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José Antonio Durán, Trapiello y El Rastro

No hace mucho, falleció en su casa de Pontevedra, José Antonio Durán, quien -como también Trapiello- todos los domingos rebuscaba libros en El Rastro, para recrear con rigor la historia de Galicia y su friso social y político
José Antonio Durán durante una conferencia en 2016. RAFA FARIÑA
photo_camera José Antonio Durán durante una conferencia en 2016. RAFA FARIÑA

E n el café La Granja El Henar tuvo lugar un encuentro llamado a resultar trascendente para la suerte de las letras españolas y su difusión impresa. Con el advenimiento de la República, en 1931, regresó a España Concha Méndez, poeta, deportista e ilustre sinsombrero, que había sido novia de Luis Buñuel durante más de un lustro, al fi lo de la década de los veinte -muy amiga, por cierto, de Maruja Mallo-. Comenzó entonces a frecuentar las tertulias del café Granja El Henar y, en una de estas reuniones, Federico García Lorca le presentó al impresor Manuel Altolaguirre, editor de los poetas del 27, con quien contrajo matrimonio al año siguiente. No es difícil barruntar que pocas bodas habrá habido que puedan parangonarse con la de Concha, midiéndola por el rasero del elevado concurso de poetas insignes que atrajo el acontecimiento. Allí estuvieron, en calidad de testigos: Lorca, Juan Ramón Jiménez, Jorge Guillén y Luis Cernuda.

Terrible fue, en cambio, una despedida memorable que tuvo como escenario la terraza de este café tan aparente. Gómez de la Serna refi ere, en Automoribundia, que, tras el 18 de julio de 1936, sintió mucho miedo al oír tiros en las calles. No se atrevió a salir de casa en algunos días. Por miedo, rompió originales, proyectos y esbozos. También dispuso la librería del diccionario enciclopédico obstruyendo la puerta, "porque no sabía quién podía venirme a matar", aunque él nunca se había metido en política. Agosto apretaba y oyó la conminación de las autoridades para cerrar las ventanas y apagar las luces durante la noche, que era cuando él trabajaba, y esto hizo que se resolviera a marchar a Buenos Aires.

La víspera de partir, al pasar frente a la terraza de la Granja, "con una imprudencia trágica", gritó a la tertulia de los poetas:

- De aquí hay que marcharse… Yo me voy mañana.

- Y nosotros que íbamos a nombrarle nuestro Máximo Gorki – exclamó Delia del Carril, la novia de Neruda.

- Renuncio… Usted también debería de estar allí…

- Sí -me contestó irónica-. Cuando esto se pone más interesante.

Otra vez perdió su casa, su biblioteca con todos sus objetos, bibelots rescatados del Rastro, del que tanto gustó, en calidad de precursor de Trapiello, y también dejó atrás la legendaria muñeca de cera, a tamaño real, que sentaba a su lado en un sofá y le provocaba una arrebatada pasión fetichista.

Por cierto que, no hace mucho, falleció en su casa de Pontevedra, José Antonio Durán, quien -como también Trapiello- todos los domingos rebuscaba libros en El Rastro, para recrear con rigor la historia de Galicia y su friso social y político. Bien merecería un reconocimiento.

En el café Granja el Henar, con aires muy serios, José Ortega y Gasset dirigía su tertulia, frente a "un frasco de agua de Mondariz", reuniendo al grupo de amigos con los que se trasladaría a la sede de la Revista de Occidente. Un testigo presencial nos ha ofrecido un testimonio impresionista de la tertulia orteguiana en el café: "Allá al fondo, por las tardes, después de la hora de la merienda, se sentaba Ortega y Gasset en medio de un grupo de profesores, médicos y alguno que otro escritor. Los tertulianos eran por lo común abstemios o dispépsicos, y no sabían qué cosa pedirle al camarero. El mismo Ortega y Gasset empezaba por pedir un frasco de agua de Mondariz; después se decidió por el limón al natural. El sabio D. Blas Cabrera tomaba té en invierno, y, como no fumador, goloso, y como medio colonial, caprichoso, en verano se dedicaba con glotonería a los mantecados. Sólo bebían alcohol los médicos: Sacristán y Pittaluga. Y el andaluz (pasado por Francia) García Morente. El librero Shumacher, fiel a su valerosa Alemania, se bebía enormes y continuados vasos de cerveza, ante la sospechosa expectación de los aguados o alimonados circunstantes. Yo instauré el uso de la bolita (gaseosa), género de bebida inocente y chispeante a la vez. Pero se fundó la Revista de Occidente, y Ortega y Gasset acabó por levantar el campo. Traspasó la tertulia a los salones de la Revista. Todos, naturalmente, le siguieron como un solo hombre disciplinado".

En una de aquellas tertulias, frecuentada por intelectuales gallegos, Eugenio Granell contó, entre risas -y recogió después en sus memorias compostelanas que cuando era un chaval, un cura de su colegio aficionado al folclore les había mandado recoger refranes. En la siguiente clase, cada alumno tenía que dar cuenta de su trabajo de campo y, cuando uno tras otro fue recitando sus hallazgos, resultó que al cura le parecieron a cual más disparatado y disconforme con la moral católica. Algunos eran ligeramente irreverentes o de dudosa ortodoxia: "El niño Jesús nació en un pesebre. Cuando menos se piensa salta la liebre". Aún hubo otros que el clérigo encontró francamente desalentadores para su tarea moralizadora: "Predícame fraile. Por un oído me entra por otro me sale", y "Quien no sabe mentir, no sabe vivir".

- Vaya por Dios! Será posible que solo hayan dado con proverbios impíos.

- Profesor, yo tengo uno muy bueno que habla de la Virgen.

- ¡Menos mal! A ver léanoslo.

- Si sale con barbas, San Antón, y si no, la Purísima Concepción.

- ¡Lo que faltaba! ¡Qué cruz, Señor! Muy piadoso y reverente ese proverbio, no hay duda.

- A ver, que recite otro: "Uñas de gato y hábito de beato" y "Hágase el milagro, hágalo el diablo".

El cura estaba perdiendo ya la paciencia, cuando tuvo que escuchar nuevos adagios impropios de la cosecha de otro discípulo. Uno de ellos, surrealista: "Más vale caballo en mano, que cientos volando". 

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