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El pacto de los frikis

EN ESPAÑA es difícil pactar, en España es difícil pactar. Porque no hay cultura de pactos, dice todo el mundo. Eso es más falso que un reportaje de Iker Jiménez. Aquí cuando hay voluntad, se pacta. Y cuando no la hay, no la hay. Una vez me llamaron del programa de Iker Jiménez para debatir sobre el origen de Colón, que es escocés. Les dije que sí, que a mí estas cosas de frikis me encantan. Pues no volvieron a llamar porque no tenían voluntad de pactar. Lo de frikis les pareció un insulto aunque en realidad era un elogio y se rompió el diálogo. Aquí se pacta cuando hay interés mutuo. Urdangarín se pasaba todo el día negociando y firmando acuerdos con todo el mundo. Incluso pactaba cosas inexistentes y llegaba a acuerdos con trabajadores de ficción, y los contrataba y todo. En Andalucía, Madrid o Valencia surgieron sofisticadísimos entramados que no se creaban sin dedicar todo el esfuerzo a alcanzar pactos. Asuntos así requieren duras negociaciones en las que participa mucha gente que se sienta a la mesa con voluntad de alcanzar un acuerdo satisfactorio para todas las partes.

En Catalunya, los Pujol estuvieron durante décadas negociando comisiones por todas y cada una de las obras que adjudicaban, y luego mandaban el dinero a paraísos fiscales y compraban hoteles. También ponían en Moncloa a los presidentes españoles, no sin antes negociar con dureza cada punto del acuerdo. Así que pactar, se pacta. Otra cosa muy diferente sucede cuando el objetivo de una de las partes, o de todas ellas, no es alcanzar un acuerdo. Entonces caben dos opciones, o así era hasta hace unas semanas: una es romper el diálogo, como me pasó a mí con los de Cuarto Milenio; la otra es escenificar el desacuerdo de tal manera que parezca que uno lo intentó pero el otro se cerró en banda.

Ahora existe una tercera vía, la creada por PSOE y C’s: alcanzar un pacto inútil. Pactar que no van a gobernar. Y van y lo firman. Eso es una soberana pérdida de tiempo. Es como si usted monta una fiesta de cumpleaños e invita a mi abuela sabiendo que no acudirá porque la pobre, Dios la tenga en su gloria, falleció cristianamente hace mil años. Para eso no hace falta ni levantar el teléfono. Así que salvo que haya una negociación oculta con un tercero, lo que se ha pactado es que Albert Rivera ayudará a Pedro Sánchez a no ser presidente. A cambio, han negociado varias cosas que no sucederán. “¿Suprimimos las diputaciones y eliminamos aforamientos?”. “Bah, tú ponlo. Total qué mas da, si esto no vale de nada”. Los socialistas han llamado a sus militantes para que ratifiquen un acuerdo que no fructificará. Eso es participación. Solamente un iluso, que alguno habrá en el PSOE como en todas partes, creerá que ese voto servirá para algo, pues nadie que esté en sus cabales imagina una ínfima posibilidad de que 130 diputados puedan quitarle a Susana Díaz media docena de diputaciones.

Deberían dirigir la mirada hacia Pontevedra, si de verdad quieren llegar a un acuerdo. Aquí, en cosa de semanas, la cultura del pacto ha alcanzado metas inverosímiles. En nuestra ciudad PSOE y C’s llegan a acuerdos constantemente y firman pactos con el PP y con Marea. También el BNG firma alianzas con otros, y a veces con todos. Pontevedra es el paraíso del pacto. Incluso lo fue en el famoso último pleno, en el que los cuatro grupos de la oposición votaron juntos tres o cuatro mociones, en plan: “Si nos apoyas en este tema, nosotros te apoyamos en aquel otro y luego ya viene lo de cuando insultamos a tu presidente, pero somos amigos igual, que esto no es personal y me caes muy bien. Es por el interés de los pontevedreses”. Pontevedra es una ciudad tan dividida que nunca se han visto tantas uniones como ahora. Tan dividida que se divide cada cinco minutos, formando fracciones primorosas. La elasticidad de nuestros representantes a la hora de pactar es de una belleza casi divina y crea acuerdos efímeros y cambiantes, que un día Ramón Rozas nos hará una crítica de arte sobre la belleza de nuestros pactos.

Eso aquí. En Madrid todos están buscando la manera de permanecer en pie mientras ven desfilar los cadáveres de sus enemigos. Pero puede suceder otra cosa. A veces uno ve pasar a un amigo malherido. En ocasiones puede uno contemplar a un compañero con un puñal en la espalda aunque él mismo no lo sepa ni nadie se lo imagine, y cuando los demás se dan cuenta es su propio cadáver el que ven desfilar frente a un espejo. Eso le ocurre ahora mismo a Pedro Sánchez, aunque él no lleva un puñal. Lleva centenares.

En fin, que lo que se ha pactado es que si la luna se estrella contra el sol, tomaremos medidas para ser extremadamente felices. Ni siquiera es una declaración de intenciones. Es un deseo imposible. Si los madrileños tomaran ejemplo de Pontevedra, verían lo fácil que es pactar sin complejos. De otra manera acabarán todos en un reportaje friki en el que Iker Jiménez tratará de convencernos de que lo imposible sucede de cuando en cuando.

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