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Cupletistas de amores ligeros

Despuntaron unas celebradas y aplaudidas cantantes, coristas y vicetiples capaces de tornar en febril y calenturienta la imaginación de los más mojigatos varones: La Goya, La Fornarina, La Chelito, La Argentinita, La Parisina, etc
Aurora Purificación Mañanós, conocida como La Goya. DP
photo_camera Aurora Purificación Mañanós, conocida como La Goya. DP

Desde finales del siglo XIX, en Madrid, y poco a poco en numerosas ciudades españolas, las clases rentistas y ociosas, y en general adineradas, a las que se sumaban los jóvenes dispuestos a rascarse el bolsillo con tal de satisfacer sus ardores, amén de ocasionales clientes de variopinto pelaje, se entusiasmaron con el "género ínfimo", que se abrió paso con sus letrillas picantes y jocosas, con sus provocativas cantantes de cuplés -y un poco más tarde, de tangos también-. Las artistas y los números de varietés elevaban con su liviandad y estudiada picardía, la temperatura de excitación del público masculino. Despuntaron unas celebradas y aplaudidas cantantes, coristas y vicetiples capaces de tornar en febril y calenturienta la imaginación de los más mojigatos varones: La Goya, La Fornarina, La Chelito, La Argentinita, La Parisina, etc.

Mercedes Gualteria Pintos resume y glosa con donaire las actuaciones de las cupletistas, en cafés cantantes o pequeños teatros de varietés, interpretando sus números, en ocasiones sicalípticos, entre cortinones de terciopelo rojo que sugerían una atmósfera de pasión y ardor. En aquel ambiente, como por ensalmo, las vicetiples y cupletistas se transformaban sobre las tablas en pequeñas afroditas, ataviadas con sucintas faldas y ceñidos y sugerentes vestidos tachonados de destellantes lentejuelas, sin reparar llegado el caso en fumar cigarrillos egipcios en largas boquillas (pues, como sostenía el cuplé, "fumar es un placer sensual y genial"), encandilando a un público que bebía "coñac, cuantró o chartré". Requeridas las más descocadas y exitosas al final de la función, tanto por pollos pisaverdes un tanto calaveras como por viejos verdes, pero aún no pasados de calores, suscitaban la envidia de las compañeras que exclamaban, con cierto retintín: "¡Ay hija, que asediada estás!". Y ellas tan panchas, "fumando espero al hombre que yo quiero", y alguna chulapona había que no dudaba en proclamar: "Yo en amores soy muy ligera", y quería parecer muy dura y despiadada rompiendo corazones, tratando "a los hombres como si fueran / ropa interior / de quita y pon, / ropa interior / de quita y pon". Y, cuando había baile, si alguno se propasaba, apretando a una gachí que se las daba de muy decente, hasta casi no dejarla respirar, le cortaba las alas al rijoso pollo pera, así tuviera la labia "que pué tener la sabia de la Pardo Bazán".

Las ciudades gallegas estaban bien servidas. Tanto en el café Moderno, de Pontevedra, como en el Derby, de Vigo (había otro en Santiago), tenían lugar números musicales. Estas actuaciones se celebraban igualmente en el concurrido y elegante Café Español de Santiago. Su personal no solo atendía su propio local, situado en la calle del Vilar, sino también la cafetería al aire libre, con orquesta incluida, que se instalaba durante el verano en uno de los pabellones de la Exposición Regional de 1909, que aún quedaba en pie años después, situado en el paseo central de la Alameda compostelana. Alfonso Iglesias, que estaba a su frente, era hombre que sabía ingeniárselas y tenía recursos para salir del paso en momentos apurados. Refi rió que, cuando la clientela desbordaba las previsiones y comenzaba a escasear algún producto, como no tenía teléfono instalado, recurría a un perro que había amaestrado para que llevara el pedido escrito en un papel atado al cuello. El animal tenía que caminar hasta el Café Español que quedaba cerca. Cada vez que se desplazaba, el dueño rogaba a Dios que no se encontrara por el camino con alguna perrilla que lo distrajera de su cometido, como aconteció en una ocasión en que la escuadra inglesa, que estaba de visita, se quedó sin merienda por tal avatar, según ha podido documentar Mercedes Gualteria Pintos. Pagando foros a esta autora, tenemos constancia de que, en la parte superior de dicho pabellón, habilitado como café, como decimos, se celebró, en tiempos de la República, un espectáculo de varietés llamado a perdurar en la memoria popular de los compostelanos, ya que nunca se había podido ver hasta aquel entonces unas atrevidas vedetes que salían al escenario casi completamente desnudas, excepción hecha de una escueta florecilla roja campando en el pubis angelical.

Torrente Ballester da por hecho de que cuando menos algunas de las chicas que actuaban en los cafés cantantes, "alternaban" con los clientes. En su novela de testimonio, Los gozos y las sombras, da voz a Cayetano, el poderoso empresario y cacique de Pueblanueva, quien declaraba fachendoso en el Casino, que: "había pasado la noche con dos mujeres y las había dejado satisfechas". Un amigo suyo, don Baldomero, decidió conocer el terreno, y se fue al local en cuestión, en Vigo. "Cogió el primer autobús; consumió la mañana en visitas de negocios y, en seguida de comer, corrió al café del Brasil y ocupó una mesa de la primera fila. Estaba el café lleno de mozalbetes y, en el escenario, se movía una mujer". Esta era una actriz que cultivaba el denominado "género sicalíptico", que se caracterizaba por la sugerencia erótica, pícara y descarada. Así la describe Torrente: "Nuria, la Catalana, era una furcia delgadita y movida, desvergonzada de cara, pero bonita, que cantaba con el aire más inocente del mundo cuplés francamente verdes. En uno de los números salía con una especie de pijama color salmón, cortitos los pantalones, hasta dejar los muslos descubiertos, y cantaba un estribillo que coreaba el público:

Si con el pijama me meto en la cama, ¿qué me pasará? Si mi maridito se pone nervioso, ¿me lo romperá? Y espero que ustedes me den su opinión: si debo o no deeebooo llevar pantalón". ¿Ustedes qué le aconsejarían?

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