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La venta de grasa humana

Info Rodrigo Cota Galicia Histérica 05.10.19

DE CUANTAS historias vamos consiguiendo rescatar, la que toca ahora es sin lugar a dudas la más extraña, la más absurda, abominable e increíble. Por eso me veo en la obligación de recordar al lector que ésta, como todas las demás referidas a nuestro país, es absolutamente cierta. Todo sucedió tal como lo contamos.

El producto que ofrecían era José, un chaval regordecho, para que se le extrajera la grasa

El caso viene relatado en el Boletín de Jurisprudencia y Administración, publicado en elmismo año de 1857, y antes de entrar en materia, los propios redactores advierten:

"A pesar de que nos hemos propuesto no dar cabida en las columnas del Boletín a noticias referentes a pleitos o causas pendientes, hemos faltado a nuestro propósito por lo horroroso e inaudito del crimen, del que se dan pormenores en el siguiente extracto y en la censura final".

El día primero de marzo de 1857 se celebraba en Pontevedra la tradicional feria. A ella acudían gentes de toda la comarca para comprar y vender sus mercancías, curiosear, pasar el día y comer pulpo con cachelos y empanada de millo, regado todo ello con ribeiro. Luego, de postre, comían algún tipo de bizcocho con castañas como ingrediente principal y queso con membrillo. De fondo, sonaban gaitas y panderetas que ambientaban la escena, mientras los niños practicaban juegos populares y los abuelos arrojaban miguitas a las palomas (esto último no viene en el Boletín. Es de nuestra cosecha, como ya habrá imaginado el/la lector/a).

Entre toda esa gente se encontraban Dolores Reguera y Juan Vázquez, "vecinos de Santa María Adigna, distrito judicial de Cambados". Traían a José, hermano de Juan. Dolores y Juan, de quienes diremos ya que son los malos, recorrieron la feria: "rogando a varias personas le compraran a José Vázquez, joven de 18 años y hermano del último, para matarlo y usar de su grasa en las boticas". Es decir, que el producto que ofrecían era José, un chaval regordecho, para que se le extrajera la grasa.

Algunas de esas personas a las que les llegó el macabro ofrecimiento, no interesadas en la grasa de José, acudieron a la Guardia Civil para denunciar el asunto, y aunque en principio la benemérita "no creyó posible el suceso", se decidieron a investigarlo.

Así, dos agentes de paisano contactaron con los vendedores. Dolores era la que llevaba la voz cantante y tras una primera negociación, acordaron todos dirigirse a casa de un tal Fernández de Arango para cerrar el trato. Juan, por su parte, se encargó de atraer a su hermano José, engatusándolo con aguardiente y caramelos y, conseguido el propósito, allá fueron todos a ultimar los términos de la venta.

Una vez en casa de Fernández de Arango: "Se celebró el contrato de venta el primero de marzo, por los medios que para descubrirlo en toda su desnudez prepara la Guardia Civil, realizándolo hasta por escrito y con todas las circunstancias repugnantes para cualquier persona a quien adorne el más leve sentimiento de delicadeza y amor a sus semejantes".

En el contrato se especifica el precio, de 800 reales, y la mercancía, la grasa de José Vázquez, que había de ser extraída tras su asesinato por cuenta de los compradores. Una vez firmado el contrato, los beneméritos proceden a la detención de los vendedores, que son conducidos a los calabozos. Allí son interrogados. Como suele suceder, Dolores mantiene que Juan Vázquez es el inductor del crimen, mientras Juan, por su parte, afirma que "el discurso, la idea y el proyecto" pertenecen a Dolores. Sin negar ni uno ni otra que han tratado de vender al desgraciado José, intentan desdecirse de lo firmado, asegurando que el objeto de la transacción no era la grasa del chaval, sino que "lo vendían para tambor de un regimiento del ejército". Pero todos los testigos afirmaron unánimemente que, tal y como figura en el contrato firmado por los acusados "lo hicieron para que lo matasen para una botica". Aclaremos que la grasa era un producto de primera necesidad, de múltiples aplicaciones y de gran demanda, por lo que llegado el caso, tanto valía la grasa de cerdo, de ballena o de ser humano. Grasa era grasa.

En su escrito, fechado en Pontevedra, a 28 de abril de 1857, el fiscal, un prestigioso señor que se llamaba Francisco Sancho Gutiérrez, solicita una pena de once años para Dolores Reguera y doce para Juan Vázquez, de quienes dice, son personas "más duras y empedernidas que las piedras". Pues eso no lo vamos a poner en duda.

Como suele también ocurrir, interrogados los vecinos de Juan Vázquez y Dolores Reguera, todos coinciden en señalar que ambos "son tenidos por personas bien avisadas y astutas". Faltó decir que siempre saludaban.

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