principalmente en Francia, que estaba a punto de terminar contra Inglaterra la Guerra de los Cien Años. La victoria final de Francia pasaba por recuperar las tierras que los ingleses tenían en tierras galas, que era por eso por lo que llevaban en guerra todo ese tiempo. No se trataba sólo de echar a las tropas inglesas, sino de eliminar a toda la población civil inglesa y destruir sus pueblos y ciudades y para eso no había nadie mejor que el conde de Ribadeo y su equipo de mercenarios. Eran como los de Stallone pero a lo bestia.

Lo suyo era, tras cada batalla que ganaba, que eran todas, incendiarlo todo, asesinar a todo aquel que encontrara por ahí con vida y desvalijar hasta el último céntimo, por lo que sus ingresos eran ingentes. Cobraba de la Corona francesa y de los pillajes. A lo largo de su dilatada carrera también trabajó para ingleses, españoles y aragoneses, hasta donde se conoce, pero sabe Dios, que para eso es omnipotente. Se convirtió en un magnate a pesar de que sus orígenes, hasta donde se sospecha, tampoco es que fueran precisamente los de un Rockefeller medieval.

Estuvo con Juana de Arco en la toma de Orleáns y se dedicó a arrasar todo desde el Languedoc hasta Lyon y al acabar, como se aburría siguió mientras lo dejaron, hasta que los ingleses se rindieron. Luego continuó ofreciendo sus servicios como mercenario con gran éxito. Tan temido y tan solicidato era que una vez le secuestraron los ingleses a un sobrino y a unos cuantos de su círculo personal. Pidió al rey de España que le dejaran hacer un viaje con uno de sus barcos mercantes a Inglaterra, para pagar el rescate con la mercancía. El rey se vino arriba y no sólo le concedió un viaje, sino cuatro, en una época en que el tráfico a Inglaterra estaba bloqueado por España y le dio un salvoconducto exagerado, tanto que fue incluido en una obra recopilatoria titulada Colección de libros españoles raros o curiosos.

Tampoco se sabe muy bien dónde murió, ni cómo ni cuándo, aunque lo más probable, dicen los estudiosos, es que acabara sus días retirado en un monasterio, imaginemos que como en una residencia de lujo. Puede ser: era un hombre acostumbrado a ser bien servido, así que cuando se jubiló, cerró su empresa de mercenarios y se fue a meditar, a lamentar o celebrar su pasado y a comer y beber como un conde.

Así que este verano, cuando visite usted Ribadeo, que sé que lo hará, sepa que por sus calles, entre miles y miles de ribadenses, paseó también este animal que tenía la fama de ser el más cruel de entre los crueles de toda Europa y que formó un eficaz ejército de mercenarios salvajes, entre ellos muchos ingleses, a pesar del daño que había ocasionado a su gente.

Cada vez que me meto en la historia de Ribadeo es que lo flipo. Buena gente todos y todas, salvo ese conde del que me habla.

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