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Róbeme, haga el favor

Imaginemos que está usted un día en su casa, tranquilamente, viendo Masterchef Junior cuando entra un ladrón. En lugar de echarlo de ahí o llamar a la policía, usted le ofrece una cerveza y le enseña la casa: "Llévese el televisor, caballero, que es nuevo y me costó una pasta. Coja por ese lado, que ya le ayudo yo. Espere. ¡Qué cabeza la mía! ¡Nos dejamos las joyas de mamá y el reloj de oro que heredé del abuelo! Tienen para mí un gran valor sentimental, aparte del económico, que salta a la vista. ¿Trae usted coche para llevarse todo esto? Si no es así, coja las llaves del mío. Ya me lo devolverá, si es su intención. En caso contrario quédeselo para siempre, que yo ya me arreglo".

Pues eso exactamente, lo hacemos usted y yo a diario. Abrimos la puerta de las instituciones y de las empresas públicas a los ladrones; les damos las llaves de la caja y les ayudamos a saquearla. Creemos, erróneamente, que el dinero público no es de nadie. Pues lo es: es de usted, como su televisor, las joyas de mamá y el reloj del abuelo. Todo lo que han robado Ignacio González, Jaume Matas, Bárcenas, los Pujol o Rodrigo Rato es de usted. Le pertenece. Son miles de millones. Sí, también lo de los ERE de Andalucía y cada céntimo saqueado por cualquier cuñado de rey, político o alto cargo, sea de la cuerda que sea.

Si de verdad entrase ese ladrón en su casa mientras ve Masterchef Junior, que espero que no suceda jamás, usted se llevaría un gran disgusto. Trataría de evitar el robo, y de no conseguirlo, pongamos porque el ladrón la amordazó a usted y la ató a una silla, lo denunciaría en cuanto tuviese ocasión. Removería cielo y tierra para recuperar lo que es suyo. Estaría usted, querida señora, indignadísima. No volvería a dormir tranquila hasta que cogieran al ladrón con el botín. Reclamaría justicia a gritos. Luego se presentaría encantada de la vida a la rueda de reconocimiento para identificar al mangante y acudiría al juicio a declarar para meterlo en la cárcel.


Creemos, erróneamente, que el dinero público no es de nadie. Pues lo es: es de usted, como su televisor...


Sin embargo, por alguna razón que se me escapa, cuando lo que nos roban a usted y a mí es el dinero que tenemos depositado en una cuenta de una administración pública, nos lo tomamos con una naturalidad pasmosa. El otro día estábamos unos amigos tomando una caña, como siempre, cuando apareció otro y nos dijo que acababan de detener a Ignacio González por robarle a usted su dinero. Nadie se sorprendió; ninguno mostró indignación. A los cuatro minutos, calculo yo, estábamos hablando de que hacía un día estupendo: un sol esplendoroso, impropio de un mes de abril, pues lo habitual es que en abril haya aguas mil y sin embargo este año no.

Desde entonces, los periódicos ofrecen cada día unas cuantas páginas dando los detalles del último escándalo, que ya nos aburre. Pasamos las páginas hasta encontrar una en la que nos cuenten que una morsa ha tenido morsitas en un zoo de Copenhage. Eso ya cambia, porque las morsitas son encantadoras y entretenidas, no como Ignacio González, que es un coñazo. Luego, claro, viene el Celta y se clasifica. ¿Quién va a perder el tiempo con el caso de un señor, otro más, que le ha robado a usted su dinero? Eso no es ni novedoso ni divertido.

En cualquier lugar que sea como mínimo tan decente como España, pongamos en los llamados "países de nuestro entorno", si hubiera políticos que se dedicaran a robarle a usted su dinero, se montaría la de dios. Y si fueran muchos los ladrones y se dedicaran a robarle a usted de manera sistemática, ya ni le cuento.

Hace un montón de años presencié una escena reveladora: un grupo de vándalos reventaba en la calle una papelera a patada limpia. Otros observábamos. Nos divertía ver aquello. Se acercó una señora y sin levantar la voz, les dijo: "Esta papelera es mía. Si queréis romper algo, id a vuestras casas y hacedlo, pero no destrocéis mi papelera". Ninguno de los presentes lo entendimos de buenas a primeras y mucho menos los pandilleros, así que la mujer amplió su discurso: "La papelera es mía, es vuestra, es de vuestros padres, de vuestros vecinos; es de todo el mundo. Pero es mi papelera porque la he pagado. No rompáis mi papelera". Aquel día todos los presentes, empezando por los vándalos, comprendimos qué es una propiedad pública. Desde entonces echo de menos a aquella señora tan sabia.

Ella podría explicar a España entera que cuando se saquea el Canal de Isabel II, cuando se factura a una administración pública un trabajo no realizado, cuando se soborna a un presidente de una comunidad, a un a concejal, al cuñado de un rey o a un alcalde, cuando se pide una comisión a cambio de una concesión, nos están robando un televisor, las joyas de mamá o el reloj del abuelo.

Están entrando a robar en nuestras casas para quitarnos lo que nos pertenece. Pero como aquella señora no ha vuelto a aparecer en nuestras vidas, pasa lo que pasa: que cualquiera se mete en nuestras casas, nos roba, y le ponemos un sueldo.

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