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La guerra de Louzán

El 25 de marzo de este año, Rafael Louzán fue llamado a declarar a los juzgados de Cambados. El asunto tenía cierta importancia, pues la fiscalía lo acusaba de haber hecho un apaño raro con el alquiler de unos bajos de su propiedad. Lógicamente lo esperaban a la puerta algunos medios. Louzán se puso frente a ellos, esperó a que formaran el habitual corrillo y le acercaran los micrófonos. Dijo a la prensa solemnemente, que estaba allí para que la verdad saliera a relucir, para colaborar con la Justicia, para responder con todo lujo de detalles a todo aquello que se le preguntara, para defender su inocencia y contar su versión de los hechos.

Inmediatamente después, entró en el juzgado y se negó a declarar. La carrera política de Rafael Louzán estuvo siempre salpicada por ese tipo de escenas. Hombre de largos discursos improvisados, iba de pueblo en pueblo y de ciudad en ciudad; de fiesta en fiesta y de inauguración en inauguración, controlando con mano de hierro a todos sus alcaldes y concejales. En esto último tampoco es que se haya distinguido mucho de todos los presidentes de Diputación que ha dado Galiza.

Louzán se va del palacio sin haber logrado el último de sus grandes objetivos. Tras perder la mayoría en las últimas elecciones se paseó por la provincia ofreciendo la presidencia a todo aquel con el que se encontraba. No supo asumir la derrota. Hasta aquí el perfil del personaje. Lo que nos preocupa es su futuro. Como presidente de la Federación Galega de Fútbol parece tenerlo despejado. Su carrera política, sin embargo, es toda una incertidumbre. Tras su renuncia como diputado provincial parece claro que cederá el control del partido, pero quiere controlar el proceso. A mí me da un poco de pena la gente que abandona la política creyéndose en la obligación de prestar un último servicio al partido, servicio que nadie necesita.

Ha colocado a sus más fieles en la Deputación, convencido de que está en condiciones de librar la batalla final. Pero resulta que ya no tiene nada que ofrecerles: ni un puesto en una lista, ni un campo de fútbol, ni una carretera, ni nada. Cuando uno pierde la baraja la partida está perdida de antemano. A Louzán sólo le queda la lealtad de los suyos, pero olvida que en política la lealtad no es precisamente una virtud. En buena lógica, la lealtad es directamente proporcional a las expectativas de futuro y Rafael Louzán ya no tiene futuro que prometer a sus leales.

Asimilar una derrota nunca es fácil y menos cuando esa derrota debe ser compartida por cientos de concelleiros, docenas de alcaldes y cargos de confianza. Los peones de Louzán lo irán abandonando, primero de uno en uno y en silencio y luego todos los demás en tromba. De tener el control de toda la provincia pasará, en pocos meses, a no poder reunir a tres colegas para una partida a los dardos. No parece preocuparle porque él nunca ha parecido preocupado por nada. Cuando decidió buscar una salida en la Federación supo que sus principales colaboradores quedarían a los pies de los caballos.

Si entra en una guerra por nombrar sucesor, la perderá. El otro día, en Soutomaior, Louzán se apresuraba a correr de un lado a otro para aparecer en todas las fotos junto a Rajoy. Dos días después renunciaba a su acta de diputado, quizás porque Rajoy no le hizo demasiado caso. Eso lo convierte en un concelleiro de Ribadumia. No parece que desde esa posición de debilidad esté para liderar ninguna otra cosa que la Federación Galega de Fútbol.

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