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El barroquismo interior de los gallegos

La oratio galaica despista a las gentes de mentalidad más categórica, por sus dosis de ambigüedad, sus flecos de retranca y los ocasionales pespuntes de ironía

Es cierto que a Churchill se le adjudican toda clase de frases. Pero esta parece que de veras es suya: "Quien a los veinte años no es revolucionario, es porque no tiene corazón. El que sigue siendo revolucionario a los cuarenta, es porque no tiene cabeza". Algo así debió de pensar Julio Camba, quien, ciertamente, se fue haciendo progresivamente conservador y cada vez menos inclinado al ejercicio crítico de la injusticia social. Cuando todavía era joven no le gustaban mucho los caciques. Aunque no era desde luego un líder agrarista, al estilo de Basilio Álvarez, criticaba concretamente el extraordinario poder e influencia que tenía el marqués de Riestra en Pontevedra. No menciona la palabra cacique, pero lo califica de intrigante desde su casa ajardinada de La Caeira, en la que vivía como un romano de los tiempos clásicos. Y mina su reputación recurriendo a su ironía sutil: "'Un ruso reconoce que dos y dos son cuatro en todas partes —decía el divino Turgueneff, burlándose de la vanidad patriótica de sus paisanos—; pero en Rusia lo son de un modo más categórico que en ningún otro país'. En Pontevedra y su provincia podría afirmarse que dos y dos no llegan a hacer definitivamente cuatro mientras el marqués de Riestra no autoriza la suma".

Camba detestaba la bohemia zarrapastrosa, de igual modo que Pío Baroja. No obstante, se vio obligado en su etapa juvenil a llevar una vida con resabios bohemios. Incluso se vio abocado a adoptar en algunas ocasiones actitudes emparentadas con la cutrería y el sablismo característicos de este estilo de praxis social, situada a caballo entre el arte y la marginalidad, casi nunca por su gusto e incluso puede que a su pesar, por mor de su menguada bolsa. En cuanto le fue posible se decantó hacia un dandismo ufano y diletante, de tono sibarita. Josep Pla decía que su colega vivía enteramente a su aire, como le daba la gana. Esta fue siempre su pauta de vida. Empero, permanentemente, fue un tipo discretamente elegante también cuando de joven lucía melena y chalina y prudentemente formal. Continuó siéndolo en sus lustros postreros siendo ya una celebridad en Madrid, cuando ya su salud flaqueaba y tenía una actitud más retraída, sin que dejara por ello de participar en tertulias, empecinándose en concurrir a ellas hasta sus últimos días.

Torrente BallesterSolitamente se le veía con cuidada apariencia y francamente bien vestido. Deseaba parecer distinguido, pero quizá por su afabilidad y relativa cercanía, nadie lo consideraba como un personaje estirado o vanidoso. Pla opinaba que, con su estatura media y buen porte causaba una impresión positiva. Solía comparecer en sociedad con rostro y ademán relativamente serios (pero no graves), lo que evocaba en Pla una "cara de máscara"; pero también apunta que este rasgo se suavizaba con una nota de humanismo merced a la media sonrisa que frecuente mente exhibía. Ahora bien, otros testigos puntualizan que, en su sonrisa, más bien pródiga, les parecía vislumbrar a veces un cierto deje de afectación: un rictus sardónico, una expresión facial no brotada de una verdadera alegría interior.

Como quiera que fuera, hablaba despacio y generalmente sonriendo. "Cuando se expresa con claridad es de un sentido común aplastante", sugiere el testimonio del catalán, quien también encuentra su forma de expresión "muy alusiva". De hecho, algunas veces le parece ambigua, ligeramente confusa, punteada de ironía reflexiva, tangencial y no totalmente explícita. Pla des cribe así (un poco estupefacto, la verdad), el característico estilo "típicamente gallego" de hablar, puesto que preciso es reconocer que rara vez fue este meridiana mente diáfano y concluyente. La oratio galaica despista a las gentes de mentalidad más categórica, por sus dosis de ambigüedad, sus flecos de retranca y los ocasionales pespuntes de ironía. Álvaro Cunqueiro da cuenta, con mucho humor y expresividad, de este rasgo de la locución galaica en la legendaria entrevista televisiva que mantuvo con Joaquín Soler Serrano: A Fondo: afirma allí que se trata de un modo peculiar de expresión de los pertenecientes a la nebulosa, incierta e interrogativa tribu de Breogán, que llevan siglos preguntándose: ¿Pero, qué carallo din os rumorosos?. La cosa viene a discurrir aproximadamente por este tenor: Pero, a ver, hombre, concreta, ¿estás de acuerdo o no? Bueno, en cierto modo sí, pero por otro lado no sé yo, todo depende…. Y es que para un gallego la realidad nunca es dicotómica: blanca o negra; pero tampoco tiene claro que sea exactamente gris. Ahora bien, el interlocutor foráneo no debe perder la paciencia. Le bastará con hacer uso de una cierta intuición cognitiva cuando le escuche decir, por toda precisión: Por un lado, tú ya sabes, y, por otro, yo que quieres que te diga. Ilustra bien esta dificultad, el ejemplo conspicuo del perplejo Carlos Castilla del Pino, quien, en sus memorias, confiesa que tuvo que hacer el servicio militar en la zona de Ferrol, donde trató mucho a Torrente Ballester. Con él se entendía la mar de bien, pero no en cambio con la gente del común. Sus conocimientos de psiquiatría, como herramienta hermenéutica, no bastaron para que lograse entender qué demonios le decían, o le querían decir, con lo que le contaban los paisanos. Desesperado por la rara psicología e inextricable parla de los galaicos, no pudo más, descartó la plaza que le ofrecían en Galicia y se fue deprisa a ocupar otra en Córdoba. Irónicamente, pasado el tiempo, su segunda esposa fue una mujer gallega. Probablemente, en algún momento en que hubiera habido un malentendido entre los dos, pararía mientes en lo que le oyó decir a Torrente: Los andaluces son barrocos por fuera, pero los gallegos lo son por dentro. La verdad es que, rariños, somos. Pero, como dice una prima mía muy rabuda: ¡A ver quién no!

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