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Deseo ser feliz

 

ESCRIBIÓ UN DÍA Wenceslao Fernández Flórez que la edad de las personas no debe medirse en años, pues la juventud o la vejez nada tienen que ver con la cantidad de veces que nuestro planeta haya girado alrededor de su estrella desde el día en que alguien nació. El escritor proponía como medida alternativa la sardina. Concretamente, la cantidad de sardinas que uno puede digerir de una sentada. Así, alguien capaz de digerir dos docenas de sardinas, aunque tenga 74 años es más joven que un chaval que no puede con media docena. 

El año está sobrevalorado como medida de casi todo, y el cambio de año todavía más. Tendemos a creer que con la llegada de un año nuevo nuestra vida puede cambiar. Nos llenamos de propósitos. ¿Por qué decidimos dejar de fumar con la llegada de un año nuevo? Total, a la tercera copa estamos encendiendo un puro. Sería mucho más fácil intentarlo un 17 de marzo. Nos deseamos un feliz año el 31 de diciembre o el primero de enero como si nuestra suerte funcionara así, de año en año, y pudiera cambiar precisamente a partir de ese día concreto.

Árbol de los deseos. GONZALO GARCÍAHace dos días vi un árbol navideño repleto de tarjetas en las que unos niños habían escrito sus deseos para 2019. Una ponía: "Aprovar las asinaturas", una ambición que obviamente no se cumplirá salvo que el autor o autora ponga algo de su parte. Los deseos que uno formula cuando empieza un nuevo año tienen mucho de supersticiones. Había de todo en ése árbol, lógicamente. "Un iPhone", pedía otro niño que seguramente tiene la esperanza de que 2019 le traiga el aparato que sus padres le niegan.

El año es la excusa para todo en esta vida: para proponernos un cambio, para hacernos promesas o formular propósitos, como si el cambio de año supusiera algo más que una noche cualquiera que da paso al día siguiente. Como si cada día no empezara un nuevo año. Otra tarjeta decía: "Quiero gustarle a Vanessa". El chaval o la chavala ama a Vanessa y cree que la chica corresponderá a ese amor por el simple hecho de que termina 2018, como si los sentimientos de Vanessa dependieran de una fecha. 

Como hacía tiempo mientras empezaba un acto al que tenía que acudir y además el evento se retrasaba, decidí leerme todas las tarjetas que estaban a mi vista. Algunas eran enternecedoras: "Que mis padres vuelvan juntos", decía otra. Ahí concluí que aquellos deseos seguramente fueron formulados de manera anónima, como esas notas que los judíos meten entre las piedras del Muro de las Lamentaciones y que los niños y las niñas que las escribieron plasmaron en ellas sus anhelos más íntimos. 

Así que leyendo, leyendo, que me encantan los gerundios desde que alguien me dijo que no había que escribirlos, encontré una tarjeta que en tres palabras resume todas las demás, nos describe a todos y explica a la humanidad entera: "Deseo ser feliz". 

Los que le piden a 2019 un móvil, aprobarlo todo, la reconciliación de sus padres o gustarle a Vanessa, pensé, están dando vueltas al mismo deseo: la felicidad. Como me vi perfectamente reflejado en esas tarjetas, supuse que tenemos vergüenza de desear directamente la felicidad y buscamos la manera de dar vueltas a ese anhelo y para no parecer demasiado cursis se lo suplicamos a un calendario. Quien escribió esa nota deseando ser feliz, quiero creer, se ha sincerado consigo misma. No busca la felicidad a base de excusas. No pide un móvil para ser feliz, ni gustarle a Vanessa. Por algún motivo supuse al instante que la autora es una niña y así lo imagino. Quiero creer además que no es una persona infeliz porque me dolería descubrir que tras esa tarjeta hay una historia desgarradora. Prefiero creer que simplemente no es del todo feliz y es consciente de que la felicidad plena es algo casi inalcanzable. 

Pero si alguien puede lograrla es la autora de esa tarjeta, la única de entre cientos y cientos de niños y niñas que sabe lo que quiere, que es lo mismo que deseamos usted y yo y el resto de la gente. En esas tres palabras, "deseo ser feliz", se encuentra el sentido de la vida, pero no hay mejor manera de expresarlo. 

Los años no conceden deseos. Ojalá lo hicieran, pero no. Pedirle la felicidad a un año es como pedirle a un jaguar que borde una túnica para arropar a un cervatillo, pero es un deseo tan sincero y tan simple ése de la felicidad que apostaría mi vida a que quien lo formuló no se lo pide a 2019. Se lo pide a la vida y espero que se lo conceda. 

Los años no significan nada. Ya ni siquiera sirven para calcular las cosechas como en tiempos en los que su utilidad era ésa: saber cuándo había que plantar el trigo y cuándo recogerlo. Los deseos, esos sí son permanentes. Desee usted ser feliz.

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