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París

No hay más de mil personas que debieran saber que existe Puerto Hurraco. Sus 135 vecinos, los habitantes de la comarca a la que pertenece y el cartero que les lleva el correo. Pero desde 1990, somos millones, demasiados, los que sabemos de Puerto Hurraco. Los hermanos Izquierdo, instigados por sus hermanas, salieron aquel día de su casa y se liaron a tiros con todo aquel que se cruzó en su camino. Eso es para nosotros Puerto Hurraco.

Atocha no es sólo lo que tendría que ser. Una calle, una glorieta, una estación, un barrio. También es la matanza de los abogados laboralistas en 1977 y los atentados del 11-M. No podemos pronunciar ese nombre sin que nos vengan a la cabeza los crímenes. Charlie Hebdo ya es mucho más una matanza que una revista satírica. Los Juegos Olímpicos de Munich son recordados por el secuestro y posterior asesinato de la delegación israelí.

Nueva York es también el 11-S. Las Torres Gemelas aparecen cada vez que vemos una película rodada ahí antes de 2001 y las imágenes de los aviones estrellándose las vemos una y otra vez, en cada aniversario o en cientos de documentales. Es imposible que alguien borre aquello de su memoria. Paracuellos es otra matanza. A Caeira son los fusilamientos. El maratón de Boston , que se celebra desde 1897, es el atentado de 2013. Tiananmén es aquel hombre desafiando a un tanque en Pekín y la consecuente masacre, otra más, en 1989. Dresde es un bombardeo indiscriminado, como Guernika . Tlatelolco es la matanza de los estudiantes en el 68. Hace años, Julio Mayo , un fotógrafo gallego, republicano afincado en México, me acompañó a la plaza de las Tres Culturas, la de Tlatelolco. «Aquí está resumida la historia de la nación de los últimos seiscientos años», me dijo, mientras me mostraba las edificaciones aztecas, las coloniales y las del México libre. «Pero todo eso ya da igual, ya no sirve para nada. Después de tantos años y de tres civilizaciones, lo único que tenemos aquí es el recuerdo de una masacre que lo ha matado todo. Nunca lo olvides».

La gran victoria del terror es ésa. Que no se acaba nunca. Después del pánico del momento, tras dos o tres días, parece que todo vuelve a la normalidad, pero los eventos o los lugares jamás logran sacudirse ese instante de terror. Quedan marcados para siempre y jamás podemos recordarlos como si no hubiera ocurrido nada. Las primeras reacciones, que las hay de todo tipo, se olvidan en dos días. Las declaraciones solemnes, la solidaridad, la petición de justicia o de venganza, las frases grandiosas y lapidarias en las redes sociales, las explicaciones precipitadas, los repartos de culpas y de responsabilidades, las portadas a cinco columnas, todo eso dura un suspiro. Los entierros, los homenajes, las misas, las flores, duran poco más. El dolor de las víctimas se va mitigando y con los años los heridos y los supervivientes van falleciendo.

Luego queda solamente el terror, que ése nunca nos abandona porque cumple una de sus principales funciones, que es la permanencia. Casi no quedan ya supervivientes de los campos de exterminio nazis, pero Auschwitz nunca se olvidará. La fecha, la mancha, el recuerdo de la masacre siempre se queda ahí. Después de décadas o de siglos, Varsovia siempre será el gueto, Siberia nunca se desprenderá de los Gulag .

Puede que París sea una ciudad, la única, capaz de vencer al terror de los tiempos. Ha dado mucho más de lo que lo nadie le puede quitar. Tras pisotear Hitler sus calles, ordenó a su arquitecto, Abert Speer , que hiciera de Berlín una ciudad mucho más grandiosa. No lo consiguieron, y hoy París no es conocida como la ciudad que recorrió Hitler. La Comuna de París fue uno de los primeros ensayos de una democracia moderna. En París se tomó la Bastilla , algo que el mundo entero agradece; en París se redactó la Declaración Universal de los Derechos Humanos. En París se celebró la Revolución de Mayo del 68. París es la ciudad que cada cierto tiempo abre los ojos al mundo. París ha hecho tanto por las libertades que nunca será recordada como la ciudad de los atentados de noviembre de 2015. El peso de París es tan grande que incluso olvidamos el terror que la misma ciudad ha generado en otros tiempos o en los presentes.

París es mucha ciudad como para que todo su pasado sea borrado en una tarde y nos creamos que es lugar en el que en una ocasión sucedió algo terrible. En París, el objetivo último del terror, que es el de permanecer, siempre ha fracasado y seguirá haciéndolo. París renacerá, como siempre, y aunque nunca olvidemos una masacre, jamás hablaremos de París como la ciudad de la masacre.

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