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Los que fueron a por oro y trajeron sal

Los que fueron a por oro y trajeron sal, de Rodrigo Cota (26.06.21)

LAS TRES primeras expediciones castellanas para conquistar La Florida fueron un desastre. Para abreviar, la descubrió Ponce de León, aunque los nativos no compartieran esa apreciación. Es como si viene un extraterrestre a Ribadeo, por ejemplo, y va luego por ahí presumiendo de haber descubierto Ribadeo. Así que Ponce de León fue derrotado y herido con una flecha, dicen que envenenada y desde luego merecida y tal lesión le causó la muerte.

Luego fue Pánfilo Narváez. A Narváez Hernán Cortés le había sacado un ojo en Veracruz, pero esa es otra historia. Narváez corrió igual suerte pero peor, por contradictorio que esto parezca. Llegó con seiscientos soldados y solamente sobrevivieron cuatro, entre los que no se encontraba Pánfilo. Nárváez era un pánfilo, como está usted imaginando ahora que conoce su nombre de pila y como todos los conquistadores españoles, sin excepción, estaba obsesionado por conseguir oro. Y le pasó lo que a todos los demás: que si el extraterrestre que viene a conquistar Ribadeo le pregunta al alcalde dónde se puede comer un buen pulpo, el alcalde lo mandará a Huelva para mantenerlo cuanto más alejado sea posible. Así que Pánfilo anduvo de aquí para allá buscando oro por donde le iban diciendo y solamente encontró indígenas aguerridos, caimanes y mosquitos.

La tercera expedición fue la de Hernando del Pulgar, que la cuenta el cronista Garcilaso de la Vega en su obra La Florida del Inca. El título puede parecer engañoso pero no lo es. Se le puso así porque el autor era noble, famoso e inca por parte de madre. Para vender más, vaya. En eso la industria editorial no ha cambiado. Conozco a un escritor que hizo una novela titulada La Pontevedra de Tristán de Montenegro, o algo muy parecido, y el editor exigió cambiar el título por el de Templarios y mareantes en la gesta de Colón, que ya me dirá usted qué tiene que ver una cosa con la otra. La novela es entretenida pero claro, ni hay templarios ni hay mareantes ni hay gesta de Colón, lo que supone como mínimo un contratiempo para quien lo lee.

Y así, yo escribiendo, escribiendo, y usted leyendo leyendo, hemos puesto cuatro gerundios. Seguimos. Con Hernando del Pulgar iban dos gallegos, el uno conocido como Silvera y el otro, Pedro Moreno, de quien dice Garcilaso que eran "hombres diligentes y se les podía fiar cualquier cosa". Es todo cuanto sabemos de ellos. No se les debió encargar tanta cosa porque la obra contiene 169 capítulos y sólo se les menciona en uno y poca cosa. Sobre ellos sólo nos dice, más allá de lo entrecomillado aquí, que eran naturales de Galiza, nada más. De otros personajes nos cuenta Garcilaso hasta el coche que tenían, pero de estos dos nada. Pues se ganaron su lugar en la obra, que ya es algo, y como nadie nunca va a hablar de ellos, pues para eso está usted, señora querida, para dejar constancia del hecho que protagonizaron.

Un buen día, como de costumbre, unos indígenas le dijeron a Hernando del Pulgar que por allá en el quinto pino había oro y sal. Así que: "Con estas nuevas se regocijaron grandemente los castellanos y para las verificar se ofrecieron dos soldados". Los soldados eran Silvera y Pedro Moreno. Se les encomendó una misión que iba entre lo comercial, el espionaje y la diplomacia. Debían ir inspeccionando el terreno, unas 40 leguas, averiguando dónde estaban las minas de oro, la fertilidad de las tierras, la disposición de los nativos y esas cosas.

Después de semana y media volvieron y dijeron lo de siempre: que por ahí no había nada salvo caimanes, mosquitos y alguna gente malencarada. Traían un poco de sal y alguna cosilla más. Y la historia de nuestros dos hermanos termina así: "De la burla y el engaño del oro se consolaron los españoles con la sal, por la necesidad que de ella tenían". Así andaban los primeros conquistadores de Florida y de tantos otros lugares: dando tumbos en busca de oro. La gran mayoría, aunque eso no nos lo cuentan habitualmente, fracasaban y eran derrotados, bien por los nativos, bien por su avaricia, bien por las circunstancias. Debería contarse con enorme frecuencia, que se aprende más de las derrotas que de las victorias.

Nuestros dos gallegos, por ejemplo, no triunfaron. Se sabría. Los triunfadores, que eran los menos, fueron destacándose por la historiografía moderna. Lo cierto es que los cronistas de la época, bien que por lo general exageraban cualquier pequeña hazaña, no ocultaban las derrotas ni a los derrotados. Si hasta tenían el detalle de mencionar por sus nombres a dos soldados que no hicieron otra cosa que ir a por oro y volver con sal. Pues yo a estos les ponía una plaza.

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