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Folclore, identidad y gastronomía

En aquellos años 1991 y 92, Manuel Fraga y Fidel Castro se pasearon por pueblos y corredoiras, en olor de multitudes, amenizando sus paseos con música de gaitas, y comiendo pulpo á feira y empanada gallega a tutiplén

Los alimentos, más allá de su significación culinaria o nutricional, poseen un contenido folclórico y algunos de ellos están revestidos de una indudable proyección simbólica. Veamos esto en un caso concreto. Ciertos investigadores sociales han subrayado el hecho de que, desde el comienzo del régimen autonómico, los primeros gobiernos regionales, salidos de las urnas en 1980 y 1981, establecieron una pauta de actuación que se mantuvo y acrecentó posteriormente: se empeñaron denodadamente en subrayar la fundamentación histórica y cultural de la comunidad en cuestión como vía de legitimación identitaria. Este afán se puso de manifiesto en la invención, rescate o recreación de determinados elementos que componían del puzle de los sistemas simbólicos particularizados, virtualmente capaces de afianzar determinadas "lealtades primordiales". De este modo, en algunas autonomías se produjo una transferencia de sacralidad desde los valores, costumbres inveteradas y adhesiones de los mayores hasta desembocar en las siglas de una formación política de vocación populista y mayoritaria. Este es el contexto en el que se fraguó el éxito del populismo fraguista en Galicia, que tuvo la sagacidad de apropiarse con eficacia de la gaita, la queimada y el pulpo á feira. La izquierda y el galleguismo histórico, en cambio, permanecieron recelosos al respecto, revelándose soberanamente incapaces de entender este fenómeno que estaba llamado a segar la hierba bajo sus pies, enajenándoles el apoyo social que en buena lógica -buena lógica, poética, claro está- les habría correspondido y deberían haber capitalizado.

El caso del astuto comportamiento político de Manuel Fraga resulta paradigmático. Asumió -casi diríamos que patrimonializó- las tradiciones gastronómicas de Galicia asociándolas a su identidad personal como líder y a su formación política, bien armonizada en este sentido con su clientela electoral, mayoritariamente rural –"los de la boina, aunque "los del birrete" tuvieran mucha influencia-. De este modo, destiló unas formas de sociabilidad que si bien tenían un tinte político (se trataba de congresos, mítines y demás), casi siempre estaban impregnadas de signos populares folklóricos: comidas comunitarias y romerías, con vino tinto, música de gaitas y pulpo á feira.

GaiteroLa música y la gastronomía se vinculan con dos de los sentidos, el oído y el gusto (paladar), que se erigen en poderosos resortes que quizás sean los que mueven con mayor ímpetu las emociones de la gente. Las dos encarnaciones primordiales en este binomio fueron, según el buen entender de Don Manuel, la gaita y el pulpo a la feria. Subido a esta bicicleta de dos ruedas recorrió el país de punta a cabo, eso sí, con prisa, según su costumbre, como una imparable fuerza de la naturaleza.

El momento de apogeo de esta política asentada en la peana de la enxebreza popular, que aunaba con eficacia la emoción folclórica y la pulsión gastronómica más apreciada, se produjo con el imprevisible estallido de la amistad del conservador vilalbés con el revolucionario cubano Fidel Castro. Con este giro de guion, con el que dejó sorprendidos a tirios y a troyanos, Fraga se puso a partir un piñón con un dirigente carismático, como él mismo, pero situado teóricamente en sus antípodas en el terreno ideológico. Pelillos a la mar, pareció pensar el bueno de Don Manuel, "que yo hago lo que me venga en gana, ¡faltaría más!", pudo haberse dicho para sus adentros; y como, además, a los dos les unía un pasado común de padres gallegos que habían emigrado a Cuba, lo que hacía que, en la práctica, tanto uno como otro, fueran en el fondo tan "galego coma ti"; pues, adelante, con el hermanamiento. Los malpensados, que nunca faltan, al tiempo que sagaces, no quedaron tan sorprendidos, puesto que eran conscientes de que más allá de los distintos revestimientos ideológicos, en el trasfondo existía un fuerte nexo que vinculaba a ambos líderes legendarios: su apego a ultranza al poder. Pues bien, el caso que, en aquellos años 1991 y 92, los dos personajes se pasearon por pueblos y corredoiras, en olor de multitudes, amenizando sus paseos con música de gaitas, y comiendo pulpo á feira y empanada gallega a tutiplén, pasándoselo bárbaro bebiendo queimadas y jugando al dominó. También le propusieron a Fidel que tomara un buen plato de lacón con grelos, pero ya era de noche y el dirigente cubano, aunque mostró cortésmente su aprecio por el plato, se mostró prudente y alegó que, a cierta edad, una cena así, sería un suicidio.

Fraga sabía bien lo que se traía entre manos. El pulpo, lustroso de aceite en su platito de madera, o bien en apetitoso guiso con patatas, es lo que en mayor medida colma de satisfacción a las gentes galicianas, aproximándose muy mucho al gran señor de nuestra gastronomía demótica que no es otro que el fastuoso cocido; pero este es más estacional, degustado sobre todo en invierno, en tanto que los trocitos de pulpo se acostumbran a perseguir con palillo en ristre en las cuatro estaciones, mientras suena como banda sonora la música de Vivaldi. Es, por lo tanto, congruente que se haya convertido en una de nuestras especialidades a las que más culto profano se rinde en las fi estas gastronómicas de las localidades gallegas.

Es además el plato que más ha triunfado fuera de Galicia, como tapa, en fi era disputa con la tortilla de patatas, la paella y la ensaladilla sedicentemente rusa. El pulpo (considerado impropiamente como marisco por el "vulgo indocto", como decían los elitistas a la vieja usanza) y ribeiro (o más recientemente, albariño), es lo primero que se viene a la mente de cualquier celtibero de a pie cuando se le pregunta por lo que caracteriza mejor a Galicia. Aparte de lo de la escalera, claro.

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