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"¡Las ocho horitas de café que se necesitan para vivir!"

Terraza del café Lion D'Or. DP
photo_camera Terraza del café Lion D'Or. DP

LAS MUJERES pertenecientes a familias de posición relativamente acomodada podían frecuentar los cafés, pero siempre acompañadas por un varón: sus padres o maridos. También podían acudir en compañía de algún novio, pretendiente o amigo, pero nunca, en cambio, solas o con amigas. Tuvieron que transcurrir muchas décadas para que pudiese ir a los cafés una mujer acompañada por otra, o bien un grupo de mujeres. Y todavía hubo de pasar más tiempo para que se considerase aceptable la presencia de una mujer sola en la mesa de un establecimiento dejando en la taza su huella de carmín.

Habría que hacer una distinción entre los cafés del centro de Madrid, aquellos situados en la zona de la Puerta del Sol o de las calles de Alcalá y Recoletos y, por otra parte, los cafés de barrio en general, como asimismo también los de localidades de provincia en donde este proceso se produjo con mayor lentitud.

Mencionaremos un ejemplo. Con el apelativo –o, más exacta mente, apodo– de Zaratustra, gozó de cierta fama local un escritor pintoresco y bohemio que entraba y salía en los cafés madrileños del primer tercio del siglo XX. Este literato formaba parte del mosaico viviente de personajes que pululaban por las redacciones de los periódicos y el mundillo de los cafés y tertulias. Lograba sobrevivir de forma independiente pero miserablemente a costa de unas hojillas de tono escandaloso que redactaba e ilustraba él mismo. Esta actividad le daba para ir tirando y darse de vez en cuando atracones de cerveza y patatas fritas; e incluso para mostrarse generoso con la corte de bohemios admiradores que lo adulaban siguiéndole por los tupinambas de las calles próximas a Antón Martín. Zaratustra frecuentaba estos cafés por ser más barata la consumición en ellos. En uno de tales cafetines presidía, en compañía de su mujer (de condición modesta, ajena a la cultura, y con ribetes de cursi), una tertulia de bohemios aficionados a los debates sobre cuestiones de estética, acerca de la que peroraba sin mucho fundamento, según apunta Cansinos.Asséns en sus memorias.

Habría que hacer una distinción entre los cafés del centro de Madrid, aquellos situados en la zona de la Puerta del Sol o de las calles de Alcalá y Recoletos y, por otra parte, los 'cafes de barrio' en general

Veamos otro caso –más elegante y distinguido a la sazón– de asistencia en tándem matrimonial a una tertulia, al comienzo de la época de posguerra, cuando la bebida solía ser un sucedáneo, cosa que, al parecer, para los ardientes partidarios de la institución del café carecía de importancia. Bueno, en realidad a algunos si les importaba, y de hecho no dudaban en realizar ímprobos esfuerzos para esquivar la pésima calidad de aquellos brebajes que se servían por doquier.

Díaz-Cañabate, asiduo al café Lion D'Or, nos ofrece esta crónica del buen ambiente que reinaba en su tertulia: "Cuando entra Regino Sainz de la Maza, le saludamos con una ovación. Esta tarde, en el Español, ha estrenado el Concierto de Aranjuez, de Joaquín Rodrigo, para guitarra y orquesta. El éxito fue clamoroso. Autor e intérprete triunfaron sin reservas. Y todos nosotros, la tertulia, lo celebra sin remusguillos envidiosos, con amplia satisfacción, puro goce de la amistad que se satisface con la alegría ajena como con la propia alegría. Y todos nos abalanzamos a renovar los abrazos que ya le dimos en el Español, inmediatamente después del triunfo". Venía con él su mujer, hija de Concha Espina (la ilustre escritora y editora, casada con Altolaguirre), y literata ella también, Josefina de la Serna y Espina, que firmaba con el seudónimo de Josefina de la Maza. Una más de las numerosas mujeres que recurrieron al nom de plume a modo de escudo protector para que no se las pusiera como chupa de dómine. En este caso no creyó indispensable recurrir a lo que podríamos calificar como "nominalismo transgénero", es decir, ampararse bajo un disfraz autorial masculino para que se la tomara resueltamente en serio, como hicieron tantas otras: de manera sobresaliente quizá la ultracatólica, y a pesar de ello bastante sandunguera, Cecilia Böhl de Faber.

Quien realiza esta glosa, Antonio Díaz-Cañabate, señala que Regino le parecía un hombre encantador, pero en la tertulia tenía un defecto: no le gustaba el café que les servían en aquel tiempo de posguerra. Con lo cual, solía pasar antes por Molinero, donde lo daban bastante mejor, se lo tomaba de prisa y corriendo, y se iba sin pérdida de tiempo a tomarse la leche en otro establecimiento. Y lo mismo hacía con el chocolate, que acudía a beberlo a otro local diferente. Uno de sus amigos le decía:

–"¡Pero, hombre, Regino, si en todos lados son los mismos mejunjes!"

Pero, inasequible al desaliento, Regino no transigía, ni perdía la esperanza. Se marchaba en busca de la pócima apetecida, "como si realmente allí el café fuera café y el chocolate, chocolate".

Más estoico o quizá resignado era el líder de aquella tertulia, José María de Cossío, quien solía decir cuando alguien se quejaba de la bazofia que servían en su amado café de referencia –el Lion– o bien protestaba por las deficiencias en el servicio:

–"¡Pero qué más da, señor, si al café se viene a charlar con los amigos y no a tomar una copa o un café mejor o peor! ¡Lo importante es hablar, apurar concienzudamente las ocho horitas de café que se necesitan para vivir!".

Cuando un grupo de amigos que constituían la peña quedaban para cenar, y algunos de ellos llevaban a sus parejas, a veces les permitían asistir a su tertulia nocturna que se celebraba después (probablemente para soslayar la incomodidad y el latazo de tenerlas que acompañar previamente a sus domicilios). Cañabate lo refleja con claridad: "Todas las señoras y señoritas que han asistido a la cena, toman luego café en el Lion". Y añade que el aspecto del saloncito era en tal ocasión desusado, puesto que muy pocas veces se permitía que las damas pudiesen engalanarlo con su presencia. El abogado Cañabate sería machista, pero educado no se puede negar que lo era.

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